Obstáculos al canto



Por Josué Hernández

Ya que toda actividad espiritual está regulada por Dios (2 Ped. 1:3), debemos tener autoridad bíblica para todo lo que hacemos en su nombre (Mat. 28:18; Col. 3:17). Al invocar pasajes de la Escritura para alguna práctica en particular, también invocamos las definiciones y normas que tales pasajes imponen a la práctica definida (2 Tim. 1:13; 3:16,17). Al cantar salmos, himnos y cánticos espirituales debemos restringirnos a las obligaciones de la legislación divina para este tipo cántico. 


Dios mandó a “cantar” no  a “tocar” (Ef. 5:19; Col. 3:16). El instrumento requerido es el corazón humano “vuestros corazones”, no algún instrumento mecánico. Sin embargo, el instrumento mecánico no es el único obstáculo para cantar salmos, himnos y cánticos espirituales según Dios lo ha requerido de su pueblo.

Controversias se han levantado por el afán de integrar recursos que han llegado a molestar el canto aceptable a Dios, que obstaculizan la obediencia, que impiden la adoración y la edificación. Tales recursos, en lugar de facilitar la obediencia, crean conflictos innecesarios.

Extremos


En un extremo del conflicto están los hermanos que no están dispuestos a tomar buenas herramientas que mejoren, faciliten, y potencien su canto. Si la iglesia acuerda un programa de estudio y práctica para aprender salmos, himnos y cánticos espirituales, estos hermanos se oponen. Simplemente no quieren participar, no quieren aprender nuevos cantos, o no quieren entonarlos mejor. Estos hermanos no quieren dar lo mejor para el Señor (cf. Lev. 19:5; Col. 3:23).


En el extremo opuesto están los hermanos que se esfuerzan por imponer una determinada técnica para cantar, para crear un resultado artístico más agradable a los oídos.  

Equilibrio


Ninguno de los anteriores extremos es bueno. Por una parte, debemos usar de todo medio y método lícito para presentar la mejor ofrenda al Señor y edificar a nuestros hermanos. Sin embargo, no podemos imponer técnicas musicales que exaltan el “talento” y la “destreza” como el estándar para el culto. Si alguna técnica facilita la obediencia y ayuda a todos los santos a cantar como el Señor lo ha requerido, podrá implementarse a medida que todos aprendemos, y nos esforzamos por un bien mayor.


Dos propósitos son indicados para el canto cristiano. El apóstol Pablo escribió: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16).

El verbo enseñar (“enseñándoos”, gr. “didasko”) indica un método de predicación en el contexto de acción mutua y recíproca de los cristianos que cantan. Santos que mutuamente se enseñan y amonestan (“unos a otros”) en alabanza conjunta “al Señor” (Col. 3:16; Ef. 5:19).

Podemos ser mutuamente edificados y alabar al Señor aun cuando nuestra “técnica” sea menospreciable para algún profesional de la música. Dios es impresionado por la obediencia de fe. “Jehová no mira lo que mira el hombre” (1 Sam. 16:7). El hombre comúnmente es impresionado por objetos de valor físico (“mira que piedras, y qué edificios”, Mar. 13:1). Después de recibir una golpiza, incómodos y doloridos, “Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los presos los escuchaban” (Hech. 16:25,LBLA). La alabanza de estos varones fue apreciada por Dios (Hech. 16:26).


La actitud

“para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Cor. 12:25). La unidad no es una meta inalcanzable, un ideal imposible. El patrón de las sanas palabras incluye el amor, la benignidad, la paciencia (2 Tim. 1:13; Gal. 5:22). 


Debemos trabajar por mantener y fomentar la unidad, preocupados por el bienestar de los otros miembros del cuerpo. No hay sabiduría en la “desavenencia” (gr. “schisma”, una rotura, división). Debe quitarse de nosotros toda soberbia, vanidad, y envidia, a la vez que aprendemos que nos necesitamos los unos a los otros, “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros” (1 Cor. 12:21).