La jubilación del cristiano

 


Por Josué I. Hernández

 
Una de las cosas que me impresiona en la lectura de las epístolas “2 Juan” y “3 Juan” es que el apóstol Juan, ya anciano (2 Jn. 1:1; 3 Jn. 1:1), no se había retirado, es decir, no se había jubilado de ser cristiano (cf. Jn. 1:12; 3 Jn. 1:13,14). Poniéndolo en perspectiva, podemos entender que el apóstol había hecho mucho por la causa de Cristo, al punto de sufrir por su fe (cf. Mat. 20:22,23; Apoc. 1:9). Sin embargo, el anciano no estaba dispuesto a renunciar a pesar de su avanzada edad.
 
No podemos siquiera imaginar a Juan descansando en un sofá, refunfuñando por los jóvenes, y quejándose de su ancianidad. En lugar de esto, Juan procuraba dar lo mejor de su tiempo y capacidad para servir a Dios; y antes de morir, había escrito cinco de los libros del Nuevo Testamento.
 
Deténgase a pensar en la mentalidad de este anciano de Dios, “Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido” (2 Jn. 1:12). “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros… Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara” (3 Jn. 1:9,10,13,14).
 
Evidentemente, el apóstol Juan no había perdido su vitalidad espiritual a pesar de su vejez física. Preocupado por las almas, y a pesar de la distancia, Juan procuraba el bien del pueblo de Dios. Juan estaba dispuesto a hacer más, y no se retiró del servicio al Señor.
 
Nuestra sociedad ha establecido la edad para la jubilación. Me preocupa cuánto de esta mentalidad ha permeado la mentalidad del pueblo de Dios en la actualidad. No son pocos los ancianos que podrían dar de su experiencia y sabiduría pero que parecen estar retirándose de su trabajo en la viña del Señor. Este problema puede tener dos caras. Es posible que los ancianos se consideren a sí mismos como anticuados para la obra. Pero, también es evidente que muchos jóvenes quieren ocupar lugar de liderazgo sin la madurez y sabiduría que se requieren. Es una tragedia cuando el pueblo prefiere el liderazgo de inmaduros e inexpertos (cf. Is. 3:4,5). Debemos reconocer la artimaña del diablo (cf. 2 Cor. 2:11; Ef. 6:11).
 
Los fieles ancianos están puestos por el Señor para nuestra instrucción, y necesitamos de su experiencia y sabiduría (cf. Lev. 19:32; Prov. 16:31; 1 Tim. 5:1; Tito 2:1-4; 1 Ped. 5:5). Estos ancianos no deben retirarse de corregir e instruir porque la sociedad ha dicho que ya están obsoletos. ¡Para el Señor los ancianos de su pueblo no están obsoletos! Ellos deben permanecer firmes y constantes sabiendo que el trabajo en el Señor no es en vano (1 Cor. 15:58).