Enseñando a nuestros hijos a comportarse en la adoración

 


Por Josué I. Hernández

 
Los niños deben ser criados “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). Criar es “alimentar hasta la madurez” (Thayer). La disciplina es “toda la formación y educación de los niños (que se refiere al cultivo de la mente y la moral, y emplea a tal efecto ahora mandatos y admoniciones, reprensión y castigo). También incluye la formación y el cuidado del cuerpo” (Thayer). La amonestación “es la instrucción de palabra, tanto si es de aliento como, en caso necesario, de reprensión o reproche”.
 
Es el deber de los padres velar por todo el proceso de formación de sus hijos capacitándoles lo mejor posible para enfrentar la vida en todos sus aspectos. Esto debe hacerse conforme a la voluntad del Señor en disciplina e instrucción sistemáticas que capacitan a los hijos para respetar los mandatos del Señor como base de una vida agradable a Dios.
 
“Los padres, para obedecer este mandamiento, deben poner el buen ejemplo en todo. Los hijos aprenden mucho del ejemplo de sus padres. Deben ser, pues, fieles y constantes siempre en el habla, en la conducta, en la asistencia a las reuniones de la iglesia, en la obra personal, y aun en su actitud. Debe haber paz y armonía en el hogar, porque el ambiente en el cual se crían nuestros hijos es un factor muy importante en su crianza. Además, los padres deben instruir con toda diligencia a sus hijos. No deben depender de la iglesia, sino deben aceptar la responsabilidad que Dios les ha dado” (W. Partain).
 
Seguramente, este proceso de entrenamiento debe involucrar el capacitar a nuestros pequeños para que sean reverentes y piadosos cuando llega el momento de adorar a Dios. Por lo tanto, los padres piadosos procurarán capacitar a sus pequeños para que participen en la adoración con entusiasmo y gozo.
 
Criar a los hijos en “disciplina y amonestación del Señor” requiere tiempo, esfuerzo, y diligente perseverancia. No espere demasiado de sus hijos si usted es negligente en la tarea que Dios le ha encomendado (Gal. 6:7). Por el contrario, mire el futuro con gozo por los frutos de su labor cuando llegue el momento de la cosecha, “Hijo mío, si tu corazón fuere sabio, también a mí se me alegrará el corazón; mis entrañas también se alegrarán cuando tus labios hablaren cosas rectas” (Prov. 23:15,16).
 
Un tema sensible
 
Los bebés lloran, si tienen frío, si tienen hambre, si sienten dolor, si necesitan mudar sus pañales, etc. Debemos aceptar este hecho. Por un tiempo, el llanto es la manera en que los bebés se comunican. Sin embargo, la personalidad progresa a una mayor comprensión, y no tardan mucho en entender gestos, tono de voz, y luego, palabras. Cuando aprenden a hablar, aprenden a entender palabras de instrucción y advertencia. A medida que crecen, los niños captan más y más la dirección de la buena crianza, “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Cor. 13:11).
 
Cuando nace un hijo, la madre joven han ingresado a un área desconocida, y necesita consejos que ayuden, aliento y comprensión. Incluso las mujeres de experiencia tienen dificultades con sus pequeños recién nacidos cuando llega el momento de adorar a Dios. Mientras que algunos padres se muestran intimidados ante la responsabilidad de criar a sus hijos “en disciplina y amonestación del Señor”, la fe, la esperanza y el amor, de los padres piadosos hará la diferencia.
 
Así como un matrimonio es bendecido con hijos, una iglesia con niños en sus reuniones es una iglesia bendecida. No hay cosa tan estimulante que participar con los hijos en la adoración a Dios. Los niños son una bendición. Sin embargo, su mal comportamiento coincide con la negativa de sus padres a criarlos como Dios manda. Padres irresponsables no pueden enseñar responsabilidad. Si los padres no buscan primeramente el reino de Dios y su justicia, ¿por qué lo harían sus hijos?
 
Los abuelos pueden hacer mucho daño cuando quieren tomar el control. Hemos presenciado a bebés que van de los brazos de la “desesperada” madre, a los brazos del “angustiado” padre, y luego, a los brazos de los “cariñosos” abuelos que solicitan participar. De pronto, en medio de gestos, palabras y movimientos, tenemos a no pocos miembros distraídos en la adoración, y hemos logrado quitar a un bebé de la mejor esfera de formación, los padres.
 
La repetición de acciones producirá hábitos, y los malos hábitos traerán sus frutos. En fin, el resultado de la negligencia en el entrenamiento y la formación de los pequeños producirá inevitablemente hijos malcriados.
 
¿Qué hacer?
 
Comience temprano, y comience en casa. Usted puede potenciar capacidades en su hijo, así como puede ayudarle a ejercer dominio propio. Se requerirá la atención cuidadosa de ambos padres. Diálogo, mucho diálogo, para coordinar un esfuerzo conjunto, para crear y mantener un ambiente de reglas saludables, de justicia, de piedad, de amor y de humildad.
 
Los niños descontrolados en una tienda o centro comercial, en un restaurante o consultorio médico, en casa de parientes o en la adoración, son hijos que no han sido entrenados ni capacitados adecuadamente en casa por sus padres. Tales hijos muestran el desorden al cual han sido entregados por sus padres.
 
Pablo encargó a Tito que instruyera a las ancianas a “que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5). Sin duda alguna, hay una tremenda necesidad de esto en la hermandad. Las madres, las abuelas, y otras mujeres de experiencia, deben capacitar a las madres jóvenes para que sean la clase de mujer que Dios aprueba. A su vez, es el deber de las jóvenes el prestar cuidadosa atención y aprender. La joven que no acepta consejos está atentando contra el plan de Dios para su propia formación y la de sus hijos.
 
