Decisiones y consecuencias



Por Josué I. Hernández


Dios hizo al hombre como un agente moral libre, capaz de distinguir entre el bien y el mal y de decidir entre los dos. Capaz de tomar decisiones y elegir un rumbo. Entonces, somos criaturas de elección. Tenemos el derecho y el poder de elegir actividades del día a día. Este poder de elección la Biblia lo identifica una y otra vez. Por ejemplo, Moisés (Dt. 30:19) y Josué (24:15) presentaron opciones ante los ojos de todos los individuos del pueblo de Israel. Tales decisiones tendrían consecuencias, como todos admitimos que sucede. Lo más común para el pueblo de Israel fue tomar decisiones convenientes al momento, que servirían mejor a sus intereses de la ocasión. Sin embargo, las elecciones desatarían una serie de consecuencias en el orden de los eventos que no serían agradables en el futuro.

Elegimos el tipo de vida que queremos vivir, la forma ética que nos gobernará, y la asociación que tendremos. Por lo general, hacemos esto con una preocupación egoísta. No obstante, cuando lo hacemos, también desatamos una serie de consecuencias en el orden de los acontecimientos futuros que darán lugar a circunstancias que nos gustarán. El bebedor social no opta por ser un alcohólico, perder su trabajo, su familia y sus amigos, ni tener un hígado dañado, sin embargo, tales cosas le suceden. El criminal no elige ir a la cárcel cuando roba o asesina, pero así es como termina.

Cuando el hijo pródigo dejó su casa para disfrutar egoístamente de la herencia (Luc. 15:11-32), él no deseaba llegar a codiciar la comida de los cerdos, estando hambriento y sin amigos, pero tal cosa fue inevitable en consideración de las decisiones que tomó. Lot escogió poner sus tiendas hasta Sodoma (Gen. 13:12) debido a las ventajas inmediatas que pronosticó para él y su familia. Jamás tuvo la intención de terminar en una montaña, borracho y cometiendo incesto. Jamás tuvo la intención de perder a su esposa y todos sus bienes en la destrucción de Sodoma, pero tal cosa sucedió.

No tenemos la intención de perder a nuestros hijos cuando estamos afanados por las muchas cosas de esta vida, en lugar criarles en disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4), pero tal es la consecuencia final de nuestras elecciones. No tenemos la intención de que nuestros amados hijos sean unos rebeldes, irrespetuosos y desobligados cuando elegimos no disciplinarlos, pero toda consecuencia obedece a las previas decisiones.

Nadie desea para su vida el divorcio, aquella experiencia desgarradoramente dura, pero tal cosa es el producto final de la negligencia egocéntrica. Todos queremos paz y felicidad, pero en nuestro día a día no estamos contribuyendo a ello. Culpamos a los demás cuando nosotros somos culpables. Hemos tomado decisiones que han dado como resultado lo que ahora estamos viviendo. Nos gusta sembrar, pero no nos gusta para cosechar. Sin embargo, la Biblia dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gal. 6:7).

A pesar de que no podemos cambiar todo lo que nos está sucediendo, sí podemos cambiar nuestra relación con Dios. Podemos ahora tomar “del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17). Podemos ahora venir a Cristo (Mat. 11:28-30). Hoy es el día de salvación (2 Cor. 6:2). El ayer es historia, el mañana no existe. Hoy Dios nos da la oportunidad de comenzar de nuevo, con la esperanza de “vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Rom. 2:7).