Siempre gozosos, siempre orando, y siempre agradecidos
Por Josué I. Hernández
Procurando un caminar más íntimo con Dios quien nos “llamó a su
reino y gloria” (1 Tes. 2:12) podríamos perdernos en los detalles del día a
día. La mayoría de nosotros tenemos tantas áreas en las que necesitamos crecer,
y tantas actividades en las que debemos participar y deberes que cumplir, que
todo el proyecto puede parecer abrumador. Podemos fácilmente desanimarnos si
perdemos el equilibrio y el enfoque. Sin embargo, crecer en el conocimiento del
Señor no es un ideal inalcanzable (cf. 2 Ped. 3:18; Fil. 3:8). Podemos lograrlo
volviendo a lo básico. Como en muchas otras actividades, lo básico provee el
enfoque adecuado y el equilibrio necesario. Deténgase a leer 1 Tesalonicenses 5:16-18. El apóstol Pablo establece tres
exhortaciones primordiales que siempre tendrán un impacto positivo en nuestro
caminar con Dios. Como alguien dijo, “aquí tenemos lo que Dios siempre requiere
de su pueblo”. “Estad siempre gozosos”. Entendemos que existe una diferencia entre la
felicidad y el gozo, y que podemos regocijarnos en el Señor incluso en medio
del dolor. Hablando de nuestra gloriosa esperanza, Pedro escribió: “En lo
cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1 Pedro 1:6). Cuando
sufrimos, nos “sentimos” mal, y es difícil recordar lo que “sabemos”. Entonces,
necesitamos entrenar nuestras mentes para volver al gozo que siempre es nuestro
en Cristo (cf. Fil. 3:1; 4:4). De hecho, necesitamos regocijarnos con tanta
regularidad para mantener la ansiedad y la amargura lejos de nuestros
pensamientos (cf. Fil. 4:8). Hay tanta fuerza disponible por el gozo y la paz de Dios (cf. Rom. 15:13). Simplemente, no hay
cosa tan útil en el caminar con Dios, que estar siempre gozosos. “Orad sin cesar”. Esto no significa que dejaremos todo, aislándonos
del mundo, para siempre orar. Más bien significa que estaremos orando tan a menudo
que nuestra vida será una vida caracterizada por la oración. Entonces, oraremos
con perseverancia, sin darnos por vencidos (cf. Mat. 7:7-11). No hay reacción
de fe que nos mantenga en un caminar más íntimo con Dios como el orar siempre sin
desmayar (cf. Luc. 18:1-8). “Dad gracias en todo”. Hay cosas malas, tristes y desagradables en sí
mismas, por las cuales no podríamos agradecer. No obstante, el “dar gracias en
todo” es dar gracias “en todas las circunstancias” sabiendo que Dios está en su
trono, que él nos ama, y que nos corresponde esperar en él. El caso de Daniel
es una buena ilustración. Cuando se volvió “ilegal” el orar a Dios, la Biblia
nos dice que “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en
su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se
arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como
lo solía hacer antes” (Dan. 6:10). Sin duda alguna, nosotros podríamos haber
orado en tales circunstancias, pero ¿daríamos gracias? Como Daniel debemos
aprender a ser agradecidos aún en los días más difíciles y oscuros. Estas exhortaciones son poderosas, y debemos valorarlas. Pablo dijo, “porque
esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Estas exhortaciones
ajustan nuestro enfoque y equilibrio. Sencillamente, cuando nos regocijamos,
oramos y agradecemos, aseguramos nuestros corazones para seguir adelante de la
mano del Señor. En medio de las más duras dificultades podemos disciplinarnos a
nosotros mismos para elevar nuestros corazones a la real perspectiva. A pesar de lo que sintamos, la oración refrescará el corazón para continuar
buscando “primeramente el reino de Dios y su justicia” (cf. Mat. 6:33);
y la gratitud por todas las bendiciones de Dios, moverá nuestro corazón a
entender que los problemas no son la historia completa en el mundo de nuestro
Dios y Padre. Regocijarse, orar y dar gracias es el mejor colirio para los ojos, es como
limpiar unos anteojos muy sucios. Luego, vemos todo tan claro que nos
asombramos al volver a contemplar aquellas cosas que por un momento habíamos
perdido de vista. He aquí el ABC del caminar con Dios.