Jesucristo, el único camino a Dios

 


Por Josué I. Hernández

 
Una idea popular es que todos los religiosos sinceros y devotos, ya sean musulmanes o budistas, hindúes o cristianos, adoran al mismo Dios, solo que cambian las formas o métodos. Por lo tanto, todos son aceptables a Dios si son sinceros y bien intencionados, aunque tengan poca o ninguna fe en Jesucristo.
 
La idea general es que todos los caminos religiosos, por diferentes y opuestos que sean, van al mismo Dios. Por lo tanto, “todos los caminos van a Roma”, nos dicen. A consecuencia de lo anterior, Jesucristo es un camino más, entre muchos.
 
Sin embargo, Jesús no puede ser simplemente una alternativa entre muchas otras. Él mismo no lo permite. Él dijo, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).
 
Si lo que Jesús dijo fue una mentira, entonces él no puede ser el camino a Dios en absoluto. Si lo que dijo es verdad, entonces él es el único camino a Dios. No obstante, él no puede ser solamente un camino entre varios otros.
 
Sin duda alguna hay adoradores sinceros, dedicados, entusiastas y comprometidos, en todas las religiones, y nosotros los cristianos entendemos que no hay excusa para maltratar a los demás por sus creencias, por muy equivocadas que nos parezcan. Todos merecen ser tratados con respeto y dignidad, y nadie puede ser obligado a convertirse en discípulo de Jesucristo a fuerza de presión o espada.
 
A pesar de lo anterior, sigue siendo cierto que toda religión que niegue a Jesús como el único, y exclusivo, camino a Dios se encuentra en conflicto directo con Jesús mismo.
 
Decir que nos podemos acercar a Dios de otras formas y maneras es tratar a Jesús como mentiroso. No importa cuán sinceramente alguno crea que Jesús no es el único camino a Dios. El fervor religioso no cambia la realidad. Jesús siempre seguirá siendo el único camino a Dios. Él es precisamente esto, no es un camino alternativo. Si lo fuera, no sería el santo Hijo de Dios. Sin embargo, su resurrección declara precisamente esto, que él decía la verdad al afirmar ser divino (Rom. 1:4; 9:5).