Por Josué I. Hernández
“Pecar un poco, y de vez en cuando, no es tan malo”, algunos dicen, y
hay muchos otros que están dispuestos a ejercer la “tolerancia”, e incluso condonar pecados con tal que estos parezcan
“pecados menores”. Lo que sucede es
que muchos piensan que “un pequeño pecado
ocasional” no puede ser tan malo, y esto “suena bien” a los oídos.
Esta dañina forma
de pensar, no reprende las obras de las tinieblas, sino que participa con ellas
(Ef. 5:11), y además ignora el hecho de que nadie puede detenerse en un solo “pecado ocasional” o una “falsa doctrina sin consecuencias”. El
pecado es corrosivo (Gal. 6:7). La apostasía nunca se detiene. Esta es la
verdad que nos enseña la experiencia, y sobre todo, las sagradas Escrituras.
Lo que se ve como “un pequeño paso de pecado”, se
convertirá con el tiempo en un descenso evidente e incontenible hacia las
profundidades de las tinieblas.
El rey Saúl es un ejemplo de esto. Cuando se
enfrentó al desánimo entre sus tropas, decidió pecar asumiendo el rol de
sacerdote, y luego dijo al profeta Samuel: “vi
que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y
que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los
filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me
esforcé, pues, y ofrecí holocausto” (1 Sam. 13:11,12).
Tiempo después, Saúl
estaba dispuesto a rebelarse de una manera más abierta contra Dios, negándose a
matar al rey de Amalec, y tomando del botín “ovejas y vacas, las
primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová” (1 Sam. 15:21-24). Ese primer pecado no corregido lo
corrompió, y bien sabemos cómo terminó su vida (2 Sam. 31).
David se encontró
en una situación similar. Todo comenzó cuando codició la mujer de su prójimo,
lo cual lo llevó al adulterio, la mentira y el asesinato (2 Sam. 11). Un solo paso
de pecado “no parecía tan malo”,
parecía que podría volverse luego de satisfacer su concupiscencia.
Históricamente,
podemos ilustrar este punto con el nacimiento y auge del papado. Un pequeño
paso de abandono del patrón de las sanas palabras (2 Tim. 1:13) condujo a la
organización consumada en la jerarquía del catolicismo (Papa, Cardenal,
Arzobispo, Obispo, Sacerdote, etc.). ¡Que contraste más grande con el patrón del
Nuevo Testamento en el cual cada congregación de Cristo es autónoma, sin jefatura
de gobierno terrenal, y gozando de igualdad delante de Cristo respecto a las
demás congregaciones!
Sin duda alguna, los cristianos del siglo II jamás tolerarían
que un solo hombre gobernara a toda la iglesia, pero estuvieron dispuestos de
ahí en adelante a tolerar tipos de liderazgo desconocidos en la doctrina de los
apóstoles (Hech. 2:42), como por ejemplo, el escoger un presidente de los ancianos
(cf. Hech. 20:28; 1 Ped. 5:2), y luego aceptar un obispo regional que
supervisaba un área determinada, ¿y qué problema habría con un supervisor de
distrito para presidir a los ancianos que a su vez presidían a otros? Y así,
sucesivamente, hasta el Papa.
Así también sucederá
a cada uno de nosotros, que se conforma a pequeños pasos de apostasía. El que
una vez fue un fiel siervo de Dios, no se convierte inmediatamente en un
reprobado, su caída comenzará con una falta ocasional del servicio fiel a
Cristo.
Una visita ocasional a un cuestionable lugar de recreación, uno que
otro resbalón usando malas palabras, una que otra mentira, alguna copa de vino,
etc. Luego las justificaciones, muy convincentes por cierto, por omitir la
sincera fidelidad a Cristo (2 Cor. 11:3).
¿Cuál es el
remedio? ¡Nunca dar el primer paso! ¡Y si ya lo ha dado, entonces debe
arrepentirse! Es por esto que debemos tener cuidado de hacer todo lo que Dios
dice en la forma en que lo dice (1 Jn.
5:3). Una ligera salida del buen camino, puede conducirle rápidamente a una
condición imposible de revertir (cf. 2 Jn. 9-11).
¡Tengamos cuidado
de hacer todo lo que la palabra de Cristo dice, y nada más!