Por Josué Hernández
Algunos afirman que el evangelio
es el semen de Dios, por el cual alguno llegará a ser un “engendrado” de Dios
cuando oiga y crea el evangelio, y luego, si se completa el proceso por el
espermatozoide de Dios, llegará a “nacer de nuevo”. Se nos dice que el hombre
engendra y la mujer concibe y da a luz, por lo tanto, tendría que existir
diferencia entre “el engendramiento” y “el nuevo nacimiento” según esta
doctrina.
Pero, debemos hablar “conforme a las palabras de Dios”
(1 Ped. 4:11) y “no pensar más allá de lo que está escrito” (1 Cor.
4:6). No es del Nuevo Testamento de Cristo, el definir el evangelio salvador
como “espermatozoide” del semen de Dios. No hay consecuencia entre el contexto
bíblico de los pasajes empleados, y las definiciones y afirmaciones de esta
doctrina. Ni Cristo, si sus apóstoles, se refirieron al evangelio como el
espermatozoide de Dios. Por ejemplo, Pablo lo definió como “poder de Dios
para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16), y Pedro lo definió como “simiente”
(que no diga, “semen”) “incorruptible” (1 Ped. 1:23-25).
Dios es Espíritu (Jn. 4:24), no es un hombre (Num.
23:19). El hombre está hecho a la imagen de Dios (Gen. 1:26-27), pero Dios no
es imagen y semejanza del hombre. Dios no es conforme a nuestra imaginación
(Hech. 17:29). Dios es eterno (Sal. 90:2), y debemos asumir que no necesita de
semen para reproducirse por medio de mujer como nosotros los mortales (Os.
11:9). La sexualidad es propia de nosotros los mortales en esta vida (Luc.
20:34-36).
La semilla de Dios
Cristo dijo, “El sembrador salió a sembrar su
semilla…” (Luc. 8:5), y luego afirmó, “Esta es, pues, la parábola: La
semilla es la palabra de Dios” (Luc. 8:11). El sustantivo griego “sporos” (sementera,
simiente, semilla), es traducido correctamente por “semilla” en nuestras
versiones, por ejemplo, en la versión Reina-Valera. No conocemos una buena versión
(traducción) que vierta el texto griego diciendo algo así como “el sembrador
salió a lanzar su semen”.
No se traza bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15) al
asociar la “semilla” de Lucas 8:11 con un espermatozoide del semen del varón
fecundando, por acción sexual, un óvulo femenino. Esto es torcer las sagradas
Escrituras, torturándolas para que afirmen lo que alguno quiera que digan (2
Ped. 3:16).
Nicodemo vino a Cristo de noche, y Cristo le habló del
nuevo nacimiento para entrar en el reino de los cielos y disfrutar de las
bendiciones en él (Jn. 3:1-9). Pero, este es un contexto (entorno lingüístico)
diferente al de Lucas 8:11. El sentido y valor de las palabras, frases y
fragmentos considerados, deben sujetarse al contexto.
Nacer de nuevo
El nuevo nacimiento, es una regeneración simbólica, un
volver a nacer por el poder del evangelio de Dios (Jn. 1:11-13; Sant. 1:18; 1
Ped. 1:23-25).
La manera más fácil de explicar y entender el nuevo nacimiento
es por observar los casos bíblicos de conversión del libro de los Hechos.
Dichos ejemplos de conversión, explican lo que es nacer del agua y del Espíritu
de manera sumamente práctica (Los como tres mil, 2:37-47; Los samaritanos,
8:4-25; El eunuco etíope, 8:26-40; Saulo, 9:17,18; 22:14-16; Cornelio y su
casa, 10:1-48; 11:14; Lidia y su familia, 16:13-15; El carcelero de Filipos, 16:25-34;
Los corintios, 18:4-8; Los efesios, 19:1-7).
Nadie puede entrar en el reino de Cristo sin haber nacido
nuevamente (Jn. 3:3,5). Para ver el reino y entrar en él, la condición de
Cristo es el nuevo nacimiento. Un judío se convertía en hijo de Dios por
nacimiento físico (ej. Ex. 13:2,12; Num. 3:13; Deut. 14:1; Heb. 8:11), pero no
es así en el reino de Cristo (Gal. 3:26-29; Col. 1:13).
