Por Josué I. Hernández
El salmista escribió: “Preserva también a tu siervo de las
soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio
de gran rebelión” (Sal. 19:13). Así fue como el salmista rogaba ser librado
del orgullo y la arrogancia, aquella presunción de la autoconfianza, de no
tomar en cuenta la voluntad de Dios en el proceder diario.
El pecado de presunción, o de soberbia, es el pecado
deliberado (cf. Heb. 10:26-31), voluntario, adrede. La mayoría cree que agrada
a Dios a pesar de sus obras soberbias, como si el Dios todopoderoso pudiese ser
manipulado. Sin embargo, no hay excusa o justificación para el pecado.
Los argumentos comunes para justificar el
comportamiento rebelde, o presuntuoso, no convencen a Dios. Nadie será salvo
sin hacer la voluntad del Padre celestial (Mat. 7:21-23). Las buenas
intenciones o tradiciones religiosas no quitan la soberbia. Sólo el
arrepentimiento lo hará posible.
Para no caer en la soberbia es
imprescindible, como primer paso, el intenso deseo de hacer lo que agrada a
Dios; y la palabra de Dios nos dice como:
“La ley de Jehová
es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace
sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el
corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de
Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad,
todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y
dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además
amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón” (Sal. 19:7-11).
El conocimiento de la palabra de Dios es la más
valiosa adquisición que podamos lograr. Conocer la palabra de Dios, y vivir de
acuerdo a ella, es la forma de protegernos de las soberbias (cf. 2 Tim.
3:16,17). Por lo tanto, debemos aprender y practicar la palabra de Dios, así “seré íntegro, y estaré limpio de gran
rebelión” (Sal. 19:13).