Momentos de estudio bíblico, oración y cantos espirituales, con toda la familia es un buen campo de entrenamiento para desarrollar un aprecio profundo y sincero por Dios, la palabra de Dios y el pueblo de Dios. Nuestros hijos pueden aprender a estar en silencio, a prestar atención y a participar de la adoración. Tal formación no puede ser transferida a los abuelos, tíos, o al gobierno.
 
Los padres pueden enseñar que no es hora de jugar, y los hijos reconocerán esto, porque no es el momento ni el lugar. Si la familia es ordenada, los hijos reconocerán que el momento y el lugar para jugar es otro. Los hijos pueden entender que la cena del Señor es un momento en el cual los padres no pueden dialogar con ellos, así como pueden entender mucho de lo que el hermano predica cuando llega el momento del sermón. Si para los padres lo sagrado es importante, para los hijos también lo será.
 
Cuando los padres llevan juguetes y comida al lugar de adoración están dando la señal equivocada. Así no están criando “en disciplina y amonestación del Señor”. Cuando los padres los ponen en el suelo para que jueguen, o permiten que corran por el edificio de reuniones, están consintiendo, no criando, y “el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Prov. 29:15). Cuando los padres ceden su lugar a los abuelos, y entre todos, tratan al pequeño como si fuese el centro del universo, no lo están criando para reverencie y ame a Dios.
 
Piense en lo siguiente. Si el niño aprende que por comportarse mal obtendrá una galleta, ¿se comportará bien para perder la galleta?
 
Hemos visto a niños con edad suficiente para hacer la tarea escolar, leyendo una historieta mientras se predica el evangelio, o jugar y reírse, o incluso dormir, cuando se adora a Dios. Cuando los padres, los abuelos, y todos los malos consejeros, permiten esto, están enseñando a estos niños a deshonrar a Dios y a despreciar al pueblo de Dios. Cuando estos niños crezcan serán irrespetuosos, desordenados, harán cualquier cosa menos amar y servir a Dios. Hemos visto a jóvenes chateando, coqueteando, riendo, entrando y saliendo cuando el pueblo de Dios adora. No estamos exagerando.
 
El castigo
 
Los psicólogos permisivos y enemigos de Dios no nos pueden ayudar. Entonces, ¿qué hacemos cuando nuestro hijo desafía la autoridad y no responde a la advertencia? Antes de responder a la pregunta, volvamos a revisar lo que está sucediendo en casa.
 
Los hijos necesitan vivir en la esfera de la autoridad. Deben aprender desde la primera infancia que hay reglas, y que sus padres se sujetan a ellas. Deben aprender que obedecer es bueno, y que hay felicidad y paz en el orden. Deben aprender a amar a Dios. Deben aprender quién es el Señor (Mat. 28:18; Hech. 2:36). No podemos esperar demasiado cuando llega el momento de la adoración si no hemos hecho todo esfuerzo en casa primero criando “en disciplina y amonestación del Señor”.
 
La crianza “en disciplina y amonestación del Señor” requiere el castigo. La vara es la solución cuando llega el momento. Los abuelos, y la congregación, tienen que aceptar esto (Prov. 23:13,14).
 
Entonces, ¿qué hacemos cuando nuestro hijo desafía la autoridad y no responde a la advertencia? Después de esforzarse prudente y brevemente para tener las cosas bajo control en la adoración, y enfatizo “brevemente”, no se quede sentado tanto tiempo como para distraer y producir desorden. Salga con su hijo, castíguelo indicándole con calma por qué lo está haciendo, y vuelva con él. Debo detenerme aquí para indicar lo siguiente. El castigo tuvo lugar porque el hijo sabía que ocurriría y las razones por las cuales sucedería. Antes, los padres han estado criándole “en disciplina y amonestación del Señor”.
 
Es difícil que nuestro hijo persista en rebeldía. Pero ¿qué hacemos cuando nuestro hijo continúa desafiando la autoridad y no responde a la advertencia? Nuevamente, salga con su hijo procurando evitar desorden mayor, y castíguelo indicándole con calma por qué lo está haciendo, y vuelva con él. Y si esto no funciona, y el pequeño continúa desafiando la autoridad y no responde a la advertencia. Nuevamente, salga con su hijo, y castíguelo indicándole con calma por qué lo está haciendo, y vuelva con él.
 
Su hijo rápidamente aprenderá si usted lo hace bien, castigando por amor a Dios y a su hijo. Este “santo remedio” ha estado funcionado desde que se ha aplicado. Su hijo entenderá que hay límite, y que hay consecuencias. A la vez, la calma suya indicará que usted está haciendo algo bueno y que su hijo es quien se está comportando mal.
 
“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Prov. 19:18).
 
“La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Prov. 22:15).
 
“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá” (Prov. 23:13).
 
“La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Prov. 29:15).
 
“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Heb. 12:11).

 
Que ninguno afirme que este siervo del Señor enseña y practica el trato brutal hacia los niños. Somos sensibles al tema del abuso infantil, y nos entristece ver a tantos niños maltratados. Sin embargo, la corrección piadosa es necesaria, y hay mucho desorden en las iglesias del Señor por padres negligentes y abuelos consentidores.
 
El Señor puso la responsabilidad de la crianza sobre el hombro de los padres, y un día los padres daremos cuenta de cómo hemos criado a nuestros hijos. El castigo es necesario cuando llega el momento de aplicarlo. Pero, la vara no es “varita mágica” para sustituir todo lo que es la crianza “en disciplina y amonestación del Señor”.