Por Josué I. Hernández
Dios, por su propia naturaleza, es amor (1 Jn 4:8), y el infierno es un
lugar de tormento eterno (Mat. 25:41,46). Entonces, ¿cómo podría Dios condenar a una persona a un lugar así? Esto no encaja con el concepto general de un Dios amoroso. Por
lo tanto, algunos se están esforzando por negar la existencia del infierno, o incluso, la
existencia de Dios. Sin embargo, las sagradas Escrituras no sólo enseñan que Dios
enviará a ciertos individuos al castigo eterno. Las Escrituras también enseñan que
al hacerlo Dios actuará de una manera compatible con su naturaleza, porque él
es justo (Deut. 32:4; Sal. 92:15; Rom. 9:14).
En primer lugar debemos reconocer “que Dios hizo al hombre recto” (Ecles. 7:29), “a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gen, 1:27).
El pecado es culpa
nuestra, no de Dios (1 Jn. 3:4). Santiago
escribió: “Cuando alguno es tentado, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el
mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que
ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte” (Sant. 1:13-15). Pecamos
cuando tomamos la decisión de pecar. No
podemos responsabilizar a Dios por nuestras rebeliones. Nuestras acciones
pecaminosas han ocasionado nuestra separación de Dios (Is. 59:1,2).
No son pocos los que asumen que Dios, siendo amor, nos aceptará tal como somos, en
nuestro pecado. Pero, aunque Dios es amor, Dios también es luz (1 Jn. 1:5-6). Antes de afirmar que “Dios es amor” (1 Jn.
4:8), Juan primeramente dijo que “Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él” (1 Jn. 1:5). Luego, el apóstol Juan también dijo, “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos
en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1 Jn. 1:6). Entonces,
para tener comunión con Dios debemos andar “en luz, como él está en
luz” (1 Jn. 1:7).
Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad” (1 Tim. 2:4), y “es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). No obstante, el deseo de Dios por salvarnos no significa salvación incondicional y universal. Lamentablemente, muchos seguirán
el camino a la destrucción, mientras que sólo unos pocos recorrerán el camino a
la vida (Mat. 7:13,14).
Sabiendo que pocos serán salvos, ha movido a que algunos concluyan que Dios sólo quiere salvar solamente a unos
individuos selectos. Eso no es verdad. Lo que realmente sucede, es que la salvación es condicional; la salvación está condicionada a la obediencia al evangelio (Rom. 10:16; 2 Tes. 1:8).
Las condiciones para el perdón de los
pecados y la salvación eterna son: La fe en Cristo (Jn. 8:24), el
arrepentimiento (Hech. 3:19), la confesión de la deidad de Cristo (Rom.
10:9-10), el bautismo (Hech. 22:16), y la perseverancia fiel (1 Jn. 1:7). Si no
hacemos estas cosas estaremos perdidos.
El Señor Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mat. 7:21-23).
¿Cuál será el destino de los desobedientes? El apóstol Pablo dijo: “…cuando se manifieste
el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego,
para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio
de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes.
1:7-9). A estos individuos rebeldes
el Señor les dirá: “Apartaos de mí, malditos,
al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41).
¿Por qué habrá condenación eterna en el infierno? La razón es el pecado, “Porque la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Estas
almas serán condenadas porque rehusaron el perdón de sus pecados, porque rechazaron la gracia de Dios: “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23).
Dios, porque Dios, no puede aceptar a los impíos en su presencia sin negarse a sí mismo, ¿por qué? Porque
“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Jn. 1:5). Sin embargo, como
señalamos al comienzo, “Dios es amor”
(1 Jn. 4:8). Es por esta razón que Él envió a su Hijo a morir por nosotros: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Y es porque él nos ama que nos ha especificado
las condiciones para alcanzar su gracia
y ser salvos.
La manera de evitar el infierno no es
negando su existencia. La única
manera de evitar el castigo eterno es la obediencia a Cristo, porque él es “autor de eterna salvación
para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9).
Dios, porque es Dios, condenará a
los rebeldes a este lugar horrible. Sin
embargo, él ha hecho todo lo necesario
para ayudarnos a escapar de ese destino que merecemos por nuestros pecados
(Rom. 6:23).