El nuevo nacimiento es la puerta de entrada al reino de
los cielos, donde Cristo demanda un carácter (Mat. 5:1-12). Y, ciertamente,
nacer de nuevo es un proceso a través del cual un inconverso se convierte en un
cristiano, y según el simbolismo en Isaías, una bestia en un animal domesticado
(Is. 11:1-10), una nueva criatura para la cual las cosas viejas pasaron (2 Cor.
5:17).
Pero, Cristo nunca habló a Nicodemo de un embarazo
previo, una gestación subsecuente y un parto o alumbramiento. Cristo nunca hizo
diferencia entre “engendramiento” y “alumbramiento”. Es más, estos conceptos nuestro
Señor Jesús nunca los usó. Obviamente,
los cambios que se producen desde la gestación física al nacimiento físico no
son los mismos en el nacimiento espiritual.
El apóstol Juan dijo, “los cuales no son engendrados
de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”
(Jn. 1:13). Con esta explicación, el apóstol Juan excluyó cualquier aspecto del
proceso de la procreación humana para entrar en la familia de Dios (cf. Ef.
2:11-22), aunque bajo la ley mosaica los judíos llegaban a ser hijos de Dios
por nacimiento físico (cf. Mat. 3:8-10; Jn. 8:31-44) en el cual sí intervenía
“semen” y “óvulo” en la procreación natural.
¿Hay diferencia entre ser engendrado
de Dios y ser nacido de Dios?
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a
todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:11-13).
“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le
dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda
vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto
te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios” (Jn.
3:3-5).
No hay en el Nuevo Testamento la idea de un previo
“engendramiento” y un posterior “alumbramiento” para el nuevo nacimiento. Juan
1:11-13 no trata de una previa fecundación que será completada en algún supuesto
alumbramiento de Juan 3:3-5.
El hecho de que Juan 1:13 diga “engendrados” (Reina-Valera),
y luego leamos que Juan 3:3,5 dice “naciere” (Reina-Valera), no debe tomarse
como la descripción de un proceso de fecundación y alumbramiento. Hay otras buenas
versiones que traducen un nacimiento en ambos pasajes, ¿se equivocaron todos
los traductores de estas versiones al traducir “nacer” en lugar de “engendrar”?
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a
todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios,
es decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la
voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios” (Jn. 1:11-13, Biblia de Las
Américas).
“Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo
que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios… Jesús respondió: En
verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede
entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:3,5, Ibíd).
Lo que significa recibir a Cristo
Juan, inspirado por el Espíritu Santo, afirma que “los
que le recibieron” (Jn. 1:12) son los mismos “que creen en su nombre”
(1:12) en contraste con los que no le recibieron (1:11), porque el “creer” de
ésta pasaje es sinónimo de “recibir”. En su obediencia (recepción) estos
creyentes reciben la “potestad de ser hechos hijos de Dios”, es decir,
estos creyentes son “engendrados de Dios” porque experimentaron un nuevo
nacimiento (Jn. 3:3- 5) por creer en aquel que fue levantado en crucifixión
(Jn. 3:16).
Por lo tanto, los “que le recibieron” (Jn. 1:12), es
decir, los “que creen en su nombre” (1:12), son los mismos que reciben
la “potestad de ser hijos de Dios” (1:12) pues son “engendrados de Dios”
con “el derecho de llegar a ser hijos de Dios” (LBLA), éstos son todos
los obedientes al evangelio de Cristo. Juan no está hablando de creyentes con
fe sola (aceptación mental), sino que define la clase de fe de estos creyentes
salvos. Esta fe en el “nombre” de Cristo es una recepción, una aceptación, un
apego (“recibieron”), en lugar de rechazar Cristo.
Juan 1:12 no dice que la potestad (“derecho”) de ser
hijos de Dios sea una etapa previa a un supuesto “alumbramiento” posterior. El
apóstol Juan no habla de inconversos “engendrados” que en el futuro serán
“hijos de Dios”. Juan no hace diferencia entre “engendramiento” y
“alumbramiento”. Juan está hablando de creyentes obedientes al evangelio que
han recibido a Cristo creyendo en su nombre y que son hijos de Dios en contraste
con los inconversos desobedientes (Jn. 1:10,11).
