Por Josué I. Hernández
No toda experiencia es útil. Hay experiencia que
puede ser lamentable, e incluso, desastrosa. Todo depende de la clase de
experiencia. Simplemente, no tenemos que experimentar de todo para saber cuáles
cosas son malas y destructivas.
No tengo que seguir a la mayoría para saber
que influirán sobre mí, motivándome a realizar cosas que nunca pensé que haría.
La palabra de Dios me informa, advierte y previene sobre todo esto (Prov.
1:10-19; 4:14-19). No necesito experimentar en el camino de la mayoría (cf. Ex.
23:2; Mat. 7:13,14).
No tengo que beber alcohol para entender su
naturaleza adictiva y destructiva; la palabra de Dios me informa, advierte y
previene sobre esto (Prov. 23:29-35). De la misma manera, no tengo que cometer
fornicación para entender sus consecuencias (Prov. 7:6-27), ni hacer del dinero
mi “dios” para quedar enredado (1 Tim. 6:9,10). De la misma manera, no tengo
que experimentar la ira descontrolada para aprender como ésta da lugar al
diablo (Ef. 4:26,27).
Si verdaderamente confío en la sabiduría de
Dios, no necesito experiencia en lo que él dice que es malo para saber que tan
malo es.
“quiero que seáis
sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Rom. 16:19).