Por Josué I. Hernández
Salomón afirmó que
como un hombre piensa en su corazón, así es él (Prov. 23:7). Por lo tanto, la
conducta de un hombre está determinada por la condición de su corazón. Si su
conducta está mal, es porque su corazón está mal. Simón el mago pecó porque su
corazón no era recto a los ojos de Dios (Hech. 8: 18-23). Porque del corazón
salen los pecados de la vida de un hombre (Mat. 15:19). Así también, desde el
corazón viene la obediencia al modelo divino del evangelio (Rom. 6:17,18). Por
lo tanto, la necesidad de cuidar con diligencia nuestro corazón, es evidente
(Prov. 4:23).
La actitud del
corazón de un hombre hacia la verdad determina su relación con Dios. Pablo señaló
a quienes son engañados porque “no
recibieron el amor de la verdad que para ser salvos” (2 Tes. 2:10). Hay que
amar la verdad con el fin de ser salvo. Hay que seguir la verdad en amor (Ef.
4:15). Jesús declaró que la verdad por la cual uno es santificado es la palabra
de Dios (Jn. 17:17). Si alguno ama la verdad, la creerá, y la obedecerá. En
ella caminará, y por ella será ordenada su vida. Una vida ordenada, agradable,
y aceptable a Dios.
El propósito de
Satanás es eliminar la palabra de Dios del corazón, para que el pecador no crea
y sea salvo (Luc. 8:12). Con el fin de lograr esto, Satanás debe destruir el amor por la verdad. Esto
es fácilmente logrado con las pruebas, afanes, riquezas, y placeres de la vida.
Cada seducción a sucumbir frente a las pruebas, cada tentación a preocuparse por
las cosas de este mundo, o por exaltar y entronizar a las riquezas y placeres,
es una ocasión de parte de Satanás para desarrollar en nuestro corazón una
actitud equivocada hacia Dios y su bendita palabra.
Si entronizamos al
mundo y las cosas del mundo, entonces Dios será destronado. Si desarrollamos en
el corazón una actitud equivocada hacia Dios y su palabra, entonces una vida
equivocada será el resultado seguro.
La mala actitud
hacia Dios y su palabra, siempre es el resultado del desarrollo de una mala actitud previa hacia él y su bendita palabra. Cada cual siempre hace lo que ama (cf. Apoc.
22:15). El deseo profano de Israel fue emular a las naciones de alrededor (1
Sam. 8:5,20) lo cual les llevó a estar disconformes con el arreglo de Dios (cf.
Ez. 20:32). En última instancia, la propia demanda de un rey les llevó a la
apostasía completa.
Fue el deseo
injusto por la preeminencia y el poder eclesiástico, lo que llevó a los
cristianos de antaño, lejos de la simplicidad del modelo del Nuevo Testamento en
cuanto al gobierno de la iglesia; lo cual, a su vez, impulsó y proyectó el
desarrollo de la jerarquía católica romana.
Fue la insatisfacción
con las limitaciones de la palabra de Dios y el deseo de ganar prestigio en el
mundo, lo que dio lugar a la digresión en las filas del llamado movimiento de restauración. En fin, la
insatisfacción con la sencillez del evangelio, unida al deseo de reconocimiento,
sofisticación y prestigio, siempre conduce a resultados desastrosos.
Como antes ocurrió,
puede ocurrir hoy. Examinemos nuestros corazones y examinemos nuestras almas
para ver si hay algún propósito vano, o motivos injustos que corregir.
¿Cómo está nuestra
actitud hacia Dios y su palabra? ¿Estamos satisfechos con los arreglos de Dios?
¿Amamos su gloriosa verdad? ¿Estamos contentos de permanecer dentro de los límites
de las enseñanzas de Cristo (2 Jn. 9)? ¿Queremos hacer la voluntad de Cristo
(Jn. 7:17; 8:31,32)?
Que seamos capaces
de responder honestamente a semejante cuestionamiento. Porque si mantenemos
nuestro corazón recto ante los ojos de Dios, nunca nos extraviaremos de su
camino.