Moviendo los límites

 


Por Josué I. Hernández

 
Antes de conferir la tierra prometida a Israel, Jehová Dios les exigió que denunciaran formalmente la conducta rebelde. Uno de los detalles fue el siguiente, “Maldito el que redujere el límite de su prójimo” (Deut. 27:17; cf. Deut. 19:14).
 
Un marcador de límite sería una piedra grande o una pila de piedras. Ahora bien, al mover las piedras del límite uno podría agrandar su tierra, y, por lo tanto, mientras defrauda a su prójimo haría crecer ilícitamente sus oportunidades económicas. Mover el límite sería un acto desalmado motivado por el egoísmo, una total falta de amor y de temor de Dios. Para nuestra sorpresa, la práctica sucedía, y las personas de menores recursos llegaron a ser las víctimas (Prov. 15:25; 22:28; 23:10,11).
 
Bajo la dirección de Dios, el verdadero dueño de la tierra, se asignaron terrenos de manera tribal y familiar. Entonces, la tierra recibida era una herencia de Dios (cf. Deut. 19:14; Jos. 24:13). Aprendemos, además, de leyes estrictas que regían la venta de tierras y que en el año del jubileo todas las tierras debían volver a la familia original (Lev. 25:27). En fin, el acto de mover el límite era alterar el orden divinamente establecido (cf. 1 Rey. 21:1-3).
 
Seguramente hubo actos desafiantes, y otros más sutiles, para mover los límites. En cuanto a movimientos sutiles, unos pocos centímetros de vez en cuando no serían tan notorios, es más, serían casi imperceptibles al principio. Es más, unos pocos centímetros podrían fácilmente haber sido catalogados como una infracción menor que no valía la pena abordar. Sin embargo, poco a poco se producirían cambios significativos que serían el resultado de pequeños movimientos reiterados en el pasado.
 
En el tiempo de Oseas, el pueblo de Dios movía desvergonzadamente los límites establecidos por Dios, “Los príncipes de Judá fueron como los que traspasan los linderos; derramaré sobre ellos como agua mi ira. Efraín es vejado, quebrantado en juicio, porque quiso andar en pos de vanidades” (Os. 5:10,11).
 
Al contemplar el panorama que nos rodea, vemos que algunos se muestran abiertamente desafiantes, haciendo alarde de su pecado, como si a Dios no le importara lo que están haciendo; y otros, son más sutiles, moviendo poco a poco los linderos, con una “pequeña desviación” aquí y otra allá, pequeñas concesiones, pequeños pasos de pecado. De pronto, “la ley de la libertad” (Sant. 2:12) ha sido pervertida a una “total libertad sin ley”, y así, lo que queremos y sentimos reemplaza a lo que Dios ha revelado y dispuesto (cf. Jn. 8:32; 17:17).