Algunos insisten en
que cierta clase de bautizador es esencial en el plan de salvación, como un sexto requisito.
Los tales requieren de un oficial bautizador, el cual siendo aprobado por la
iglesia permite que la gracia de Dios sea conferida al que busca el perdón de
los pecados. Por lo tanto, sin este oficial bautizador no hay salvación, y Dios
no podría perdonar los pecados. Sencillamente, los
que insisten en un tipo de bautizador deben comenzar a investigar con
diligencia si aquel que les bautizó a ellos era uno aprobado, y a la vez, deben
investigar a la persona que bautizó al que a ellos los bautizó, no sea que alguno
haya sido bautizado por uno desaprobado por la iglesia y rompa la cadena de
bautismos válidos. ¿Quién puede estar seguro de su salvación agregando al bautizador
como un sexto requisito para el perdón de los pecados? La hermandad no tiene
la autoridad de añadir al plan de salvación del evangelio. Nadie está
autorizado para legislar sobre algún tipo de bautizador. Sencillamente, no
tenemos oficiales que bauticen, porque la Biblia no lo autoriza. La doctrina de
que algún tipo de oficial de la iglesia está autorizado para bautizar, no viene
de la Biblia, sino de las religiones falsas, por ejemplo, el catolicismo y el
protestantismo.
La urgencia del bautismo
El Señor Jesucristo,
en su autoridad total (Mat. 28:18), ha declarado que el bautismo es
imprescindible, esencial, y, por lo tanto, urgente para la salvación. Él dijo, “El
que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16). Esto quiere decir
que no habrá salvación para el pecador, sin que este llegue a ser bautizado.
Esta es la razón por la cual el carcelero de Filipos “en aquella misma hora
de la noche… se bautizó él con todos los suyos” (Hech. 16:33). Es una creencia
general del denominacionalismo el asumir que el bautismo es una ceremonia,
algún tipo de ritual que ha de ser efectuado por un oficial de la iglesia
delante de testigos. Debido a lo cual, el bautismo no puede ser realizado “en
la misma hora de la noche” a pesar de la disponibilidad del agua suficiente
para descender a ella y subir de ella (Hech. 8:36-39), porque faltarían el
oficial bautizador designado, los testigos, y los demás elementos de la
ceremonia, que hacen del bautismo un acto oficial de la iglesia. Dejando a un lado la
confusión sectaria, sabemos que los primeros cristianos perseveraban en la
enseñanza apostólica (Hech. 2:42) según la cual el bautismo es “para el
perdón de los pecados” (Hech. 2:38), para lavar los pecados (Hech. 22:16),
para morir al pecado en la semejanza de la muerte de Cristo y alcanzar “vida
nueva” en la semejanza de la resurrección del santo Hijo de Dios (Rom.
6:2-5), para entrar en el “un cuerpo” de Cristo (1 Cor. 12:13), para
llegar a ser “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal. 3:26,27), y
resucitar con Cristo (Col. 2:12) y ser salvos (1 Ped. 3:21). Y entendiendo la
urgencia, en el primer siglo no había programación de bautismos como una obra
de la iglesia. La programación de
bautismos no es parte del plan de Dios. No estamos autorizados a programar
bautismos como obra de la iglesia. Ciertamente, en el libro Hechos leemos de
cristianos dispuestos a ayudar para que los pecadores fuesen perdonados. Pero,
los cristianos que ayudaban no eran oficiales bautizadores del plan de
salvación, ellos ayudaban como nosotros lo hacemos cuando alguno quiere ser
bautizado “en aquella misma hora”.
Lo que Dios manda al creyente arrepentido
El Señor dijo, “El
que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16). Pedro dijo, “Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Ananías dijo
a Saulo, “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava
tus pecados, invocando su nombre” (Hech. 22:16). Dios manda al pecador
a que obedezca al evangelio (cf. 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 4:17), y corresponde al
pecador el someterse a Dios “al instante” (cf. Mat. 4:22). El pecador
puede creer, puede arrepentirse, y puede levantarse para ser bautizado.
Mientras el pecador no obedezca al evangelio permanece perdido. No es obediente
por saber lo que tiene que hacer, sino por hacerlo (cf. Sant. 4:17). Los cristianos son un
pueblo que ha sido lavado en la sangre de Cristo (Apoc. 1:5), y este lavamiento
sucedió cuando llegaron a ser bautizados (Hech. 22:16). Este “lavamiento de
la regeneración” (Tito 3:5) fue posible “por el Espíritu de nuestro
Dios” (1 Cor. 6:11) “por la palabra” (Ef. 5:26), no por algún
predicador u oficial bautizador.
El poder del evangelio
El evangelio es el
poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Rom. 1:16), es la semilla
que produce cristianos (cf. 1 Cor. 4:15; 1 Ped. 1:23-25). Dios nos “da a luz”
por medio del evangelio (Sant. 1:18, F. Lacueva; cf. Ef. 1:13). La razón por la cual
el evangelio es tan poderoso es porque revela “la justicia de Dios” (cf.
Rom. 1:17; 3:21; 10:3), es decir, el método, o forma, mediante el cual Dios
hace justo al pecador (2 Cor. 5:21). Este método es el plan de salvación que
consta de cinco requisitos para el pecador del mundo. Nuevamente, observamos
que la justicia de Dios no contempla algún tipo de bautizador, sino lo que el
pecador debe hacer para ser salvo por gracia mediante la fe (cf. Ef. 2:5-10).
