“Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú quieras” (Mat. 26:39, LBLA).
Por Josué I. Hernández
En el jardín
de Getsemaní, inmediatamente antes de su arresto, Jesús oró al Padre: “Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26:39). ¿Por
qué oró Jesús? ¿Estaba orando para evitar la cruz? ¿Quería abortar su misión?
No son pocos los que argumentan que así era. Nos dicen que Jesús oraba para escapar
de su muerte inminente en la cruz, que su voluntad se oponía a la voluntad del
Padre, que hubo en el corazón de Jesús una intención desobediente. Varios
expositores argumentan por un conflicto de voluntades entre el Padre y el Hijo,
porque el “lado humano de Jesús” o “naturaleza humana” se oponía a los
propósitos divinos. Sin embargo, este no fue el caso en lo absoluto. No hubo
conflicto de voluntades en el jardín de
Getsemaní. Quienes levantan tales argumentos usan de mucha imaginación y de
poca Biblia.
Jesús de
Nazaret no tenía dos espíritus, ni dos voluntades distintas. Argumentar que
Jesús tenía dos espíritus es negar su humanidad, porque ningún ser humano tiene
dos espíritus. No leemos en la Biblia de que el espíritu divino quería caminar
en la luz, mientras que el espíritu humano deseaba caminar en la oscuridad.
Este punto de vista no es bíblico, ni lógico. La Biblia enseña que el espíritu
divino encarnado en Jesús de Nazaret era el mismo espíritu antes de la
encarnación (1 Jn. 1:1), Jesús de Nazaret es Dios con nosotros (Mat. 1:23). Su
espíritu divino permaneció sin cambios durante sus días en la carne (Heb.
1:10-12), porque “Jesucristo es el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8). El espíritu de Jesús era
completamente divino y su cuerpo era completamente humano.
El Hijo y el
Padre siempre han compartido unidad perfecta y armoniosa (Jn. 10:30), y Jesús “siempre”
hizo la voluntad del Padre (Jn. 8:29; 4:34). No hubo fractura en el
seno de la divinidad. La oración del santo Hijo de Dios no refleja alguna
intención desobediente, o de rebelión. Simplemente refleja que, fuera del
ámbito de la revelación específica que leemos en la Biblia, Dios tiene varias
opciones disponibles para cumplir su voluntad y llevar adelante sus santos y
divinos propósitos. Por supuesto, este es el reino de las “cosas secretas”
(Deut. 29:29) y no estamos en libertad de pisar allí. No podemos ir más allá de
lo que está escrito (1 Cor. 4:6). Simplemente, no tenemos los detalles de qué
fue lo que específicamente preocupó tanto a Jesús en el jardín, pero sí sabemos
que Jesús no estaba sujeto a su “lado humano que se oponía a los propósitos
divinos”. Sabemos, sin temor a equivocarnos, que el Hijo de Dios no estaba
orando para abortar la misión que él vino a cumplir, es decir, morir en la cruz
para salvarnos.
Procurando
una correcta interpretación
Al encontrarnos con un pasaje bíblico difícil, uno siempre debe volver a la base de los hechos más básicos que conoce, los cuales proporcionarán un fundamento sólido para la comprensión bíblica posterior. Primero, uno debe reunir información de los pasajes más claros sobre el tema. Luego, uno puede pasar con mayor seguridad a los más difíciles. Este proceso permite acercarse a los pasajes complejos desde una perspectiva más clara, y en un proceso seguro.
Dada la variedad de puntos de vista para este pasaje, y
la tendencia general de basar las conclusiones personales especulaciones en lugar de una
bíblica convicción, insto al lector a sopesar los argumentos de este artículo
con mucho cuidado. Busquemos una explicación de este pasaje que respete
la armonía de las sagradas Escrituras. Estamos obligados a creer lo que Dios
dice, y estamos limitados a conclusiones que mantienen la armonía bíblica de
todos los pasajes relacionados.
¿Qué
significa el contraste entre la voluntad del Padre y la del Hijo?
