Antes de conferir la tierra prometida a Israel, Jehová Dios les exigió que
denunciaran formalmente la conducta rebelde. Uno de los detalles fue el
siguiente, “Maldito el que redujere el límite de su prójimo” (Deut.
27:17; cf. Deut. 19:14). Un marcador de límite sería una piedra grande o una pila de piedras. Ahora
bien, al mover las piedras del límite uno podría agrandar su tierra, y, por lo
tanto, mientras defrauda a su prójimo haría crecer ilícitamente sus
oportunidades económicas. Mover el límite sería un acto desalmado motivado por
el egoísmo, una total falta de amor y de temor de Dios. Para nuestra sorpresa,
la práctica sucedía, y las personas de menores recursos llegaron a ser las
víctimas (Prov. 15:25; 22:28; 23:10,11). Bajo la dirección de Dios, el verdadero dueño de la tierra, se asignaron
terrenos de manera tribal y familiar. Entonces, la tierra recibida era una
herencia de Dios (cf. Deut. 19:14; Jos. 24:13). Aprendemos, además, de leyes
estrictas que regían la venta de tierras y que en el año del jubileo todas las
tierras debían volver a la familia original (Lev. 25:27). En fin, el acto de
mover el límite era alterar el orden divinamente establecido (cf. 1 Rey.
21:1-3). Seguramente hubo actos desafiantes, y otros más sutiles, para mover los
límites. En cuanto a movimientos sutiles, unos pocos centímetros de vez en
cuando no serían tan notorios, es más, serían casi imperceptibles al principio.
Es más, unos pocos centímetros podrían fácilmente haber sido catalogados como
una infracción menor que no valía la pena abordar. Sin embargo, poco a poco se
producirían cambios significativos que serían el resultado de pequeños
movimientos reiterados en el pasado. En el tiempo de Oseas, el pueblo de Dios movía desvergonzadamente los límites
establecidos por Dios, “Los príncipes de Judá fueron como los que traspasan
los linderos; derramaré sobre ellos como agua mi ira. Efraín es vejado,
quebrantado en juicio, porque quiso andar en pos de vanidades” (Os.
5:10,11). Al contemplar el panorama que nos rodea, vemos que algunos se muestran
abiertamente desafiantes, haciendo alarde de su pecado, como si a Dios no le
importara lo que están haciendo; y otros, son más sutiles, moviendo poco a poco
los linderos, con una “pequeña desviación” aquí y otra allá, pequeñas concesiones,
pequeños pasos de pecado. De pronto, “la ley de la libertad” (Sant.
2:12) ha sido pervertida a una “total libertad sin ley”, y así, lo que queremos
y sentimos reemplaza a lo que Dios ha revelado y dispuesto (cf. Jn. 8:32;
17:17).