La fe de Juan 1:11-13 es “fe” en el sentido comprensivo,
como en Juan 3:16 (“para que todo aquél que en él cree no se pierda”). Esta
“fe” es la que recibe (obedece) a Cristo, y por lo tanto, “practica la verdad”
(Jn. 3:21) y obedece al Hijo de Dios (Jn. 3:36).
Lucas nos informa que “recibir” es “obedecer” por fe: “Así
que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día
como tres mil personas” (Hech. 2:41; cf. 13:48), esta es “la fe que obra
por el amor” (Gal. 5:6), porque “la fe sin obras está muerta” (Sant.
2:26).
El “creer” del nuevo nacimiento
Al obedecer al evangelio uno llega a ser un engendrado de
Dios. Nicodemo preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede
acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Jn.
3:4). Jesús explicó que en el nuevo nacimiento no es la carne la que vuelve a
nacer, sino el espíritu que es regenerado (Jn. 3:6), y para esto no se requiere
de semen, ni de un óvulo, ni de un engendramiento, ni de un posterior
alumbramiento, sino “del Espíritu Santo” (Tito 3:5, texto griego) por la
palabra de Dios (1 Ped. 1:23), la palabra de verdad (Sant. 1:18), y de un corazón
bueno y recto que reciba y retenga la palabra (Luc. 8:15).
Los casos bíblicos de conversión en el libro de los
Hechos nos explican en qué sentido Juan dijo “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Jn. 1:12).
El carcelero de Filipos dijo a Pablo y Silas, “Señores,
¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hech. 16:30). Entonces, “Ellos
dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hech.
16:31). El apóstol Pablo no dijo, “Cree en el Señor Jesucristo y serás engendrado
para luego nacer por alumbramiento”. Debemos leer bien lo que Pablo y Silas
respondieron al carcelero, porque ellos nos ilustran gráficamente lo que
debemos entender del nuevo nacimiento. “y sacándolos, les dijo: Señores,
¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y
serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos
los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche,
les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y
llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de
haber creído a Dios” (Hech. 16:30-34).
La respuesta que Pablo y Silas dieron al carcelero fue
acorde a la pregunta de él. El carcelero necesitaba la salvación que el Mesías
ha hecho posible, y Pablo y Silas sabían que esa salvación requiere un nuevo
nacimiento para entrar en el reino (cf. Jn. 3:3,5; Hech. 2:47; Col. 1:13). En
su acertada respuesta, Pablo y Silas usaron el verbo “creer” en el mismo
sentido en que el apóstol Juan lo usó (Jn. 1:11-13). Juan escribió por el
Espíritu, “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”
(Jn. 1:12,13).
El carcelero creyó a Dios (Hech. 16:34), porque Pablo y
Silas le dijeron que esto era necesario para alcanzar salvación (Hech. 16:31).
Todo esto llegó a suceder por la predicación y recepción del evangelio (Hech.
16:32), con lo cual el carcelero y su familia recibieron a Cristo llegando a
nacer de nuevo (Hech. 16:33,34; Jn. 1:12; 3:3,5).
Creyentes y salvos
Los salvos son los que han creído en, y recibido al,
Señor Jesús (Jn. 1:11,12). Al haber recibido han llegado a ser hijos de Dios
(Jn. 1:12,13; 3:3,5). Considérense los siguientes ejemplos en el libro de los
Hechos:
- “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4:32).
- “Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor” (9:42).
- “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (10:43).
- “y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (13:39).
- “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (13:48).
- “Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (14:1).
- “Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas” (17:4).
- “Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos” (17:34).
Todos estos casos tratan de creyentes, engendrados, ya
salvos, y nacidos de nuevo. Ninguno de ellos estaba en algún proceso de
concepción para nacimiento futuro. El Padre imparte vida espiritual por su
palabra cuando se obedece al evangelio de su Hijo (Ef. 2:4-10), evangelio que
ha sido revelado por el Espíritu Santo (1 Ped. 1:22; Tito 3:5).