Aceptando
la armoniosa unidad en la deidad (Jn. 10:30), podemos asumir que cuando Cristo
dijo “Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42), el santo Hijo de Dios indicaba el ámbito de la voluntad
de Dios que está fuera de la revelación específica en la Biblia, ámbito al cual
no podemos acceder. Sin duda, había más de una manera mediante la cual
Jesucristo podría cumplir su misión y muchos detalles involucrados en el
proceso. Por ejemplo, el Antiguo Testamento enseñó que el Cristo experimentaría
dolor, pena, opresión y aflicción (Is. 53:4-7), pero, ¿qué cantidad de
sufrimiento? Y, ¿por cuánto tiempo? Tampoco fue especificado en las profecías
por cuánto tiempo el Cristo sobreviviría colgando de la cruz. La profecía
especificó por cuánto tiempo estaría en el sepulcro, pero no indicó cuánto
tiempo permanecería vivo bajo sufrimiento. El hombre promedio sobrevivía dos,
tres, o cuatro días crucificado, pero el santo Hijo de Dios permaneció vivo por
seis horas (Mar. 15:25,33). Él ya estaba muerto cuando los soldados llegaron a
él con la intención de romperle las piernas (Jn. 19:33). ¿Por qué murió Jesús
más rápido que el promedio? ¿Por qué pasó un tiempo comparativamente breve en
la cruz? Dios quiso que así fuera. Lo mismo podríamos argumentar respecto a
toda la humillación y sufrimiento previos a la cruz.
Mientras permaneció en el jardín de Getsemaní, Jesús oró en tres
ocasiones las mismas palabras (Mat. 26:44). Esto significa que en cada oración
el Hijo de Dios oró para que se hiciera la voluntad del Padre. Cristo quería
terminar su obra (Jn. 4:34). No había conflicto entre el Padre y el Hijo. El
único sentido en que se nos sugiere que había diferencia (no conflicto)
de voluntades es que, a lo menos, había en la deidad dos maneras de
ejecutar un mismo plan.
Sobre todas las cosas, Cristo no oraba por socorro espiritual, sino por
fuerza física. El espíritu eterno (Jn. 1:1,14) del Verbo encarnado permaneció
completamente divino. Él es “Dios con
nosotros” (Mat. 1:23). Había aceptado las limitaciones del cuerpo humano, y
en esta área de su misión a nuestro favor él puso su confianza en el Padre
(Heb. 2:13,14). Necesitaba ayuda física en el trance al cual por fin había
llegado. Esta no sería la primera vez en la cual el Padre proporcionaría tal
ayuda física al Hijo (Mat. 4:11). Dos detalles nos indican que el Padre otorgó
tal ayuda física. Un ángel apareció para fortalecerle (Luc. 22:43). Y, luego de
la tercera oración, los relatos en el evangelio presentan a Jesús fortalecido,
calmado, empoderado, para enfrentar la cruz (Mat. 26:45,46; Mar. 14:42; Luc.
22:45). Estos detalles del contexto nos ayudan a comprender que,
independientemente de lo que oró Jesús en el jardín, sintió los beneficios
físicos de la respuesta del Padre, y ahora ya estaba listo para cumplir su
misión.
Lo que podemos asumir por la revelación en la Escritura
Con total certeza Jesús dijo a sus
apóstoles “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las
ovejas del rebaño serán dispersadas. Pero después que haya
resucitado, iré delante de vosotros a Galilea” (Mat. 26:31,32). El santo Hijo de Dios sabía lo que sucedería, tanto
circunstancialmente como moralmente. Él había examinado las intenciones,
pensamientos, y decisiones, que tomarían sus discípulos (cf. Sal. 139:2,3; Jn.
2:25).
Aquellos que argumentan que la oración en Getsemaní fue para huir de la
cruz hacen de Cristo un hombre voluble como Pedro lo era. Pedro dijo, “Aunque todos se
escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mat. 26:33), pero luego, sabemos que abandonó a
Jesús (Mat. 26:69-75). Pero, Jesús no era como Pedro. Él nunca haría una
promesa que luego pretendería deshonrar. La oración en el Getsemaní fue
conforme a todo lo que el Hijo de Dios había dicho anteriormente. No hubo
conflicto de voluntades entre el Hijo y el Padre.
