Por Josué I. Hernández
En "el día de todos los santos" según la
celebración que tiene lugar el 1 de noviembre para la Iglesia Católica y sus
feligreses, se habla mucho de “santos” y “santas” específicos y separados de
los demás católicos.
Entonces, preguntamos, ¿cómo usan las sagradas Escrituras el adjetivo "santo" ¿Hay diferencia entre el uso bíblico y el uso católico del concepto de "santidad"?
A la luz de las Escrituras, la
diferencia es patente. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribiendo a los
corintios dijo: “…a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados
en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1
Cor. 1:1,2).
La lectura de este pasaje, obviamente, deja muy claro que
Pablo no estaba escribiendo al cementerio de Corinto, sino a cristianos vivos,
consagrados (separados, apartados) para servir a Dios. Estos cristianos estaban
“santificados en Cristo” y habían sido “llamados a ser santos”. Los “santos”,
son la iglesia de Cristo, la cual invoca el nombre del Señor.
Según el léxico de Thayer la “santificación”
es: Santidad. Consagración. Separación de lo profano. Dedicación a Dios.
Purificación. Limpieza
El apóstol Pedro escribiendo a
cristianos dijo, “Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa…” (1 Ped. 2:9). A estos cristianos, que
componen el pueblo santificado del Señor, Dios les dice: “Sed santos, porque yo soy santo” (1
Ped. 1:16).
Con esto último vemos que la santidad
no depende solamente de Dios, el hombre tiene algo que hacer para ser “santo” para
Dios, y sostener así con Dios una relación espiritual de consagración. Además, por
la lectura de estos pasajes, aprendemos que la santidad no es vicaria, sino que
es una posesión individual; y, por lo tanto, no puede ser transferida o
imputada a otro.
¿Cómo ocurre la santificación?
Según lo afirmó Cristo, la
santificación está relacionada directamente con la palabra de Dios. Él dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). Y el apóstol Pablo dijo a los efesios, que
“la palabra de verdad” es “el evangelio” de salvación (Ef. 1:13; cf. “poder de
Dios para salvación”, Rom. 1:16). Por este motivo, aprendemos que la iglesia de
Cristo ha sido santificada, es decir, purificada “en el lavamiento del agua por
la palabra” (Ef. 5:26).
Entonces, sin el evangelio de Cristo no
es posible que alguno llegue a ser “santo”. Por esta razón, todos los que
obedecen el evangelio, es decir, los cristianos, tienen como fruto, es decir, como beneficio o provecho, la
“santificación” (Rom. 6:22; 1 Tes. 4:7).
Un buen ejemplo para explicar este
punto, es lo que sucedió a los corintios. Hay un “antes” y un “después” que
podemos ver en ellos, y la diferencia la hizo el Espíritu Santo por medio del
evangelio que Pablo les predicó. El apóstol Pablo les dijo:
“…No erréis; ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes,
ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.
“Y esto erais algunos; mas ya habéis
sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el
nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:9-11, énfasis mío, jh).
Según leemos, en un momento de sus
vidas los corintios fueron “lavados”, “justificados” y a la vez “santificados”,
y esto ocurrió “por el Espíritu de nuestro Dios” (cf. 2 Tes. 2:13). Aprendemos, por lo tanto, que la
santificación ocurre al mismo tiempo que la justificación, y por esto, limpiar
(del pecado) se usa intercambiablemente con perdonar, y perdonar
con justificar (Rom. 4:6-8):
"pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Jn. 1:7,9, énfasis mío, jh).
"Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado" (Rom. 4:6-8, énfasis mío, jh).
Al considerar el registro de la
conversión de los corintios en Hechos 18:1-11, aprendemos que el apóstol Pablo
usó “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” cuando les predicaba a los corintios el evangelio (cf. Ef.
6:17), y debido a esto, luego les dijo, “yo os engendré
por medio del evangelio” (1 Cor. 4:15).
En el libro de los Hechos, Lucas
registró: “Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su
casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hech.
18:8).
Pero, ¿por qué se bautizaron al creer el evangelio? ¿Cuál es
la relación entre el bautismo y la sangre de Cristo? La Biblia nos enseña que la sangre de
Cristo santifica y lava al pecador (Heb. 9:14; 10:10,29; 13:12), y es en el
momento del bautismo cuando el pecador arrepentido entra en el estado de
santificación para con Dios, es decir, le es dada la santidad (Apoc. 1:5; Hech.
22:16; Rom. 6:3,4,5,6,19).
Conclusión
Hay gran diferencia entre el uso
católico y el uso bíblico del adjetivo “santo” y el estado mismo de "santificación". Entonces, ¿por qué no creer a
la Biblia y dejar la tradición del catolicismo?
Considerando que Dios santifica a todo
aquel que obedece el evangelio, y los obedientes llegan a ser santos a Dios y
con esperanza de vida eterna, ¿es usted un verdadero cristiano, es decir, un
santo?