¿Creyentes perdidos o creyentes
salvos?
Si se puede demostrar que alguien creyó en Cristo pero
que no se salvó, se demostrará también que la fe sola no es todo lo que el
pecador ha de hacer para ser “engendrado” por Dios. Tres ejemplos:
“Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en
él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la
sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Jn. 12:42,43).
Estos creyentes no confesaban a Cristo. Amaban más la
gloria de los hombres que la gloria de Dios. No quisieron perder su membresía
en la sinagoga. Entonces, ¿fueron engendrados? El Espíritu Santo no dice tal
cosa.
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo:
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:37,38).
Estos oyentes preguntaron porque creyeron el evangelio
que se les predicó de que habían crucificado al Mesías; y en el momento de
creer, no tenían el perdón de sus pecados, no habían sido engendrados por Dios.
Todavía estaban muertos y perdidos en sus pecados. ¿Qué sucedió? Los obedientes
que recibieron la palabra del evangelio fueron engendrados ése mismo día por
Dios, “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se
añadieron aquel día como tres mil personas” (Hech. 2:41).
“y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy
Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El,
temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le
dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hech.
9:4-6).
Saulo creyó y fue a Damasco. Pasó tres días en ayuno y
oración (pero, no hubo
alguna llamada “oración del pecador” que lo engendrara). ¿Fue
salvo este creyente sin que tuviera lavados sus pecados? ¿Fue engendrado al
momento de la fe? ¿Engendró Dios un pecador muerto en delitos y pecados? Saulo
de Tarso no pudo ser engendrado hasta que obedeciera el evangelio de Cristo, “…Levántate
y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hech. 22:16).
Nacidos de Dios
Dice la Escritura, “El, de su voluntad, nos hizo nacer
por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”
(Sant. 1:18).
Santiago usó el verbo “apokueo”. APO = “de”. KUEO =
“estar en cinta”. Y según Thayer, este verbo significa, “traer de la matriz,
dar a luz”.
Lacueva, en su interlineal, dice “hizo nacer” con la nota
“Lit. dio a luz”. Lo que sucede aquí es que Santiago usó el mismo verbo griego
tanto en el versículo 15 (“da a luz”) como en el versículo 18. Entonces, no es
conforme a las Escrituras el afirmar que el Padre celestial solamente hace el
papel de varón en el nuevo nacimiento, pues Santiago afirma que el Padre también
da a luz.
Obviamente, el renacimiento, o nuevo nacimiento, del cual
Jesús habló a Nicodemo (Jn.3:3-5) no sigue el proceso físico del nacimiento
humano en el cual participan un hombre y una mujer.
Cristo, sus apóstoles y los hombres inspirados en el
Nuevo Testamento, no distinguieron entre los dos papeles en que funcionan el
hombre y la mujer para traer a vida a una nueva criatura, como patrón de
interpretación del “nuevo nacimiento”.
Conclusión
Líderes religiosos afirman que según Efesios 2:8,9 somos
salvos y engendrados por la fe sola, y que no se menciona el bautismo en el
pasaje pues la regeneración ya se ha efectuado. De igual manera podemos decir
que tampoco se menciona el arrepentimiento, la confesión de fe en Cristo, el
negarse a sí mismo, el amar a Dios, etc. Preguntamos, ¿todas estas cosas están
excluidas juntamente con el bautismo para ser engendrados por Dios?
En Hechos 11:18 la Biblia dice, “Entonces, oídas estas
cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los
gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!”. ¿Entonces este pasaje
excluye la fe y la confesión de Cristo como Señor para que se efectúe el nuevo
nacimiento?
Las sagradas Escrituras revelan que la clase de fe que
salva es una fe obediente, como la descrita en Juan 1:11-13; 3:16; 7:38, etc.
Entonces, la obediencia al evangelio, es decir, la recepción de Cristo (Jn.
1:11,12) hace posible el llegar a nacer de Dios (Jn. 3:3,5; 1 Jn. 3:1), es
decir, ser engendrados de Dios (Jn. 1:12-13).
La Biblia nos enseña que la vida nueva sigue al bautismo
en la muerte de Cristo (Rom. 6:4), no la precede.