Si el Hijo quería huir de la cruz, ¿por qué reprendió a Pedro cuando
éste sacó su espada para impedir el arresto? “Mete tu espada en la vaina;
la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). Si la oración de Jesús en Getsemaní fue un intento
pecaminoso por huir de la cruz, entonces Jesús reprendió a Pedro por hacer lo
mismo que él había hecho. El caso no es así. Nadie debía interferir en su
misión por salvarnos. Morir en la cruz fue exactamente lo que Jesús debía hacer
(cf. Jn. 3:14; 12:27). El propósito de la encarnación del Verbo eterno fue
morir en la cruz. Él no vino a la tierra y luego cambió de opinión. Ni tampoco
oró para huir de la cruz, y luego, arrepentido, condenó a Pedro porque éste
quería evitar su arresto. Recordemos que esta no fue la primera vez en que
Pedro interfería en el plan de Dios, ni la primera reprensión que Cristo a su
persona por intentar hacerlo (Mat. 16:21-23). El Dios infalible no es
inconsistente, él no se contradice a sí mismo. Cualquier interpretación que
hace de Dios un hipócrita es una interpretación falsa.
La oración del Hijo en Getsemaní fue respondida por el Padre (Heb.
5:7). De hecho, el Padre siempre responde al Hijo (Jn. 11:41,42). Una oración
que Dios oye es una oración que Dios responde (Luc. 1:13; 1 Jn. 5:14,15; Jn.
9:31). La profecía del Salmo 22, también enseña que la oración del Hijo fue
oída (Sal. 22:24). Ahora bien, si la oración en el Getsemaní es para huir de la
cruz, y Dios la respondió (“fue oído a
causa de su temor reverente”, Heb. 5:7), entonces, ¿por qué Jesús siempre
tuvo que morir en la cruz que supuestamente quería evitar?
La muerte
indicada en Hebreos 5:7 es la angustia
mortal que Jesús experimentó en el jardín. Su sudor era como grandes gotas de sangre (Luc. 22:44).
El cuerpo físico de Jesús sufría los efectos de la fatiga, el estrés y la
tensión. Al aceptar su papel en la forma
de un siervo, el Verbo eterno aceptó las limitaciones físicas del cuerpo
humano. Él, en cierto sentido, había atado sus propias manos con respecto a su
fuerza física. Su obra como el cordero
que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29) lo obligó a aceptar las
consecuencias físicas en el desempeño de su obra de sacrificio. Jesús se negó a
usar su poder divino para resolver el problema de su debilidad corporal. Esto
explica su oración al Padre. Él confió en la ayuda del Padre, y como ya hemos
visto, esto es exactamente lo que le fue conferido (Luc. 22:43). Su oración fue
contestada. Los que dicen que Jesús oró por la liberación de la cruz, se ven
obligados a decir que la oración de Jesús no fue contestada, pero la Biblia dice que su oración fue respondida
(Heb. 5:7). Cristo quería morir por nosotros (Heb. 12:2).
¿Qué significa el uso del verbo “pasar”?
Una cosa no puede “pasar” si nunca ha
existido, por ejemplo, el cielo y la tierra (Mat. 24:35; Heb. 1:10-12; 2 Ped.
3:10). Para que el universo “pase” debe existir. Lo mismo se aplica a la “copa”
mencionada por Cristo en su oración. Tal copa debe existir para que pueda
“pasar”. El verbo “pasar” (gr. “parecomai”) es definido como “venir o ir
adelante, llegar, pasar al lado, pasar por alto” (Vine). Por ejemplo, “la hora ya pasada” (Mat. 14:15), o “habiendo pasado mucho tiempo” (Hech.
27:9).
La interpretación de la expresión “pase de mí esta copa” (Mat. 26:39; Luc. 22:42) es dada por Marcos, quien por inspiración,
nos indica que Jesús oró para “que si fuese posible, pasase de él aquella hora” (Mar. 14:35).
