Por Josué Hernández
No podemos manipular a Dios con nuestras oraciones. El es
Dios, no podemos exigirle, ni siquiera cuestionarle, mucho menos demandar una
respuesta si somos rebeldes contra su voluntad. “Dios no oye a los
pecadores” (Jn. 9:31), porque “El que aparta su oído para no oír la ley,
su oración también es abominable” (Prov. 28:9).
A pesar de la creencia general, no toda oración será oída
por Dios, porque debemos pedir conforme a su voluntad (1 Jn. 5:14), y vivir
según sus mandamientos (1 Jn. 3:22).
Nuestro comportamiento en la familia y en la sociedad es
tomado en cuenta. Dios demanda que aquellos que se dirijan a él en oración,
vayan a su presencia “levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1
Tim. 2:8). Pero, si alguno maldice y maltrata a su prójimo, hecho a la imagen y
semejanza de Dios (Sant. 3:9), ¿cómo espera ser oído por Dios en sus oraciones?
Si no hay unidad entre los poderes del Estado, y nuestros
gobernantes se maltratan y se maldicen, ¿cómo podremos salir adelante como nación?
Cristo dijo, “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad
o casa dividida contra sí misma, no permanecerá” (Mat. 12:25).
Antes de orar, bueno fuera un llamado a la reconciliación
nacional en el cual nuestros gobernantes den el ejemplo en temor de Dios y por
el bien de la Patria, para trabajar en unidad y armonía.
La oración no es un instrumento político, sino un canal
para que el pueblo de Dios se acerque a él mediante Jesucristo (1 Tim. 2:5;
Heb. 4:16; 1 Ped. 5:7).
Todos los días, el pueblo de Dios ora, no por algún
decreto humano, sino por decreto divino. “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17).