¿Predicador del evangelio?



Por Josué I. Hernández


En ocasiones, cuando la gente se entera de que soy un “predicador del evangelio”, me presentan más de alguna pregunta al respecto. Les interesa saber lo que me motivó a predicar. Tal vez lo hagan por curiosidad al compararme con los líderes religiosos del sectarismo actual, sobre todo si pertenecen a alguna denominación. A veces, las preguntas giran en torno al supuesto proceso al que ellos creen que yo me he sometido para entrar en la obra de la predicación. 

Sin duda alguna, varias preguntas son legítimas, y los predicadores del evangelio han de tener la respuesta pertinente para enseñar la verdad de Dios sobre el particular. A su vez, estas respuestas también son útiles para todos los discípulos de Cristo, para que cada uno de nosotros pueda considerar, apoyar y animar a los que predican el evangelio. Obviamente, las respuestas están en la Biblia y no en el mundo religioso. 

En el presente artículo examinaremos algunas de las razones correctas e incorrectas para ser un predicador según las Escrituras.

Si alguno es un predicador, no lo es porque…

Fue “llamado por Dios” a predicar. Son muchos los que creen que alguno se dedicará a la predicación cuando Dios lo llame a predicar, cuando reciba un llamado. Y para sustentar esta doctrina, citan sin respetar el contexto: nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón (Heb. 5:4).  Sin embargo, aunque el Nuevo Testamento registra que el Señor llamó y comisionó directamente a algunos (cf. Mat. 4:18-22; 10:1-42; Hech. 26:15-20), todo buen estudiante de la Biblia sabe que no existe tal llamamiento en la actualidad. En lugar de esperar que Dios comisione para la predicación, Pablo (un apóstol) le dijo a Timoteo (un predicador) que encargara (depositara, encomendara) el mensaje del evangelio a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim. 2:2). No hay ningún pasaje en el Nuevo Testamento que enseñe que los evangelistas de la actualidad han de ser “ordenados” como tales si es que reciben algún tipo de “llamado de Dios” para predicar el evangelio.

Recibió “educación secular” para predicar. Notemos lo que registró Lucas cuando Pedro y Juan comparecieron ante el concilio: “Al ver la confianza de Pedro y de Juan, y dándose cuenta de que eran hombres sin letras y sin preparación, se maravillaban, y reconocían que ellos habían estado con Jesús” (Hech. 4:13, LBLA). Aunque Pedro y Juan fueron educados y entrenados por Gran Maestro (Jesús), el concilio, como grupo de élite, los veía sin educación por la simple y sencilla razón de que ellos no poseían la formación oficial.  Vea también como Juan registró la opinión de a la multitud respecto a Cristo: “¿Cómo puede éste saber de letras sin haber estudiado?” (Jn. 7:15, LBLA).  El concepto según el cual se requiere como imprescindible la educación formal para poder proclamar el evangelio es una cualificación de origen humano, no es una cualificación bíblica.  Con demasiada frecuencia, si alguno no tiene cuidado, la propia educación secular puede llegar a ser incluso perjudicial.  

Fue “ordenado” para predicar.  Este es otro concepto sectario. La Biblia no enseña que alguna iglesia, o cualquier organización humana, pueda “ordenar” a quienes serán los predicadores.  Por ejemplo, Pablo y Bernabé recibieron “la diestra de compañerismo” para dirigir su predicación “a los gentiles, pero no fueron ordenados por la iglesia de Jerusalén para ello (Gal. 2:9, LBLA).  Así también, cuando Pablo dijo a Timoteo “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2), no dejó a Timoteo como el “encargado” de “ordenar” a los futuros predicadores. Timoteo debía equipar a hombres fieles que sean idóneos por la enseñanza de la doctrina (cf. 2 Tim. 1:13). Esto era parte de su obra de evangelista (2 Tim. 4:5).

Le “pagan” para predicar. Los predicadores del evangelio están divinamente autorizados para recibir apoyo financiero como sueldo por su trabajo (1 Cor. 9:14). Sin embargo, el apoyo financiero no siempre estará disponible en la cantidad y frecuencia necesarias. Además, el deseo de predicar, de por sí, no da el derecho de esperar apoyo. A menudo, los fieles predicadores deben mantenerse con algún trabajo secular.  El apóstol Pablo hizo esto en varias ocasiones (Hech. 18:1-4; 2 Tes. 3:8). Y es más, cuando él se reunió con los ancianos de Éfeso, al recordarles de su arduo trabajo entre ellos (Hech. 20:19-31), les dijo “vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hech. 20:34).  Alguno no es un predicador por el simple hecho de recibir salario. El predicador del evangelio es un verdadero evangelista porque está trabajando fielmente en la predicación del evangelio.

