El plan de salvación revelado en el evangelio de Cristo comenzó a ser anunciado
al mundo por los apóstoles, hombres inspirados por el Espíritu Santo, quienes
instruyeron a los que oían y creían sobre lo que debían hacer para el perdón de
sus pecados. Todo esto conforme al mandamiento del Señor Jesucristo (cf. Mat.
28:19,20; Mar. 16:15,16; Luc. 24:47; Hech. 1:8). Lucas registra una pregunta que fue hecha a Pedro y los demás apóstoles en
el día de Pentecostés, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37). A
lo cual Pedro respondió, “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en
el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo” (Hech. 2:38). A diferencia del plan de salvación de Dios, el plan de salvación del hombre
motiva a los pecadores del mundo a que hagan una oración para ser salvos. Esta
oración no se encuentra en las sagradas Escrituras. Nunca leemos en la Biblia que
los pecadores del mundo deban orar para alcanzar el perdón de los pecados. Saulo
no alcanzó el perdón de los pecados por la oración (Hech. 9:11,18; 22:16). Cornelio
no fue salvo por sus oraciones (Hech. 10:2,5,6; 11:14). La popular “oración del
pecador”, no es de Dios, sino del hombre. No podríamos aceptar, ni obedecer, ni predicar, el plan de salvación del
hombre, porque es un fraude, un plan que promete una salvación que no
logra cumplir. Sin embargo, este estudiante de la Biblia cambiará de opinión
cuando encuentre en el registro bíblico del Nuevo Testamento a pecadores del
mundo orando y siendo salvos, es decir, orando y llegando a ser miembros de la
familia de Dios.