Por Josué I. Hernández
Vivimos en un mundo que cambia, que se
retuerce, y que se tambalea. Y mientras aquello sucede los cristianos oramos
por un gobierno que nos permita practicar y predicar el evangelio de Cristo en
un entorno tranquilo y sosegado (cf. 1 Tim. 2:1-4). Realmente queremos ser
parte de una nación donde la justicia sea ciega y administrada por igual a
todos, y de todo corazón anhelamos un gobierno que castigue a los malos y alabe
a los justos (cf. Rom. 13:1-4; 1 Ped. 2:13,14). No queremos un gobierno que
permita a los ricos y poderosos el hacer leyes a su gusto para evitar el
castigo por sus crímenes.
Sin embargo, algunos rechazan estas
preocupaciones diciendo que “Dios tiene el control de todo”, y que no tenemos
que preocuparnos por nada. Afirman que Dios está obrando en la historia, y que
todo es parte de su plan, y en consecuencia, debemos vivir despreocupadamente. Pero, ¿debemos vivir al filo de la irresponsabilidad?
Es verdad que Dios tiene el control.
Dios está en su trono (cf. 1 Rey. 22:19; Sal. 11:4; Is. 6:1; Apoc. 4:1-11;
5:1-14). Es verdad que Dios tiene planes. Pero, esto no significa que todo lo
que el mundo hace sea parte del plan de Dios (1 Jn. 2:16,17; 5:19).
Piénselo un momento. Si Dios controla
todo, directa e inmediatamente, ¿por qué tendríamos que orar “por los reyes
y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente
en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:2)? ¿Por qué tendríamos que iluminar
la sociedad con la luz de Cristo (cf. Mat. 5:16; Fil. 2:12-16)? ¿Por qué
tendríamos que someternos a las autoridades (Rom. 13:1; Tito 3:1) y pagar los
impuestos (cf. Mat. 22:21; Rom. 13:7)? Ciertamente, el control de Dios no anula
nuestras responsabilidades.
Dios no controla nuestro libre albedrío. La Biblia nos enseña que cada persona puede pensar, sentir, hablar y hacer, lo que bien le parezca (cf. Jue. 17:6). Es decir, Dios permite que cada persona ejerza su propia voluntad (cf. Jn. 5:40; 7:17; 8:44). A su vez, Dios elige las consecuencias que nos sobrevendrán por nuestros actos (cf. Gal. 6:7). Entonces, tanto el individuo como la nación eligen su camino (cf. Prov. 1:10; Is. 1:19,20; Mat. 23:37).
Usando su libre albedrío, algunos
blasfeman regularmente a Dios en las formas más horribles, pero Dios les
permite continuar con su vida terrenal, incluso hasta edades muy avanzadas.
Otros cometen regularmente todo tipo de crímenes violentos contra su prójimo,
pero siguen viviendo sin ningún tipo de castigo severo e inmediato. Sabemos que
los pecadores serán castigados por Dios luego de esta vida, con tormento (cf.
Luc. 16:23; Apoc. 21:8). No obstante, Dios les permite vivir e incluso
prosperar en esta vida (cf. Job 21; Sal. 73).
La doctrina calvinista del fatalismo es
en gran parte culpable de los conceptos erróneos que algunos tienen sobre el
control de Dios. Para nuestro asombro, algunos creen que Dios controla todo, absolutamente
todo, y que lo hace directa e inmediatamente, manipulando todos los aspectos y
detalles de la vida. Sin embargo, esto no es así.
Deténgase a pensar en el rumbo de su
vida, en el rumbo de su familia, y en el rumbo de su nación. Podemos influir
con nuestra conducta, con nuestras palabras, con nuestras oraciones, e incluso, con
nuestro voto, al elegir la clase de gobernantes a los cuales nos sujetaremos (cf.
Tito 2:14; 3:1,2; 1 Ped. 3:10-12).
Dios no hará por nosotros lo que
debemos hacer por nosotros mismos.