Por Josué I. Hernández
Para la mayoría de las
personas el concepto de “perdón” es algo maravillosamente atractivo, y cuando
reniegan de éste sufren por la culpa. Es reconfortante saber que los
errores que se han cometido en contra de Dios o en contra de nuestro prójimo
pueden ser perdonados. Según las Escrituras, el perdón limpia la mala
conciencia y sana las heridas del alma, permitiéndole al que ha sido perdonado
el centrarse en sus preocupaciones presentes y futuras, y no en los errores del
pasado que han sido perdonados.
Ahora bien, la culpa puede ser
psicológica y físicamente debilitante. No hay mayor carga que el peso de
la culpa en la conciencia. Por lo tanto, una conciencia culpable puede
dirigirnos a la depresión e incluso al suicidio. Por una falta de
comprensión espiritual, muchas personas recurren a los psiquiatras para sofocar
la culpa de su conciencia. Y, a pesar de que algunas terapias psicológicas
parecen útiles, aliviando sensaciones derivadas, no pueden proporcionar
real perdón, no pueden solucionar
el problema de fondo.
Algunos actúan como si el
alivio se obtuviera por distanciarse de
su pasado. Y aunque la idea de “fuera
de la vista” es a veces “fuera de la mente”, los recuerdos siguen, inevitablemente llenos
de culpa. Es mejor buscar el perdón en lugar de evitarlo.
Otros recurren a las drogas y
el alcohol para “ahogar sus penas”. Irónicamente, las drogas y el alcohol en
realidad tienen el efecto contrario. Causan problemas adicionales, tales
como problemas de adicción y
otros relacionados con la salud, la pérdida de puestos de trabajo y la
productividad, dificultades interpersonales, problemas legales, etc... Estas
cosas ayudan a olvidar los
errores sólo temporalmente, pero el perdón es la única forma efectiva para
aliviar la conciencia culpable.
Mientras que incluso el perdón
no religioso (por ejemplo, practicado por los ateos) puede tener un efecto
catártico sobre la persona, el perdón que realmente importa es el otorgado por
Dios.
Abusos cometidos contra otros siempre
se cometen primeramente contra Dios. El pecado es una violación de la norma de
conducta establecida por Dios: “Todo aquel que comete
pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4). “Toda injusticia es pecado” (1 Jn. 5:17). Según Santiago,
el maldecir al prójimo es también una maldición a Dios, porque el hombre está hecho
“a la semejanza de Dios” (Sant. 3:9). Se podría
obtener el perdón de un vecino por el robo de su propiedad, pero robar también
es contra la ley de Dios (1 Cor. 6:10). El perdón de los pecados es
un acto divino, que ocurre en la mente de Dios, que está regulado por la ley
divina, lo que significa que tenemos que volver a las Escrituras para una apreciación
completa de la bendición del perdón.
¿Qué es el perdón?
En respuesta a la pregunta de
los discípulos sobre cómo orar, Jesús enseñó que el perdón era un componente
esencial de la oración, y que el perdón es condicional: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial” (Mat. 6:12,14).
La palabra “deuda” es muy útil
en la definición de perdón, porque el perdón es la cancelación de una deuda
(Ej. Mat. 18:21-35). En este caso, la deuda siempre es contraria a la
ley de Dios. Una palabra griega traducida “perdonar” es “afiemi”, que se traduce de
varias maneras en el Nuevo Testamento, pero el significado básico es despedir, enviar afuera, abandonar o dejar atrás (cf. Mat. 26:28; Hech. 2:38).
Para perdonar, a lo menos dos
personas están involucradas: uno que está dispuesto a perdonar, el otro que
está dispuesto a arrepentirse y aceptar perdón. El pecado y la culpa, requieren
el perdón divino para la cancelación de la deuda. En términos bíblicos,
una vez que el pecado es perdonado es olvidado por Dios, y ya no hay deuda. El
perdón de Dios hace imposible la condenación del pecador.
En la profecía de Jeremías acerca
del “nuevo pacto”, dijo Dios: “perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré
más de su pecado” (Jer. 31:34). El perdón
de Dios es exhaustivo y completo. Él no recuerda los pecados de su
pueblo. Él actúa como si nunca hubieren pecado. Otros pasajes de la
Biblia enfatizan el mismo punto, son los siguientes:
“Cuanto está lejos el oriente
del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12).
“El volverá a tener
misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo
profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:19).
“Yo, yo soy el que borro tus
rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25).
“Pedro les dijo:
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38).
“Así que, arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la
presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hech. 3:19).
“Ahora, pues, ¿por qué te
detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hech. 22:16).
