El pegamento para la unidad



Por Josué Hernández 


Dos elementos divididos no pueden unirse sin otro elemento diseñado para unir, adherir, pegar. En los metales usamos soldadura, y en general, diferentes tipos de pegamento funcionan para encolar y unir. Para la unidad del pueblo de Dios también necesitamos un pegamento que, diseñado por Dios, resulta en la unidad de los creyentes. Pero, ¿cuál es aquel pegamento para la unidad? 

La oración de nuestro Señor por la unidad de los creyentes (Jn. 17:20,21) enfatiza la bendición de la unidad y su efecto (“para que el mundo crea que tú me enviaste”). Esta particular unidad se define como “basada en” y como “resultado de” la unidad con Dios. El resultado de la enseñanza (doctrina) aceptada y practicada: 

“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra… porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste… Yo les he dado tu palabra… Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad… Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:6,8,14,17,20,21). 

Los hombres han reconocido desde hace mucho tiempo la necesidad de la unidad: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Sal. 133:1). Sin embargo, no siempre han aceptado el plan de Cristo para hacer posible la necesaria unidad. 

La unidad es la consecuencia de la sumisión completa a la voluntad de Dios, es decir, la obediencia (cf. Luc. 22:42). No hay credo, catecismo, acuerdo, que reemplace la obediencia y logre este tipo de unidad (cf. 1 Jn. 1:3,7).

Todos los creyentes deben tener una “misma mente”, y también “un mismo parecer”, para servir a Cristo (1 Cor. 1:10). Describiendo ésa “misma mente”, Pedro dijo “sed todos de un mismo sentir” (1 Ped. 3:8), y Pablo agregó, “sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa… Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:2-8). 

La unión de diferentes individuos, en el deseo común de “pensar como”, “obedecer como”, y “ser como” su Señor, es la unidad por la cual Cristo oró. 

Cuando hermanos en Cristo difieren en su comprensión de la voluntad de Dios, el hecho que difieran en su comprensión bíblica no es destructivo de la unidad como las actitudes carnales lo son. Si los santos de Dios se esfuerzan por la unidad de la verdad, y reconocen el mismo estándar de verdad (cf. Jn. 8:32; 17:17), entonces, estudiarán juntos, acercándose más el uno al otro a medida que se acercan más a Cristo. Uno no necesita condonar el error, o participar en él, durante este proceso. Por otro lado, cuando forzamos la unidad a pesar de la organización, credo, alianza, financiamiento, actitudes carnales, etc., nos alejamos de patrón de unidad que Jesucristo nos dejó. 

Nada, absolutamente nada, unirá a los creyentes como el amor de Dios y la total entrega a su bendita voluntad (cf. Ef. 4:11-16; 1 Jn. 5:3), tal como lo aprendemos de Cristo (Jn. 17:26).