Jesús oraba para que el Padre le ayudase a “salir adelante” de su copa de
agonía, y eso es precisamente lo que el Padre le ayudó a hacer. La oración fue
respondida. La copa “pasó” de él.
Jesucristo tenía un conocimiento nítido de su futura misión. En boca de
David y Zacarías, el Verbo eterno habló en primera persona singular diciendo, “y mirarán a mí, a quien
traspasaron” (Zac. 12:10), “Horadaron mis manos y mis pies… Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:16,18).
El cumplimiento de estos pasajes fue más seguro que la permanencia del propio
universo (Luc. 16:17). La oración del Hijo en Getsemaní fue respondida. El
Padre le proporcionó ayuda providencial (ej. Luc. 23:26) y fortaleza física
(Luc. 22:43).
Pero, ¿qué es la copa?
Opiniones variadas y multicolores han
sido expresadas. Unos dicen que es la cruz. Otros afirman que es la aflicción
previa. Otros, que es todo el espectro del sufrimiento por delante. Algunos,
admiten no comprender exactamente lo que la copa en la oración de Cristo
significó. Dos cosas podemos afirmar. En primer lugar, el Padre y el Hijo lo entendían
completamente. En segundo lugar, el Padre y el Hijo estaban en total
concordancia, y armonía, no existiendo en el Hijo alguna intención
desobediente.
No juzgar a Jesús como uno más de los mortales
Muchas personas ignoran lo que la
Biblia dice sobre la naturaleza de Jesucristo, y basan sus creencias en sus
propios sentimientos y suposiciones. Ellos juzgan a Jesús según sus propias
inclinaciones, miedos, aprehensiones. Si ellos desesperadamente rechazarían la
cruz, entonces Jesucristo debió haber hecho lo mismo. Si ellos usarían de
medios ilegales para satisfacer el hambre, entonces Jesús haría lo mismo (cf.
Mat. 4:1-4). A propósito, el hambre no es un deseo pecaminoso. Sin embargo,
había un abismo entre el ofrecimiento del diablo por tentación y el deseo
lícito de satisfacer el hambre. Hay diferencia entre la tentación externa, y el
deseo interno. Jesucristo nunca experimento deseo pecaminoso (“Has amado la justicia, y aborrecido la
maldad”, Heb. 1:9). El hecho de que todos los humanos al momento de entrar
en la responsabilidad moral hemos pecado cediendo a las tentaciones, no
significa que Cristo lo haya hecho. Jesucristo no está en el grupo de Romanos
3:23.
No es justo, ni bíblico, que si alguno
desea lo malo afirme que Cristo también debió desear lo malo. Si yo soy débil,
¿por eso Cristo fue débil? Si soy cobarde, ¿por eso Cristo se acobardó? Si yo
procuraría huir de la cruz, ¿por eso Cristo también lo haría?
La falta de comprensión y aceptación de
lo que la Biblia enseña acerca de Jesucristo es el más fundamental de todos los
errores religiosos, ya que este concepto erróneo es el que siempre conduce a
una falta de respeto ante la autoridad de Jesucristo (Mat. 28:18), y la base de
otras varias enseñanzas y prácticas erróneas.
Hoy en día está de moda el humanizar
radicalmente a Jesucristo, limitándolo a la esfera humana más baja. Se afirma
que la humanidad limitaba a Jesús de cualquier conocimiento, habilidad y
capacidad, al punto de ser atraído por el mal. Se dice que la oración en
Getsemaní fue el intento falible de la humanidad de Cristo para desobedecer al
Padre. Sin embargo, el tenor de las Escrituras afirma que el Verbo tomó forma
humana, bajando del cielo, para hacer la voluntad del Padre (Jn. 6:38). Este
fue su propósito para habitar entre nosotros (Jn. 1:14; 4:34).
Así como no hay derecho, ni autoridad,
para especular sobre las intenciones o motivaciones de nuestros semejantes,
mucho menos debemos siquiera intentar impugnar las motivaciones de Dios.
