Por Josué I. Hernández
Hay una doctrina muy popular en el
mundo religioso, de que una persona llega a ser salva en el mismo momento de
creer en Jesucristo, sin ningún acto de obediencia, sino solamente por la
fe. Sin embargo el libro de Santiago, en
el Nuevo Testamento, enseña todo lo contrario acerca de la fe y las obras de
obediencia. Por ejemplo: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta
en sí misma” (Stgo. 2:17).
Como varias otras doctrinas bíblicas,
la mayoría de las veces es incomprendido lo imprescindible de las obras de
obediencia al evangelio para que se produzca el perdón de los pecados y la
salvación. En esto, algunos confunden
las obras de obediencia al evangelio con las obras de la ley de Moisés, o con
las obras meritorias de los hombres para ganar la salvación. Tal cosa no debe ser así.
La Biblia es elocuente para declarar la
imposibilidad de nuestra salvación por obras aparte del evangelio, pues leemos:
“ya que por las obras de la ley ningún ser humano
será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento
del pecado” (Romanos
3:20). La ley de Moisés fue anulada y
clavada en la cruz: “anulando el acta de los
decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en
medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:14).
La única esperanza de salvación para la
humanidad perdida es el evangelio de Cristo.
Por lo tanto, no es de sorprenderse que el hombre será salvo por las
obras de fe y obediencia al evangelio de Cristo. Por lo tanto, la Biblia dice: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado
por las obras, y no solamente por la fe” (Stgo. 2:24).
Las obras que nos salvan, son las obras de
obediencia al evangelio de Cristo. “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto,
así también la fe sin obras está muerta” (Stgo. 2:26). La fe que cuenta para con Dios, es “la fe que obra por el amor” (Gal. 5:6). Por esto, de los cristianos en Éfeso fue
dicho: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Las obras del evangelio de Cristo son
importantes ante los ojos de Dios.
Una persona es hecha salva por la sangre de
Cristo, a través de la gracia de Dios.
Jamás se salva por la fe sola, sino a través de la obediencia al
evangelio de Cristo. Sabiendo que el
hombre debe hacer algo para ser salvo, Pedro dijo: “…Sed salvos de esta perversa generación” (Hech. 2:41). Por esto mismo, Saulo dijo a Cristo “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hech. 9:6). Cristo no negó que Saulo debía hacer algo,
al contrario Cristo dijo a Saulo: “Levántate, y vé a Damasco,
y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas” (Hech. 22:10). Por esto es que
Cristo “vino a ser autor de eterna
salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9).
Lo anterior no
quiere decir que el alma obediente se merece la salvación, sino que la
salvación es condicional a la obediencia al evangelio de Cristo. La persona obediente al evangelio es la que
reúne los requisitos para recibir la misericordia,
el amor y la bondad de Dios (Tit. 2:11; 3:4-5).
Según el
Espíritu Santo, por boca de Pablo, no seremos salvos por “por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tit. 3:5), sino
que seremos salvos “por su misericordia,
por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”
(Tit. 3:5). El lavamiento referido aquí
es el bautismo en agua para el perdón de los pecados (Hech. 2:38), y la
renovación referida aquí es la que obra el Espíritu Santo “por la palabra de Dios” (1 Ped. 1:23) la cual es su espada (Ef.
6:17), “Y esta es la palabra que por el
evangelio os ha sido anunciada” (1 Ped. 1:25).
El hombre no
es salvo por su propia justicia (Rom. 10:3), pero si es salvo por la justicia
de Dios, por el plan de Dios en el evangelio de Jesucristo para salvación
eterna.
La gracia de Dios es su favor inmerecido hacia
el hombre pecador. La gracia incluye
todas las disposiciones que Dios ha desplegado para la salvación del género
humano, cosas que el hombre no puede proporcionar por sí mismo.
Hay muchos
pasajes de la Biblia que muestran el carácter esencial de la fe, y que somos
salvos por la fe, justificados por ella, y así sucesivamente. Todos estos pasajes los creemos y los
aceptamos. A su vez, bien sabemos que
ninguno de estos pasajes dice que somos salvos por la fe sola, justificados por
la fe sola, y así sucesivamente.
Como ya
hemos dicho, el único pasaje que menciona el sustantivo “fe” y el adverbio “solamente”
es Santiago 2:24, que dice “Vosotros veis, pues, que
el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. Y como usted podrá ver, éste pasaje afirma que
la fe sola es inservible para con Dios.
Un punto
adicional que podemos notar es que nunca, en ninguna dispensación de la
historia humana, el hombre pudo ser salvo por la fe sola. Dios siempre ha requerido la fe y la
obediencia.
Jesús
dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16). No
es extraño que Jesucristo mencionara condiciones para la salvación. La salvación siempre ha sido, es y será
condicional, y las condiciones siempre las ha impuesto Dios.