Recibe “aprobación” en su predicación. El apóstol Pablo dijo claramente: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1:10). Recordemos, el ejemplo de Pablo es patrón para los fieles (Fil. 3:17; 4:9). La predicación no es un trabajo para alguno que desea la gloria de los hombres.  Comúnmente, los predicadores carismáticos están dispuestos a comprometer la verdad para lograr la aprobación y alabanza de los hombres. Pero, los que son fieles, normalmente, no gozarán de aprobación y alabanza.  Pablo le dijo a Timoteo: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:3-5). Timoteo, como fiel evangelista, no debía comprometer o alterar su mensaje con el fin de recibir flores y aplausos: “…redarguye, reprende, exhorta… soporta las aflicciones… cumple tu ministerio (2 Tim. 4:2,5).

Si alguno es un predicador, lo es porque...

Ha decidido dedicarse a la predicación.  El apóstol Pablo escribió: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Cor. 9:16). Los predicadores de hoy pueden compartir con Pablo el deseo intenso de predicar. Sin embargo, debemos reconocer que Pablo fue llamado directamente por el Señor a predicar (Hech. 26:15-18).  Si él se hubiese resistido, habría sido “rebelde a la visión celestial” (Hech. 26:19).  Así, pues, en la actualidad no existe una vocación divina como la de Pablo. No obstante, si nos comprometemos en la obra del Señor, y luego optamos por no predicar, pecaremos. Así, pues, si alguno predica, es porque tiene el deseo abnegado por predicar.  Este deseo ha de basarse en el amor al Señor, a su palabra y a las almas.

Se ha preparado para predicar. Los apóstoles Pedro y Juan, estaban dispuestos a predicar porque “habían estado con Jesús” (Hech. 4:13) siendo preparados directamente por él. Sin embargo, nosotros no tenemos aquel tipo de contacto directo y personal con Cristo (1 Jn. 1:1-3).  A pesar de ello, en las Escrituras que han sido reveladas por el Espíritu Santo los fieles predicadores (como todos los cristianos) pueden alcanzar “la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16). Por esta razón, Pablo le dijo a Timoteo, “ocúpate en la lectura” (1 Tim. 4:13) y “usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).  Es obvio que los predicadores serán ejemplo al hablar “conforme a las palabras de Dios” (1 Ped. 4:11). Si alguno está preparado para ser un predicador, lo estará no por el diploma de algún colegio, sino por haber aprendido, y estar reteniendo, el patrón de las sanas palabras (1 Tim. 6:3; 2 Tim. 1:13; 3:14-17).

Aprovecha las oportunidades para predicar. Alguno podría tener el deseo de predicar y hacer todos los preparativos para hacerlo, pero hasta que no tenga la oportunidad para dedicarse a la predicación, simplemente no será un predicador.  A veces podemos crear estas oportunidades. Por ejemplo, cuando Pablo llegó a Atenas, “discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían” (Hech. 17:17). Si alguno tiene el deseo de ser un predicador, y está dispuesto a predicar, puede crear oportunidades legítimas y proclamar así la verdad. Otras oportunidades pueden venir por invitación (cf. Hech. 10:33; 24:25). Según este principio, una congregación puede tener en común acuerdo a un predicador entre ellos (cf. 1 Cor. 16:12; 2 Tim. 4:2). En consideración de lo anterior, Dios mediante, las oportunidades para predicar aumentarán a medida que se alcance algún apoyo financiero (cf. 1 Cor. 9:17; 2 Cor. 11:8). Pero, si alguno quiere predicar, debe estar dispuesto a trabajar duro (si así se requiera) para mantenerse a sí mismo como lo hizo Pablo (Hech. 20:34; 1 Tes. 2:9; 2 Tes. 3:8). Cuando el apóstol Pablo estaba en Corinto, trabajó como fabricante de tiendas y predicó todos los sábados en la sinagoga (Hech. 18:3-4). Sin embargo, cuando recibió el apoyo de Macedonia, “Pablo se dedicaba por completo a la predicación de la palabra” (Hech. 18:5, LBLA). Así, pues, el apoyo financiero permite a un predicador dedicarse por más tiempo a la oración y al ministerio de la palabra (cf. Hech. 6:4; 1 Tim. 2:1-7; 4:13-16).

Conclusión

Hay razones correctas e incorrectas para dedicarse a la predicación. Hay formas correctas e incorrectas para entrar y mantenerse en este trabajo. Los predicadores deben examinarse a sí mismos y estar seguros de que sus motivaciones son correctas y agradables a Dios. 

Aquellos que desean predicar, deben aprender a manejar bien la palabra y buscar oportunidades para predicar el evangelio a los demás, con o sin apoyo monetario de por medio.  

Los individuos cristianos y las iglesias locales deben tener cuidado de no colocar cualificaciones sectarias sobre los predicadores. 

Debemos esforzarnos por apoyar y alentar a los que juzgamos, a la luz de las Escrituras, como predicadores fieles y capaces al servicio de nuestro Señor Jesucristo.