Por Josué I. Hernández
Estas
son las palabras de María en las bodas de Caná de Galilea (Jn. 2:5). María
menciona a Jesús que al anfitrión se le había acabado el vino (Jn. 2:3). Y,
Jesús respondió, “¿Qué tienes conmigo,
mujer? Aún no ha venido mi hora” (Jn. 2:4). Luego,
María instruyó a los que servían a que hicieran todo lo que Cristo les dijera.
No
es mi propósito en este artículo abordar el significado del sustantivo “vino”
en este pasaje. La palabra griega “oinos” puede significar tanto vino
fermentado, como sin fermentar. Sin embargo, como ya he explicado en otros
escritos y sermones, hay poderosas razones para creer que el “vino” de este
pasaje fue uno sin fermentar. Para una discusión más amplia de esto, el lector
puede consultar mi obra “Un poco de vino”.
El
propósito de este artículo es aplicar las instrucciones de María a los
sirvientes. Pues, aunque estas instrucciones de María fueron expresadas en el
contexto de una fiesta de bodas, funcionan perfectamente para todas las demás
instrucciones y mandamientos de Cristo para el mundo.
Cristo
es el autor de la salvación para todos los que le obedecen (Heb. 5:9). Por tal
razón él dijo: “Nadie tiene mayor amor
que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:13,14). Ser amigo de Cristo sólo es
posible por obedecer los mandamientos de él. Abraham fue llamado “amigo de Dios” (Sant. 2:23) por su fe
obediente y activa (Sant. 2:21-24). Fue debido a su fe que Abraham obedeció
(Heb. 11:8). Si deseamos identificarnos con el fiel Abraham, debemos hacer lo
que Dios dice que hagamos. Obviamente, esta realidad bíblica es contraria a la
falsa noción de la “fe sola” para salvación. Según el consejo de María,
registrado por Juan en su relato del evangelio, debemos hacer todo lo que Jesús
diga que hagamos para alcanzar la vida eterna.
Por
último, notemos que María aconsejó que se hiciese “todo” lo que Cristo ordene.
No obstante, es común para la mayoría de los estudiantes de la Biblia el
procurar escoger y elegir entre los mandamientos de Dios, haciendo un énfasis
en algunos mandamientos en desmedro de otros.
La
Biblia nos amonesta a respetar la autoridad de Cristo en lo que hagamos, ya sea
en palabras o en hechos (Mat. 28:18; Col. 3:17). Lo cual significa que cuando Cristo
nos dice que debemos creer (Jn. 8:24; Mar. 16:16), debemos creer, pues es la
única alternativa de salvación. Y, que cuando él nos dice que nos arrepintamos
(Luc. 13:3,5) debemos arrepentirnos. Y, que cuando él nos dice que debemos
confesarle (Mat. 10:32), debemos confesarle (Rom. 10:9). Y, así también, que
cuando Cristo nos dice que seamos bautizados (Mar. 16:16) debemos bautizarnos
(Hech. 2:38,41). Y, si nos dice que le seamos fieles en todo, y hasta la muerte
(Mat. 10:22; Apoc. 2:10), debemos ser fieles a Cristo hasta el fin.
La misma regla se
aplica a todo lo que Cristo nos ha revelado en su palabra (Col. 3:16). Porque,
cuando él nos dice que debemos adorar en Espíritu y en verdad (Jn. 4:24),
debemos adorarle en Espíritu y en verdad. Cuando él nos dice que debemos
controlar nuestros pensamientos (Mat. 15:18,19; Fil. 4:8), debemos controlar
nuestros pensamientos. Cuando él nos dice que debemos controlar nuestra forma
de hablar (Mat. 12:34-37), debemos controlar nuestra forma de hablar.
En fin, es muy
sencillo:
“Haced todo lo que os dijere” (Jn. 2:5).