Trabajando por cambiar el curso de nuestra nación



Por Josué I. Hernández


Salomón escribió: “La justicia engrandece a la nación, pero el pecado es afrenta para los pueblos” (Prov. 14:34). Los habitantes de una nación tienen la opción de seguir una cosmovisión bíblica, o una secular. Una cosmovisión bíblica es aquella en la cual los ciudadanos son conscientes de la existencia de Dios, y creen que su propio comportamiento está siendo constantemente juzgado y evaluado por un Dios omnisciente. Tales personas viven sujetándose al primer y segundo grandes mandamientos (amar a Dios y al prójimo, Mat. 22:37-40), y por la regla de oro (hacer a los demás lo que quieres que te hagan a ti, Mat. 7:12). Ellos son un apoyo para los demás, y no desean el mal a nadie. Son productivos en la sociedad,  dignos de confianza, honestos, solidarios y confiables. Son el tipo de personas a las cuales usted les podría confiar su propiedad y su familia.

Los secularistas, por el contrario, son impulsados ​​por la filosofía de que el hombre es su propia autoridad moral. Ellos ven al ser humano como un ser capaz de establecer su propia norma de ética y moral. Por lo tanto, no es extraño que muchos secularistas son ateos, que niegan la existencia de Dios y de cualquier norma moral vinculante; entonces, afirman que lo "correcto" y lo "incorrecto" están determinados por la sociedad. Como demuestra la historia, esto siempre ha tenido consecuencias desastrosas, para las personas que promulgan leyes que sirven a sus propios intereses y que a la vez someten a los menos afortunados. Una sociedad secularista es una sociedad del "yo primero". El pensamiento de los demás, y el compromiso para con los demás es sustituido por la autopromoción y la autoconservación. Es un comportamiento impulsado por la codicia. La historia demuestra que los días de una nación se numeran una vez que empieza por este camino sin Dios.

Nuestra nación ya está en este terreno resbaladizo. Nuestros tribunales y el Gobierno están adoptando cada vez más un enfoque secularista frente a las cuestiones importantes. Las referencias a Dios y a la Biblia si no son prohibidas en las escuelas y otros lugares públicos e instituciones, son objeto de burla y de menosprecio. Muchas personas están siendo engañadas por una falsa interpretación de la separación de la iglesia y el Estado. Utilizan la cláusula de separación contra la influencia de las sagradas Escrituras en la vida de los ciudadanos. Sin embargo, la cláusula de separación tuvo la intención de evitar que el Gobierno obligase una determinada religión prohibiendo las demás, protegiendo así el libre ejercicio de la religión.

La historia nos informa de muchas naciones que perdieron su camino, y sucumbieron para no levantarse nunca más. Sin embargo, es posible que una nación cambie su curso. Se puede recuperar el estatus de grandeza. El pueblo puede ejercer su libertad de expresión y hablar contra las políticas que atentan contra la ley de Dios. Los buenos ciudadanos pueden trabajar con otros para lograr un cambio.

Podemos enseñar lo que escribió el apóstol Pablo, acerca de la función limitada y ordenada por Dios para el Gobierno humano (Rom. 13:1-4). Podemos hablar con los funcionarios del gobierno acerca de los errores y abusos de poder. Podemos respetuosamente corregir a los funcionarios del Gobierno que nos tergiversan (como lo hizo Pablo en Hechos 21:37-40 y en Hechos 24:24-26). Podemos incluso protestar republicana y pacíficamente contra los errores que el Gobierno ha cometido en contra de sus ciudadanos (como lo hizo Pablo en Hechos 16:37). Por supuesto, también podemos votar. Un voto es una forma pacífica de expresar los deseos de uno para la dirección de la nación. En la mayoría de los casos, ninguno de los candidatos estará perfectamente alineado con la norma sagrada de Dios, pero a menudo sucede que el partido de un candidato estará más cerca que el otro de las normas bíblicas. En tales casos, el voto de uno podría ser más que un simple voto, para contrarrestar el mal mayor.

Ayudar a cambiar el curso de una nación requiere paciencia, el compromiso y la oración (1 Tim. 2:1-2). ¿Está usted trabajando por cambiar el curso de nuestra nación?