La palabra de Dios, la Biblia, es la verdad. Esta
afirmación es hecha tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El
salmista escribió: “La suma de tu palabra es verdad” (Sal. 119:160). Él no dijo
que algo de la palabra de Dios es verdad. Sino que ella es totalmente verdad.
Jesús oró al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn.
17:17). No podemos encontrar la verdad en las cavernas profundas de nuestro
corazón. La verdad no es subjetiva. La verdad está fuera de nosotros, y nos ha
sido revelada por Dios. Una cosa que está implícita en la oración de Jesús
es que la verdad es única e invariable. Él oró, “tu palabra es la verdad”. Él
no dijo que la palabra de Dios era una verdad más, entre muchas otras. Sino que
ella es la verdad. Por lo tanto, todo lo que es contrario a ella es falso.
Jesús le dijo a Pilato: “para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la
verdad” (Jn. 18:37). Cristo vino a dar testimonio “a la verdad”, no “a una
verdad”. Porque es la verdad, la palabra de Cristo es el
estándar perfecto por el cual seremos juzgados. Jesús dijo: “El que me rechaza,
y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado,
ella le juzgará en el día postrero” (Jn. 12:48). Otra consecuencia de que la
palabra de Dios es la verdad, es que estamos autorizados a hablar sólo las
cosas reveladas en ella. “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de
Dios” (1 Pedro 4:11). No tenemos derecho a predicar nada más que la palabra de
Dios.