El bautizador designado
Hay un bautizador involucrado
en el plan de salvación, el cual es el responsable de la inmersión de los
pecadores para el perdón de los pecados de ellos, y el ingreso de ellos al
cuerpo de Cristo, “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un
cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a
beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13). Cuando el apóstol
Pablo argumentaba a favor de la unidad del cuerpo de Cristo, él no señaló algún
oficial bautizador-humano, sino a un bautizador-divino. El apóstol de Cristo
indicó que por la acción del Espíritu Santo (“por un solo Espíritu”) fuimos
todos bautizados en un cuerpo. El Espíritu Santo es quien obra para que los creyentes
participen del “un bautismo” (cf. Ef. 4:5; Mar. 16:16). La
persona-humana que ayuda a que los pecadores obedezcan el evangelio no es un
elemento esencial en el plan de salvación (cf. 1 Cor. 1:17).
La gracia de Dios
No hay tema más claro
en las Escrituras que nuestra dependencia de la gracia de Dios para ser salvos.
Pablo dijo a los efesios, “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio
vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:5). La gracia
de Dios es su favor inmerecido hacia el hombre pecador. La gracia incluye todas
las disposiciones que Dios ha desplegado para la salvación del género humano,
cosas que el hombre no puede proporcionar por sí mismo. Para definir,
describir y aplicar correctamente “la gracia de Dios”, el apóstol Pablo
identificó dos componentes básicos de ella: 1) la enseñanza del evangelio (Tito
2:11-12) y, 2) el sacrificio de Cristo (Tito 2:14). Evidentemente, el apóstol
Pablo no señaló alguna persona humana como canalizador de la gracia divina. Cristo “se dio a
sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un
pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). Tome nota de lo
siguiente, en Juan 3:16 aprendemos que el Padre entregó al Hijo para la
salvación de los hombres, y aquí Pablo dice que el Hijo se dio así mismo.Este fue un acto de gracia. Ahora bien, justo
antes de su discusión acerca del sacrificio de Cristo, Pablo afirmó: “Porque
la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11,12).Según todos podemos leer, Pablo dice aquí que
la “gracia de Dios” manifiesta a todos los hombres una enseñanza
particular.Esto sólo sería posible si
la gracia es conferida a través del evangelio, algo que Pablo mismo afirmó a
los ancianos de Éfeso cuando mencionó al “evangelio de la gracia de Dios”
(Hech. 20:24). Debido a que la
gracia es conferida a todo aquel que obedece al evangelio, donde no hay obediencia
al evangelio (cf. Gal. 1:6-10) no hay gracia (cf. Gal. 5:4). Nuevamente, vemos
aquí la urgencia por obedecer al evangelio, y no vemos al bautizador-humano
como un sexto requisito para la gracia de Dios.
La instrucción de Jesucristo a los apóstoles
Cristo, no el hombre,
dice como alguno será salvo, “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el
que no creyere, será condenado” (Mar. 16:15,16). El Señor dijo a los
apóstoles la manera en que se hacen discípulos, “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mat. 28:19,20). Hasta el fin del
mundo Cristo está con sus apóstoles, respaldando su predicación inspirada, por
la cual se hacen discípulos. Por lo tanto, cuando alguno llega a entender su
necesidad de la salvación en Cristo y obedece al evangelio de Cristo, llega a
ser un hijo de Dios (cf. Hech. 2:38; Gal. 3:26-28). Pero, quien le bautice no
forma parte del plan de salvación de Jesucristo.
El día de Pentecostés
El Espíritu Santo
descendió en el día de Pentecostés a las 9 am., (Hech. 2:15). Pero, no sabemos cuánto
tiempo tomó la predicación de Pedro y los demás apóstoles (Hech. 2:14,37). Lo
que sí sabemos es que los bautizados ese día fueron como 3.000 personas (Hech.
2:41). Si entendemos que el día terminó, según el calendario romano, a la
medianoche, hubo menos de 15 horas para bautizar a 3.000 personas. Si cada hora
consta de 60 minutos, en 15 horas hubo 900 minutos para bautizar a 3.000. Sea
como fuere el caso, hubo muy poco tiempo para cada bautismo (3 minutos), lo
cual indica que no hubo ceremonia bautismal. El proceso de inmersión fue rápido.
Luego, el hecho de que el texto bíblico dice “bautícese cada uno de
vosotros” (Hech. 2:38) y “fueron bautizados” (v.41) quita todo
espacio en el plan de salvación para algún bautizador que funcione como sexto
requisito. En fin, el registro de Lucas deja a la predicación apostólica en un
lugar exaltado para la gloria de Jesús como Señor y Cristo (Hech. 2:36). Recuérdese que el
pecador es quien recibe el mandamiento de bautizarse “en el nombre de
Jesucristo” (Hech. 2:38). Discípulos ayudaron a los pecadores para que
fueran salvos y estos nuevos discípulos fueron autorizados a seguir haciendo lo
mismo (Mat. 28:19,20), pero ningún cristiano fue investido con la autoridad de
fungir en la iglesia como el sexto requisito del plan de salvación.