Por Josué I. Hernández
Cierto día, un predicador visitó
a un granjero amigo suyo. El granjero estaba en su campo, sembrando la semilla.
Los dos amigos conversaron:
“¿Qué estás haciendo?” – Preguntó
el predicador al granjero.
“Estoy sembrando para obtener las
futuras cosechas” – Contestó el granjero – “Espero cosechar sandías, tomates,
cebollas, papas y maíz”.
“¡Qué!” – Exclamó el predicador –
“¿Quieres decir que esperas obtener todos estos tipos de productos de la misma
siembra, con la misma semilla? De seguro tienes diferentes semillas mezcladas
en el saco”.
“No, te equivocas” – Respondió el
granjero – “Sólo tengo semillas de tomate en el saco. Pero, todas estas plantas
crecerán del mismo tipo de semilla si yo soy sincero al sembrar y trabajo duro
para que crezcan”.
“Estas equivocado, amigo mío” –
Dijo el predicador – “Génesis 1:11,12 enseña una de las leyes de Dios sobre la
reproducción. Toda semilla producirá según su naturaleza y género. Por lo
tanto, si siembras semilla de tomate, es imposible que coseches sandías. Si
quieres sandías debes sembrar semillas de sandías. ¡Eres el primer hombre que
he visto que quiere cosechar diferentes productos de una misma clase de
semilla!”
El agricultor estaba angustiado
en este momento de la conversación, porque había sido llevado a creer que la
sinceridad haría la diferencia a pesar de la semilla que plantara. Él había
llegado a creer que el esfuerzo sincero podría satisfacer su expectativa a
pesar de la semilla utilizada. Y a pesar de lo obvio, el granjero preguntó: “Amigo
mío, ¿quieres decir que aún con mi sinceridad y dedicación no podría cosechar con
semillas de tomates otros vegetales distintos?”
“Amigo mío” – Dijo el predicador –
“La sinceridad y el empeño no cambian la naturaleza de la semilla que estas
utilizando. Y por lo tanto, la semilla producirá según su naturaleza, y esto al
margen de tu sinceridad y dedicación”.
El siguiente día, temprano por la
mañana, el granjero fue a oír al predicador entregar su sermón dominical. El
sermón trató sobre el cuerpo místico de Cristo, la iglesia invisible. El
predicador decía que esta iglesia invisible está compuesta por todas las
denominaciones de la cristiandad, todas las iglesias visibles: Episcopal,
Metodista, Presbiteriana, Bautista, Católica, Cristiana, Pentecostal, Cuadrangular,
etc.
“Cualquiera de estas iglesias” – Dijo
el predicador – “Es tan buena como cualquier otra. Todas estas iglesias han
salido como resultado de la siembra del evangelio en el suelo del corazón
humano”.
El granjero se quedó meditando
profundamente… “Algo aquí anda mal” – Pensaba.
Así, pues, el granjero se acercó
a conversar con el predicador al final de la reunión.
“¿Acaso no tiene que sembrar semilla
Bautista para obtener un Bautista. Y semilla Luterana para obtener un Luterano.
Y semilla Metodista para obtener un Metodista?” – Dijo el granjero – “Me parece
que estás equivocado al decir que todas estas iglesias han surgido por la
siembra de la palabra de Dios. Seguramente estas denominaciones han venido de
las semillas de credos y doctrinas humanas” – Añadió el
granjero.
“Tal vez tengas razón en eso” –
Respondió el predicador – “Pero, no podemos todos ver las cosas de igual forma,
y la sinceridad de cada individuo traerá el fruto de una vida cristiana en
cualquiera de las diferentes iglesias, sin importar la creencia y la práctica”.
“Pero, ayer…” – Replicó el granjero
– “Usted me dijo que la sinceridad no podrá hacer una sandía con la semilla de
un tomate. Por lo tanto, tampoco podría un Bautista venir de la semilla del
evangelio puro de Cristo; ni un verdadero Cristiano nacerá de la semilla de la
doctrina Episcopal. La semilla del evangelio de Cristo sólo producirá cristianos,
cristianos solamente; nunca podría producir algún tipo particular de creyente
diferente. Es decir, la semilla Bautista producirá bautistas, y nunca dicha
semilla crecería para producir metodistas o luteranos. Esto me parece muy
obvio. Las personas no se convierten en metodistas al obedecer la predicación
de un luterano, ni en cristianos verdaderos al obedecer la predicación de un bautista”.
“Vamos, amigo mío, seamos
razonables” – decía el predicador – “Es mejor que olvidemos esa charla de ayer.
Y dejemos a la gente con la religión de sus padres”.
“Si mi madre y mi padre me
hubiesen dicho que las semillas de tomate producen sandías, eso no se hubiese
convertido en realidad” – Argumentó el granjero - “Y tampoco ayudará a los
feligreses de las distintas denominaciones el seguir adelante con una idea
falsa transmitida por sus padres… La religión falsa debe ser abandonada, sin
importar cuantas generaciones sinceras la abrazaron. Cada cual debe dejar los
credos, confesiones, y doctrinas humanas, y asimilar la semilla que lo
convertirá en un cristiano verdadero”.
Y la conversación terminó.