La dureza de corazón es un
problema antiguo (cf. Ef. 4:17-19) que conduce a la torpeza espiritual, es
decir, a la incapacidad de ver la verdad (cf. Mar. 6:51,52; 8:13-21; 16:14).
Este problema también conduce a la resistencia mental, en otras palabras, al
rechazo de lo que podría ser la verdad. Todo esto lo podemos observar en el
caso de los fariseos quienes se mostraban cegados a las palabras y bienes que
Jesús hacía (ej. Mar. 3:1-6). Los corazones endurecidos son la
razón por la cual Jesús enseñaba por parábolas (Mat. 13:10-17). Lo cual es indicado
en la parábola del sembrador, “y al sembrar, aconteció que una parte cayó
junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron… Y éstos son los
de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen,
en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones” (Mar.
4:4,15). El resultado final de la dureza
de corazón es la calamidad, “Bienaventurado el hombre que siempre teme a
Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Prov. 28:14; cf. Rom.
2:5). La dureza de corazón no es un
problema estático. Normalmente, el corazón endurecido progresa a la expresión
física. La dureza de corazón (el ámbito del pensamiento) se transforma en
hechos (el ámbito de la conducta). Piénselo bien. Normalmente, los fariseos no
estarían en común acuerdo con los herodianos, y de pronto quieren eliminar a un
enemigo común (cf. Mar. 3:5,6). La asociación de alguno es determinada por el
acuerdo (lo que hay en el corazón), “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Am. 3:3;
cf. Rom. 1:32; 2 Jn. 11). La colusión de los rebeldes continúa
(cf. Hech. 4:24-27; Mat. 12:30; 2 Tim. 3:8). Estaba profetizada la revuelta por
la insurrección contra el Mesías, mientras su pueblo se sometería voluntariamente
(cf. Sal. 2:3-8; 110:1-3). Este pueblo sumiso es la iglesia, el cuerpo de
Cristo (Ef. 5:23,24), una comunidad de almas en cuyos corazones reina Jesucristo
(cf. Mat. 6:10; 6:33; 28:20).