La idea bíblica acerca del
perdón es el borrar la culpabilidad del arrepentido. El perdón elimina
tanto la culpa como las consecuencias espirituales del
pecado. Obviamente, algunos tipos
de comportamiento pecaminoso tendrán consecuencias físicas que continuarán
luego de que el arrepentido haya sido perdonado. El perdón no siempre
aliviará a una persona de las consecuencias físicas o sociales de sus pecados. Por
ejemplo, el ladrón perdonado tendrá que cumplir su sentencia en la cárcel, y el
borracho perdonado sufrirá por el anterior abuso de su cuerpo. Entonces,
el perdón de los pecados tiene que ver con la culpa y las consecuencias
espirituales, pero no involucra la responsabilidad frente a las consecuencias
físicas.
La Biblia atribuye el perdón
de los pecados a las acciones de Dios y a las acciones del hombre. El perdón de
los pecados es imposible sin la predicación del evangelio: “y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”
(Luc. 24:47). “para que abras sus ojos, para que se conviertan
de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que
reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los
santificados” (Hech. 26:18). El
evangelio revela plan de salvación de Dios, que incluye tanto la parte de Dios
(gracia) como la parte del hombre (la fe): “Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8).
Aunque hay muchos detalles, los componentes básicos
de perdón son los siguientes:
- El papel de Cristo en la prestación de un sacrificio perfecto por el pecado: “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mat. 26:28). Los sacrificios de animales y su derramamiento de sangre no podían quitar los pecados, sólo proveían un “perdón” ritual o ceremonial (Heb. 9:13,14; 10:1-4). La sangre del Hijo de Dios fue suficiente para quitar de una vez el pecado.
- El papel de Cristo al volver al cielo, a fin de cumplir con los tipos y figuras del Antiguo Testamento sirviendo como Sumo Sacerdote y Rey (Heb. 7:22-28, 9:11-28).
- El papel del hombre en el cumplimiento de los términos del perdón de Dios (Hech. 2:38,40,41; 8:37-38; 22:16).
- Para el hijo de Dios, el perdón de los pecados se obtiene a través del arrepentimiento y la confesión (Luc. 17:3,4; 2 Cor. 7:6-10). Si no hay arrepentimiento y confesión, no hay perdón. (Hech. 8:22; Sant. 5:16; 1 Jn. 1:9).
¿Debemos perdonar
al impenitente?
En resumen, no. No
estamos autorizados a hacer lo que ni siquiera Dios hace, a pesar de que algunos
crean que Dios requiere que perdonemos
incondicionalmente a la persona que nos agravie.
En la cruz, Jesús
oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34), sin embargo, el
perdón de Dios no vino sobre los pecadores hasta que cumplieron las condiciones
del evangelio (Hech. 2:38).
La ley de Dios requiere que
los hombres se arrepientan para que puedan ser perdonados. Jesús dijo, dos
veces, “No;
antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Luc. 13:3,5). Dios se
niega a perdonar a los impenitentes, el perdón no es para ellos. Para que Dios
no inculpe de pecado, el pecado debe ser cubierto (Rom. 4:7,8).
Jesús fue muy claro acerca de
la práctica de perdonar: “Mirad
por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se
arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete
veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Luc. 17:3,4).
La palabra “si” establece una condicionalidad. El perdón se concede con
la condición del arrepentimiento, no antes.
Debemos ser como Dios,
deseando “que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). A continuación,
debemos mantenernos absolutamente listos y dispuestos a perdonar a aquellos que
cumplen con las condiciones del perdón de Dios. Por una parte, no debemos ser
amargados, resentidos, queriendo venganza, sino muy dispuestos a perdonar. Por
otra parte, no debemos confundir la buena disposición de perdonar con el acto
mismo de perdonar.
Conclusión
Ser perdonado significa no
tener “conciencia de pecado” (Heb. 10:2). Ser perdonado
por otros es reconfortante y agradable, pero la obtención de una conciencia
limpia es posible sólo a través de “la sangre preciosa de
Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” quien dio “su vida en rescate por muchos” (1 Ped. 1:19, Mat.
20:28).
La muerte de Cristo ha hecho
posible nuestro perdón (Rom. 5:1). Él derramó su sangre para
salvarnos (Rom. 3:25; Ef. 1:7; Heb. 9:12; 12:24; 1 Ped. 1:2; Apoc. 1:5; 5:9), y
es por éste motivo, que el bautismo pone en contacto a los arrepentidos con
aquella sangre derramada: “¿O no sabéis
que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados
en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el
bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del
Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:3-4; Hech. 2:38;
22:16).
Según Hebreos 9:14, la
conciencia es limpiada por la sangre de Cristo. A su vez, el apóstol Pedro dijo
que el bautismo es “una petición a Dios
de una buena conciencia” (1 Ped. 3:21, LBLA). Por lo tanto, en el
bautismo se aplican los beneficios de la sangre de Cristo y se obtiene una
conciencia limpia.
El perdón es posible, pero
requiere que cumplamos con las condiciones de la gracia divina.