Por Josué I. Hernández
La
vida está llena de agitación y problemas, incluso para los mejores hombres, “El hombre, nacido de mujer, corto de días y
lleno de turbaciones” (Job 14:1). Sin embargo, muchos de los que se
enfrentan a una tremenda adversidad, también pueden experimentar un gran
triunfo gracias a la asombrosa mano de Dios.
José
fue odiado por el favoritismo que su padre le mostró (Gen. 37:1-4). Cuando tuvo
sueños y los reveló a su familia, sus hermanos se ensañaron contra él por la
envidia (Gen. 37:5-11). Así, pues, decidieron deshacerse de este “soñador” y
terminaron vendiéndole como esclavo (Gen. 37:12-36).
Todo
parecía perdido para el joven José. Sin embargo, Dios estaba con él, y se
convirtió en el brazo derecho de su amo (Gen. 39:1-6). Satanás procuró
destruirlo a través de la esposa adúltera de Potifar, pero la devoción de José
hacia Dios y su integridad por la fe, le impidieron pecar contra Dios, y José
huyó de la tentación (Gen. 39:7-13). Pero, al ser falsamente acusado de intento
de violación, fue encarcelado.
Finalmente,
José salió de la prisión a través de las circunstancias más inusuales. El rey
de Egipto tuvo un sueño que nadie podía explicar (Gen. 41). El copero informó a
Faraón del joven hebreo que interpretaba sueños en la cárcel, por lo tanto,
José fue convocado para interpretar el sueño de Faraón. Nuevamente, por medio
de la asombrosa mano de Dios, Faraón elevó a José como segundo en el reino de
Egipto. De prisionero a gobernante en menos de 24 horas. Ciertamente asombroso.
El
rey sirio Ben-adad, sitió Samaria, la capital de Israel (2 Rey. 6:24). Una gran
hambruna resultó del sitio, hasta el punto de que la gente estaba pagando el
costo más alto por una cabeza de burro, e incluso, por el excremento de los
pájaros (2 Rey. 6:25). Las madres estaban cocinando y comiendo a sus propios
hijos (6:26-30). Así de desesperada se volvió la situación.
El
rey de Israel quiso matar a Eliseo, el profeta de Dios. Sin embargo, Eliseo les
informó que al día siguiente habría comida abundante para todos (2 Rey. 7:1,2).
Esto era increíble, muy difícil de creer.
Al
siguiente día, cuatro leprosos descubrieron el campamento de los sirios
abandonado, con todas sus provisiones allí. La comida era abundante, para toda
la ciudad. Todo esto, un día después que madres comieran a sus hijos.
¡Asombroso!
Jesús
de Nazaret fue despreciado por los líderes judíos y rechazado por el pueblo en
general. Finalmente, tuvieron suficiente con su enseñanza, y se cohesionaron
para deshacerse de él. Fue detenido en el jardín de Getsemaní, y sometido a un
juicio humillante y desalmado, por el cual fue escupido y golpeado
repetidamente (Mat. 26:47-68).
Cuando
fue llevado ante Pilato, el trato no mejoró, no hubo justicia. Fue azotado, y
una corona de espinas fue colocada sobre su cabeza, y fue nuevamente humillado
en todo el proceso (Mat. 27:1-31). Aquel viernes, Jesús de Nazaret fue
crucificado y permaneció seis horas en agonía en el madero. Su cuerpo fue
puesto en un sepulcro nuevo, el cual fue sellado y custodiado (Mat. 27:32-66).
Temprano
en la mañana del domingo, al tercer día, Jesús salió de la tumba vivo,
triunfante y declarado como Hijo de Dios por la resurrección de entre los
muertos (Mat. 28:1-10; Rom. 1:4). ¡Asombroso! El más humillado de los hombres
triunfó sobre la muerte misma. Pasó de cordero sacrificado a Señor de vivos y
de muertos.
Nosotros
enfrentamos dificultades, contratiempos, tristezas, y pruebas duras. Nuestros
espíritus están aplastados, y estamos tentados a renunciar en más de alguna
oportunidad. Lo que necesitamos recordar en momentos difíciles es la sombrosa
mano de Dios.
El
mismo Dios que elevó a José de esclavo a prisionero en un día, es el mismo Dios
hoy y por los siglos (Mal 3:6; Heb. 1:12). El Dios que proveyó comida abundante
para toda una ciudad que perecía, es el mismo Dios que sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder (Heb. 1:3). El Dios que levantó a Jesús de la tumba
para reinar como Señor Todopoderoso, es el mismo Dios que un día nos resucitará
en el día final (1 Cor. 6:14).
La
asombrosa mano de Dios tiene el poder de liberarnos de la esclavitud del pecado
y brindarnos la sabiduría y la fuerza sobre las pruebas de la vida. No importa
cuan desesperadas y sombrías puedan ser las circunstancias, el Señor proveerá
una salida (1 Cor. 10:13), y sobre todas las cosas, él nos dará gozo, paz y
esperanza (Rom. 15:13). Que pongamos nuestra fe en Dios, y no en nosotros
mismos.