Por Josué I. Hernández
“Ciertamente
soy el más torpe de los hombres, y no tengo inteligencia humana” (Prov. 30:2,
LBLA).
A pesar de
reconocerse como “el más torpe” (“indocto”, LXX; “rudo”, RV; “estúpido”,
JER), Agur poseía sabiduría, aquella “percepción sobre las causas
subyacentes y la importancia o consecuencia de las cosas, percepción que le
permite a uno aplicar de la mejor manera el conocimiento que tiene” (H.
Hailey).
Para los
escritores bíblicos la sabiduría no es el conocimiento en sí (cf. Deut. 4:5-8; Sant. 3:13-18), “es
la ciencia divina mediante la cual los hombres pueden discernir su mejor fin y
saber cómo perseguirlo por los medios más adecuados” (A. Clarke), “el
conocimiento y la capacidad (habilidad) de tomar las decisiones correctas en el
momento oportuno” (Vine).
“Ciertamente soy el más torpe de los hombres, y no tengo inteligencia humana. Y no he aprendido sabiduría, ni tengo conocimiento del Santo. ¿Quién subió al cielo y descendió? ¿Quién recogió los vientos en sus puños? ¿Quién envolvió las aguas en su manto? ¿Quién estableció todos los confines de la tierra? ¿Cuál es su nombre o el nombre de su hijo? Ciertamente tú lo sabes. Probada es toda palabra de Dios; Él es escudo para los que en Él se refugian. No añadas a sus palabras, no sea que Él te reprenda y seas hallado mentiroso” (Prov. 30:2-6, LBLA).
Agur no era
arrogante, reconoció sus deficiencias, “Ni tengo entendimiento” (Prov.
30:2, RV1960). La humildad es imprescindible para la adquisición de la
sabiduría (Prov. 11:2), ya que nos permite el enfoque adecuado (Prov. 1:7), aquella
mentalidad óptima para recibir la instrucción (Sant. 1:21). Procurar la
sabiduría sin doblegarse ante Dios es una necedad (Prov. 3:7; Rom. 12:16; Sant.
7; 1 Ped. 5:6).
Dios es el
Altísimo (Gen. 14:18-20,22; Dan. 4:25,34), quien tiene todo el poder sobre su
creación (Col. 1:16,17). Por lo tanto, sus caminos son superiores (Is. 55:8,9;
1 Cor. 1:25) y su palabra permanecerá para siempre (1 Ped. 1:25; Is. 40:8) como
la divina verdad (Jn. 8:32; 17:17).
La palabra
de Dios es suficiente, y no se podría mejorar (Prov. 30:5; Jn. 17:17). Añadir a
la palabra de Dios, o quitar de ella, es asegurarse la condenación (Apoc.
22:18,19; Hech. 20:7; Gal. 1:8,9). Sea Dios veraz, y que todo hombre sea
mentiroso (Rom. 3:4).
El primer
pecado involucró la búsqueda ilícita de alguna sabiduría superior (Gen.
3:5,6). Agur nos enseña cómo ser sabios realmente. El camino de la
sabiduría involucra reconocer nuestra torpeza ante Dios, “Nadie se engañe a
sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase
ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Cor. 3:18).