Por Josué Hernández
¿Dónde están aquellas
familias piadosas de las cuales nos hablaron nuestros padres? Ya no vemos en
las iglesias del Señor aquellas familias piadosas de antaño, a esos padres junto
a sus hijos, todos “en familia”, involucrados diligentemente en las cosas del
Señor. Sabemos de aquellas historias maravillosas, ciertamente, inspiradoras,
pero que chocan con la realidad presente.
Ahora, cuando
preguntamos a los padres por la inasistencia de sus hijos a las reuniones de la
iglesia, los excusan con argumentos endebles, procurando justificarles sin la
mayor preocupación. Abuelos se congregan con sus nietos, porque los padres no
tienen interés alguno, o simplemente, abandonaron a Dios y a su pueblo. Padres
solteros, o divorciados, luchan día a día con la crianza mientras gran parte
del día deben trabajar en lo secular.
En fin, se ha
hecho más usual el observar familias desintegradas. Y todo esto no es extraño,
si consideramos la alta tasa de divorcios, la impiedad general, el
materialismo, el abuso de niños, y la delincuencia juvenil.
Las familias
están sujetas a una presión tremenda. Apretadas agendas de actividades diversas
separan a los cónyuges, y a los padres de sus hijos. La familia está en crisis,
y ya no logra participar como antes en actividades conjuntas.
Los padres
tienen dos, o tres trabajos. Y en casa hay dos o más coches que parten cada día
en direcciones diferentes. Dentro de casa los aparatos electrónicos consumen el
poco tiempo de conversación familiar que quedaba.
La familia ya
no come junta, ya no se comunica personalmente, ya no lee la Biblia, ya no ora,
ya no se congrega unida. Simplemente, no hay tiempo para visitar a los hermanos
y hacer buenas obras “en familia”.
Familias ejemplares en la Biblia
En los tiempos
bíblicos hubo familias piadosas que permanecían unidas en su servicio al Dios vivo.
Por ejemplo, las familias del tiempo de Nehemías, que trabajaron y adoraron
juntas, como Salum y sus hijas (Neh. 3:12). Sin embargo, algunos padres de hoy tienen
grandes dificultades para que sus hijos los acompañen en el camino del Señor.
Sencillamente, sus hijos están empapados de las cosas del mundo como para seguir
a Cristo.
En el tiempo
de Nehemías, padres e hijos se unieron para oír la ley del Señor desde el alba hasta
el mediodía (Neh. 8:2,3). ¿Se imagina algo así hoy? Actualmente, padres e hijos
tienen serios problemas para permanecer atentos y reverentes en los servicios
de reunión que duran mucho menos tiempo. Hijos distraídos y desordenados,
padres somnolientos y cansados, son los asistentes comunes a nuestras
reuniones.
En el primer
siglo, muchas familias apoyaron el esfuerzo evangelístico de los apóstoles y
predicadores del evangelio. Lucas nos informa de familias completas que se
reunieron para orar con Pablo y despedirse de él (Hech. 21:5). Querían alentar
al apóstol, y debían hacerlo “en familia”. Estoy seguro de que esto significó
mucho para Pablo.
Familias piadosas, y lo mucho que pueden hacer
La familia
piadosa puede adorar a Dios “en familia” (Heb. 13:15) y congregarse unida (Heb.
10:25). La familia puede cantar, orar, y estudiar las Escrituras en casa (cf. 2
Tim. 1:5; Deut. 6:2-9).
Al igual que
la familia de Abraham (Gen. 18:19) o la de Josué (Jos. 24:15), las familias de
hoy pueden asegurarse de que cada familiar aprenda la bendita palabra de Dios.
Como la
familia de Cornelio (Hech. 10:24), las familias de hoy pueden reunirse a
estudiar las sagradas Escrituras e invitar a un predicador a que les ayude.
Todas las
familias pueden postergar, ordenar, e incluso, abandonar, sus apretadas agendas,
y dejar toda comodidad para alentar el esfuerzo evangelístico.
Leemos de la
hospitalidad de Felipe (Hech. 21:8,9), quien tenía cuatro hijas doncellas que
profetizaban. Cuan alentador es saber de padres hospitalarios cuyas hijas, e
hijos, son cristianos fieles que alientan a predicadores del evangelio del
Señor.
Nuestra
familia puede ser celosa de buenas obras (Tito 2:14; 3:1,8,14) seguir la verdad
en amor (Ef. 4:16) y trabajar unida en la evangelización (Hech. 8:4).
Nuestra
familia puede alentar a los hermanos (1 Tes. 5:12-14), trabajar unida en la
hospitalidad (Hech. 2:46), en saludar a los visitantes (cf. 1 Cor. 14:23) y en practicar
la benevolencia (Gal. 6:9,10; Sant. 1:27).
Si queremos
que nuestros hijos aprendan la eficacia del evangelio, peregrinemos con ellos
en nuestro servicio a Jesucristo. Enseñemos a nuestros hijos el amor a Dios.
Las familias
piadosas harán posible la calificación de los hombres idóneos para ser ancianos
y diáconos (Hech. 14:23; Fil. 1:1). Sabemos los requisitos, y estos incluyen a
la familia (1 Tim. 3:1-13). Sin duda alguna, madres e hijos ayudarán al papá
para que éste sea un varón columna en la iglesia local.
Conclusión
Necesitamos
abrir los ojos a la urgencia. La familia está en crisis y no podemos perder
tiempo. No podemos postergar a nuestra familia.
Si amamos a
nuestro cónyuge e hijos (Ef. 5:25,28,33; Tito 2:4), y si amamos a nuestro Dios con
todo nuestro ser (Mat. 22:37), nos esforzaremos por servir a Cristo “en familia”.