Fornicación



Por Josué I. Hernández

 
Cuenta la historia que cierto predicador realizó una exposición contra la fornicación, sin explicar primeramente lo que es la fornicación en sí. Entre el auditorio, un hombre intrigado no quería ir a casa sin saber lo que la fornicación es, aunque ya había entendido que la fornicación es pecado. En un principio él pensaba que el predicador hablaba de la “fortificación”, y que tal vez, el predicador no pronunciaba bien la palabra. Pero, al fin la definición fue dada: “La fornicación es sexo fuera del matrimonio legítimo”.
 
Fornicación es una palabra que traduce el vocablo griego “porneia”, un término general que incluye todo el sexo ilegal o ilícito de cualquier tipo, es decir, el sexo fuera del matrimonio legítimo. Algunas versiones traducen “inmoralidad sexual”, pero esta frase suele malinterpretarse.
 
La fornicación es mal uso del sexo
 
Del Nuevo Testamento aprendemos que la fornicación es la relación sexual (coito, cópula) antes de casarse (1 Cor. 7:1,2), la relación sexual que involucra al cónyuge de otro (Mat. 19:9), y todas las formas del sexo ilícito (1 Cor. 6:13-18; Jud. 7; Apoc. 2:20,21). En fin, la fornicación es toda clase de contacto sexual ilícito (cópula pre-marital, adulterio, homosexualidad, prostitución, incesto, bestialismo).
 
La condición del fornicario es una de condenación por su mal uso del sexo; no porque el sexo sea malo. El sexo en el matrimonio es una bendición, “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Heb. 13:4).
 
Dios no condena el sexo en sí mismo, sino el mal uso del sexo por el fornicario que no honra la institución matrimonial, “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:9,10). 
 
No debemos engañarnos respecto a la fornicación (Gal. 6:7). El cielo no es lugar para los fornicarios (Gal. 5:19-21; Apoc. 21:8). Muchos fornicarios se esfuerzan por ser buenos en muchas áreas de su vida, a la vez que aborrecen la revelación de Dios respecto al sexo y la sexualidad. ¿Podría una persona generalmente “buena” perder su alma? He ahí el poder destructivo del pecado. Lo mucho bueno que somos no puede justificar lo que estemos haciendo mal.
 
La Biblia nos informa que alguno podría estar perdido, aunque sea “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” (Hech. 10:2). Cornelio no era un fornicario, él se esforzaba por permanecer “justo y temeroso de Dios” gozando de buen testimonio “en toda la nación de los judíos” (Hech. 10:22). Sin embargo, Cornelio estaba perdido (Hech. 11:14). El caso de Cornelio bien ilustra cuánto necesitamos obedecer al evangelio (2 Tes. 1:8).
 
Fornicar es algo malo
 
Dios condena lo malo porque es contrario a su carácter, santo y justo (cf. Lev. 20:26; 1 Ped. 1:16). Todo lo que es contrario a Dios es malo, dañino, destructivo. La fornicación arruina al fornicario. Por el contrario, los mandamientos de Dios, incluyendo sus prohibiciones, son para nuestro bien (cf. Deut. 30:19,20; 1 Jn. 5:3).
 
La fornicación tiene poder destructivo sobre el cuerpo y la mente, como bien se ilustra en el libro Proverbios (ej. Prov. 5:11-13). Las enfermedades de transmisión sexual son testimonio elocuente del daño ocasionado por el sexo ilícito:
  • Clamidia (produce inflamación pélvica, impide el embarazo).
  • Sífilis.
  • Gonorrea (produce inflamación pélvica, impide el embarazo).
  • Herpes genital (no hay cura), 45 millones de norteamericanos lo padecen.
  • Ladillas (piojos púbicos).
  • Tricomoniasis
  • Hepatitis B, C
  • VIH
  • VPH (Virus del papiloma humano).
Además de lo anterior, la fornicación arruina el alma (cf. Sal. 32:3; Ez. 18:4) la sede de la mentalidad (cf. Prov. 23:7; Fil. 4:8). Muchos fornicarios viven sin perdonarse, y se recriminarán aún después de la muerte (cf. Prov. 5:11-13). La fornicación avergüenza (Prov. 6:30-35) y quita al cuerpo de su propósito para con el Señor (1 Cor. 6:15-20). Y, si no se arrepiente, el fornicario será eternamente condenado.
 
Conclusión
 
Jesucristo es Señor del cielo y la tierra (Mat. 28:18; Hech. 2:36), y él tiene todo el derecho para juzgarnos, y lo hará mediante su palabra: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Jn. 12:48).
 
Debemos huir de la fornicación y sus efectos devastadores (1 Cor. 6:18). Dios da la salida (1 Cor. 7:1,2). Dios perdona al que se arrepiente y obedece al evangelio, ya sea un inconverso (Hech. 2:38; 22:16), ya sea un hijo de Dios que ha caído (Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9).
 
La fornicación es demasiado grave para tomarla a la ligera. Puede destruir tu cuerpo, tu familia y tu alma. Sin embargo, el perdón es posible (1 Cor. 6:11), aunque las consecuencias del pecado, por ejemplo, un embarazo indeseado o una enfermedad de transmisión sexual, o ambos, permanezcan.