Un plan predeterminado por Dios
Jesús de Nazaret no era un hombre común
orando en un jardín. Su decisión de morir en la cruz por nosotros no fue la
elección de un hombre voluble y falible. Fue la ejecución deliberada de un plan
concebido en el seno de la deidad, un plan divinamente preordenado. Cristo
estaba predestinado a morir en la cruz por nosotros. Un cuerpo completamente
humano, de carne y hueso, era lo que estaba suspendido en una cruz, pero el espíritu
y la voluntad que dirigían ese cuerpo eran completamente divinos. Jesús fue
entregado a la muerte por el determinado consejo y anticipado consejo de Dios
(Hech. 2:23). Un hombre asustado y vacilante no tomó esa decisión. Dios el Hijo
tomó la decisión. La muerte de Jesucristo en la cruz fue exactamente lo que la
mano y el consejo de Dios, es decir, su omnipotencia y omnisciencia, habían
determinado que sucediera (Hech. 4:28). Jesús fue el cordero inmolado desde
antes de la fundación del mundo (Apoc. 13:8), y su preciosa sangre fue
derramada conforme al plan eterno de Dios (1 Ped. 1:18-20).
Dios es luz (1 Jn. 1:5), su consejo es inmutable (Heb. 6:17). En él “no hay cambio ni
sombra de variación” (Sant. 1:17). Dios es fiel (2 Tim. 2:13). El no
falla (Heb. 13:5).
Conclusión
La oración de Cristo en Mateo 26:39 se
encuentra entre dos declaraciones importantes. “Mi alma está muy afligida,
hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo” (Mat. 26:38, LBLA). Luego, después de su oración, les dijo, “Velad y orad para
que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mat. 26:41, LBLA). Hay concordancia entre “hasta el punto de la muerte” y “la
carne es débil”. Jesucristo no temía morir, pero estaba preocupado por las
limitaciones de su cuerpo físico.
Poseyendo toda la plenitud de la deidad, pero con esta plenitud alojada
en un cuerpo humano, Jesús sabía todo detalle limitante de “aquella hora” que
enfrentaba. Su papel redentor requería de un cuerpo (Heb. 10:5; 2:14) y él usó
ese cuerpo para gustar la muerte por todos (Heb. 2:9). Sólo podría experimentar
la muerte si estaba unido a un cuerpo humano, porque la muerte ocurre por la
separación entre el cuerpo y el espíritu (cf. Sant. 2:26). Al aceptar ese
cuerpo, el Verbo aceptó todas las limitaciones humanas, como el hambre, la sed,
o el cansancio (cf. Mat. 4:2; Jn. 19:28; Mat. 8:20), lo cual bien ayuda a
entender la oración en el jardín de Getsemaní.
Jesús sabía que había de morir (Jn.
3:14; 18:4). Este acontecimiento nunca estuvo en disputa. Este evento fue
preordenado en el seno de la deidad, aún antes de la fundación del mundo. Él
podía comprender en su omnisciencia la magnitud del flagelo y abuso que su
cuerpo debía aguantar. Su oración en Getsemaní no era una petición vacilante de
un cobarde que trataría de evitar la muerte a toda costa, él oraba para recibir
la fuerza y ayuda físicas para soportar la cruz. Ningún milagro podría ser
realizado para evitar el sufrimiento personal que era parte del propósito del
Padre para él. En las áreas que no podríamos escrutar de la divina providencia,
Jesucristo depositó su confianza en el Padre. Podría llamar a doce legiones de
ángeles (Mat. 26:53), pero no lo hizo, el propósito eterno de Dios debía
cumplirse en su cuerpo (Mat. 23:54).
Jesucristo se entregó a aquel que juzga con rectitud (1 Ped. 2:23), y
confiando en el Padre (Heb. 2:13) avanzó a la cruz como siervo fiel (Fil. 2:7).
Debido a que Jesús, siendo Dios, no puede negarse a sí mismo (2 Tim. 2:13), el
éxito de su misión fue seguro. Siendo Dios, él no fracasaría (Is. 42:4; Sof.
3:5), para salvarme a mí.