Pablo escribió a los tesalonicenses, “Porque
conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro
evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en
el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre
vosotros por amor de vosotros” (1 Tes. 1:4,5). Claramente Pablo dijo a los tesalonicenses
que ellos se habían convertido en parte del pueblo elegido de Dios. Un pueblo
especial, como el descrito por Pedro, “Mas vosotros sois linaje escogido,
real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios… vosotros que en otro
tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios…” (1 Ped. 2:9,10;
cf. Ex. 19:5-8; Deut. 10:15). Algunas preguntas pertinentes vienen a la
mente respecto a la elección por Dios. Por ejemplo, ¿cuándo hizo Dios esta
elección? ¿Esta elección es individual o grupal? ¿Cómo alguno podría ser parte
de los elegidos? ¿Es posible que los elegidos pierdan su privilegio de ser
pueblo de Dios y caigan de la gracia?
¿Cuándo?
La Biblia dice que la elección (escogimiento,
selección) hecha por Dios ocurrió “antes de la
fundación del mundo” (Ef. 1:4), así como Cristo mismo fue “destinado
desde antes de la fundación del mundo” (1 Ped. 1:20). El calvinismo afirma que la elección
realizada por Dios fue individual, es decir, Dios eligió a ciertos individuos.
Además, el calvinismo, o teología reformada, afirma que esta elección depende
únicamente de la soberanía de Dios, y que es una elección incondicional. En el otro extremo está el arminianisno, el
cual afirma que la elección realizada por Dios fue individual, pero basada en
el conocimiento previo de Dios respecto a aquellas personas que responderían al
evangelio y perseverarían en la fe, conociendo Dios a los que serán fieles
hasta el final. El apóstol Pablo, un hombre inspirado, sencillamente
dijo, “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4). Según esta
declaración bíblica, la elección que Dios realizó ha sido general o grupal,
dicho de otra manera, esta elección ha sido conjunta o corporativa. Dios ha
elegido a una clase de personas que están “en él”, es decir, “en
Cristo”, “por medio de Jesucristo” y “en el Amado” (Ef. 1:3-6).
En otras palabras, los elegidos de Dios son un pueblo que está en Cristo (cf.
Gal. 3:26-29; Ef. 2:19-22).
¿Cómo?
El “proceso” de la elección de Dios es
explicado por Pablo de la siguiente manera, “Pero nosotros debemos dar
siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de
que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la
verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar
la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 2:13,14). La elección sucede “mediante” o “por” dos
cosas o dos partes, la parte de Dios y la parte del hombre. La parte de Dios: “mediante
la santificación por el Espíritu”. Mientras que la parte humana es: “la
fe en la verdad”. Por lo tanto, la elección que Dios ha hecho es
condicional, dicho de otra manera, es una elección sujeta a condiciones. Para que la elección se materialice ha de
ocurrir primero la “santificación por el Espíritu”. Sin la obra santificadora
del Espíritu Santo no hay elegidos. Esta obra es realizada por el Espíritu
Santo mediante “la verdad” que él reveló a los apóstoles (Jn. 16:13).
Cristo dijo, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn.
17:17). Pablo especificó que la palabra de verdad es el evangelio (Ef.
6:17). No hay elegidos sin la predicación del evangelio (cf. Mar. 16:15; Rom.
1:16). La obediencia al evangelio es crucial (cf. 2 Tes. 1:8; Heb. 5:9). Corresponde a cada uno de nosotros el prestar
atención a la palabra del evangelio y recibir la palabra, es decir, obedecerla
(cf. Hech. 2:38,41,47; 3:19). ¿Recuerda la parábola del sembrador (Mat. 13:23;
Mar. 4:20; Luc. 8:15)? Es imprescindible la obediencia de corazón, para ser
libertados del pecado y ser santificados (Rom. 6:17-22). Los elegidos deben cumplir el propósito de su
elección, “para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9), “pues la voluntad de Dios es
vuestra santificación” (1 Tes. 4:3; cf. 1 Tes. 5:15-24).
Conclusión
Todos los que estén “en Cristo” (Ef.
1:3) serán salvos, porque desde “antes de la fundación del mundo” Dios
lo ordenó así (Ef. 1:4). Por lo tanto, la pregunta no es “¿soy uno de los
elegidos?”. La pregunta es, “¿Estoy en Cristo conforme al propósito de Dios?”. No hay “elegidos según la presciencia de
Dios Padre” sin la “santificación del Espíritu” (1 Ped. 1:1). Tampoco
hay “linaje escogido” ni “nación santa” (1 Ped. 2:9) sin “la
obediencia a la verdad” (1 Ped. 1:22).