Por Josué I. Hernández
El “amor” es diferente e infinitamente superior al
sentimiento de “lástima” que suele experimentarse comúnmente. El amor es la buena voluntad activa. En cambio, el
sentimiento de lástima es aquel estado
anímico que es estimulado por los males de alguien. Larousse, define
lástima de la siguiente manera: “Sentimiento
de compasión que suscitan las desgracias y males: dar lástima. Objeto que
inspira compasión: el coche quedó hecho una lástima. Cosa lamentable o que
causa disgusto”.
Por lo tanto, cuando
hablamos de sentimiento de lástima, no estamos hablando de la compasión y
misericordia que aprendemos de Dios y que es dirigida por el amor, “Pero
Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó”
(Ef. 2:4; cf. Mat. 9:36; Luc. 15:20; Tito 3:5). El sentimiento de lástima del
que estamos hablando, es aquel sentimiento que no reacciona con buena voluntad
activa, ni es dirigido por las sagradas Escrituras.
En contraste con el
sentimiento de lástima, “El amor cristiano, sea que se ejercite hacia los
hermanos, o hacia hombres en general, no es un impulso que provenga de los
sentimientos, no siempre concuerda con la general inclinación de los
sentimientos, ni se derrama solo sobre aquellos con los que se descubre una
cierta afinidad. El amor busca el bien de todos (Rom. 15:2), y no busca el mal
de nadie (Rom. 3:8-10); el amor busca la oportunidad de hacer el bien a todos,
y mayormente a los de la familia de la fe” (W. E. Vine).
En 1 Corintios 15:19 la Escritura dice: “Si
hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres,
los más dignos de lástima” (LBLA). Aquí, el adjetivo griego “eleeinos” podría ser traducido también
“miserables” (“dignos de conmiseración”,
RV1960). Es el mismo adjetivo usado en Apocalipsis 3:17, “Porque tú
dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y
no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
Cuando elegimos sentir lástima, a nuestro prójimo
le manifestamos algo inferior, infructífero y de expresión emocional pasajera. En
cambio, cuando la compasión es gobernada por el amor, a nuestro prójimo le
manifestamos aquella buena voluntad que le será útil de por vida.
Comúnmente, el que siente lástima por alguien asume
que está en un plano superior, y sintiendo pena por el otro, siempre reconoce que
es otra la persona que está sufriendo, y no experimenta compasión, más bien
siente alivio por no estar en la misma condición.
La ley de Cristo claramente afirma “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Rom. 13:9), pero nunca nos dirige sentir aquella lástima tan característica
entre los del mundo.
El sentimiento de lástima suele deprimir a la
persona que la expresa hacia sí misma. En tal caso, este será un sentimiento
autodestructivo, nada amoroso para consigo mismo, una violación del mandamiento
“como a ti mismo” (Rom. 13:9).
Por lástima nos dolemos por aquellos que están en
miseria. Pero, es por amor que los socorremos y les brindamos las herramientas
para sobreponerse y salir adelante. Por lástima, más que nada, sentimos. Por
amor, sobre todo, hacemos. Por lástima somos pesimistas. Por amor somos optimistas.
Por lástima simplemente nos movemos por emociones. Por amor actuamos en base a convicciones
y razones. Por lástima miramos el presente. Por amor miramos al futuro. Por
lástima sólo regalamos pescado. Por amor enseñamos a pescar. Por lástima
podríamos cumplir las responsabilidades de otro. Por amor le enseñamos a
responsabilizarse.
Hay gran diferencia entre amar y sentir lástima. Ni
siquiera Dios sintió lástima por el género humano, sino que nos amó y envió a
su Hijo a morir para salvarnos (Jn. 3:16). Por lo tanto, “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Ef. 5:1; cf. Mat. 5:45-48). “Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna
compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Col. 3:12).