Ya que toda actividad espiritual está regulada por Dios (2 Ped. 1:3), debemos tener autoridad bíblica para todo lo que hacemos en su nombre (Mat. 28:18; Col. 3:17). Al invocar pasajes de la Escritura para alguna práctica en particular, también invocamos las definiciones y normas que tales pasajes imponen a la práctica definida (2 Tim. 1:13; 3:16,17). Al cantar salmos, himnos y cánticos espirituales debemos restringirnos a las obligaciones de la legislación divina para este tipo cántico.
Extremos
Equilibrio
Ninguno de los anteriores extremos es bueno. Por una parte, debemos usar de todo medio y método lícito para presentar la mejor ofrenda al Señor y edificar a nuestros hermanos. Sin embargo, no podemos imponer técnicas musicales que exaltan el “talento” y la “destreza” como el estándar para el culto. Si alguna técnica facilita la obediencia y ayuda a todos los santos a cantar como el Señor lo ha requerido, podrá implementarse a medida que todos aprendemos, y nos esforzamos por un bien mayor.
Podemos ser mutuamente edificados y alabar al Señor aun cuando nuestra “técnica” sea menospreciable para algún profesional de la música. Dios es impresionado por la obediencia de fe. “Jehová no mira lo que mira el hombre” (1 Sam. 16:7). El hombre comúnmente es impresionado por objetos de valor físico (“mira que piedras, y qué edificios”, Mar. 13:1). Después de recibir una golpiza, incómodos y doloridos, “Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los presos los escuchaban” (Hech. 16:25,LBLA). La alabanza de estos varones fue apreciada por Dios (Hech. 16:26).
“para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Cor. 12:25). La unidad no es una meta inalcanzable, un ideal imposible. El patrón de las sanas palabras incluye el amor, la benignidad, la paciencia (2 Tim. 1:13; Gal. 5:22).
Debemos trabajar por mantener y fomentar la unidad, preocupados por el bienestar de los otros miembros del cuerpo. No hay sabiduría en la “desavenencia” (gr. “schisma”, una rotura, división). Debe quitarse de nosotros toda soberbia, vanidad, y envidia, a la vez que aprendemos que nos necesitamos los unos a los otros, “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros” (1 Cor. 12:21).