Por Josué I. Hernández
Varias son
las mentiras de Satanás respecto a la sexualidad humana. Entre esas falsedades
está la mentira sobre lo que se supone que sea la “masculinidad”. Y a pesar del
movimiento de nuestra cultura hacia una visión más nebulosa de género, el
diablo presenta ideas sumamente corrosivas sobre la “hombría”. Todo lo cual
está opuesto al plan de Dios para los varones.
Si nuestra
concepción de la virilidad se basa en las normas del mundo acerca de la
masculinidad, la realización de lo que se supone sea un “hombre” será como
buscar agua en el desierto. A la vez, el “macho” según los estándares de la
actualidad, vivirá frustrado, y sufrirá las consecuencias de su proceder
egoísta.
Si queremos
aprender cómo debe comportarse un hombre, no hay mejor estándar que Jesucristo.
Jesús de Nazaret es la imagen perfecta de todo lo que Dios quiere para que cada
varón sea “masculino” en el plan de Dios. Entonces, ¿qué rasgos,
características, y valores, demostró Jesús para ayudarnos a entender la
masculinidad bíblica?
En Cristo
aprendemos que un hombre, debe ser siervo, humilde, amoroso, y sensible.
Veamos:
Todo varón de mi generación reconoce las
películas de Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, en las cuales la
virilidad se demuestra en músculos y carácter dominante. La sociedad continúa
el pregón de tal estándar, en el cual el poder físico y el abuso de la
autoridad constituyen la verdadera masculinidad. Hollywood nos ha vendido tal
estereotipo, y lo seguimos absorbiendo y animando.
Por el contrario, aunque Jesús sabía que el
Padre había puesto todas las cosas en sus manos (Jn. 13:3), lavó los pies de
sus discípulos como siervo, incluyendo al hombre que lo traicionaría (Jn.
13:4-17).
Jesús nos enseña que la virilidad involucra
el servicio humilde, ya que el verdadero poder se ejerce en el servicio a
otros. Esto lo demostró en la cruz, donde Jesús ejerció su poder como siervo
dando su vida por todos (Jn. 3:16). Fue a través de tal virilidad de amoroso
servicio que Jesús desmanteló el poder de Satanás (Mat. 12:29; Col. 2:15; Heb.
2:14,15).
Jesucristo jamás mostró su virilidad con un
físico musculoso, o con la capacidad de intimidar a otros, sino “tomando forma de siervo” (Fil. 2:7).
Nuestra sociedad exalta la arrogancia y la
autosuficiencia como rasgos de virilidad, y todo “héroe” nos golpeará con
fuerza si le insultamos o nos atrevemos a cuestionarle. Por el contrario, Jesús
demostró su hombría piadosa al soportar la difamación, la falta de respeto, y
el odio, con deslumbrante humildad. Cuando Jesucristo sufrió el oprobio del
Sanedrín, él no amenazó, ni perdió el control en algún contraataque de “macho
alfa”. Con humildad llevó la corona de espinas y el manto que le pusieron para
humillarle (Jn. 19:1-3).
Jesús sabía que la burla no cambia el valor
de la persona que se humilla. Por lo tanto, demostró su masculinidad, “y estando en la condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Fil. 2:8).
Nuestra cultura nos dice que los verdaderos
hombres no pueden ser amorosos. Jamás pueden expresar el amor de manera verbal.
Y, menos aún, a sus compañeros varones. Nuestra cultura nos obliga a un
comportamiento distante, mediante el cual no se exprese el afecto. Sin embargo,
Jesús no se avergonzaba al hablar de amor: “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros” (Jn. 13:34). Incluso, preguntó a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que
éstos?” (Jn. 21:15-17).
Estos estigmas son difíciles de romper, pero
hay que esforzarse para destruirlos y experimentar las relaciones humanas de manera
estrecha, como es revelada en la palabra de Dios.
Jesucristo, el verdadero modelo de
masculinidad, fue lo suficientemente hombre como para decir a otros que los
amaba, incluso a sus amigos de sexo masculino.
Un hombre poderoso no tiene miedo de llorar.
Sin embargo, en algún momento de la historia se llegó a pregonar que los
hombres no lloran, que las lágrimas son para las mujeres, y que sólo los débiles
derraman lágrimas. Un macho alfa no podría ser sensible, predica Hollywood.
Jesucristo nunca tuvo reparos para expresar
sus emociones más intensas, y lloró abiertamente. Él nunca vio el llanto como
una antítesis de la masculinidad. Cuando Lázaro murió, las lágrimas de Cristo
fueron lo suficientemente elocuentes para que los observadores dijeran “Mirad cómo le amaba” (Jn. 11:35,36). Si
Jesús nos enseña a mostrar nuestras emociones dadas por Dios con esa hombría y
control que lo caracterizó, ¿por qué temer que el mundo nos vea llorar?
Estas cualidades que vemos en Cristo son
características de todos los seres humanos piadosos. Sin embargo, es necesario
destacarlas como propias de todo hombre viril. Debemos atacar el estándar satánico
de nuestra cultura con el cual el diablo quiere destruir la verdadera hombría.
Satanás es mentiroso y padre de mentira (Jn. 8:44) y nos ha mentido con el estándar
de virilidad que hemos absorbido.
Estimado lector, su masculinidad se mide
exclusivamente en la forma de emular a Cristo. Si usted es servicial, humilde, amoroso,
y sensible, entonces usted es realmente un buen hombre, nada menos que todo un
hombre.