El escritor a los hebreos comparó
la sangre de Cristo con la sangre de Abel, el hijo de Adán y Eva, quien murió a
manos de su propio hermano, Caín. La sangre de Cristo proclama grandes cosas, esta
es “la sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (Heb. 12:24). La sangre de Cristo habla del amor
de Dios, quien envió a su santo Hijo para salvarnos. “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). “Porque
Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente,
apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir
por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:6-8). La sangre de Cristo habla del propósito
eterno de Dios, propósito que involucraba la muerte de su Hijo por
nosotros, “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apoc.
13:8). Este propósito de Dios es eterno, y, por lo tanto, existía desde antes
de la fundación del mundo (Ef. 1:4; 3:11), “desde antes del principio de los
siglos” (Tito 1:2; cf. 2 Tim. 1:9). La sangre de Cristo habla de la
redención. En Cristo, los pecadores son redimidos, es decir, comprados o
rescatados de la culpa y condenación de sus pecados, “en quien tenemos
redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:14). Ahora, ¿cómo es
redimido el pecador? La Biblia dice que esto sucede “por su sangre”, por
lo tanto, la sangre de Cristo proclama que la redención ha llegado y que podemos
ser salvos (cf. Hech. 13:38,39; Rom. 3:23-26). La sangre de Cristo habla de pureza,
limpieza y santidad. “pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de todo pecado” (1 Jn. 1:7). Los pecados son lavados en la sangre de Cristo
(Hech. 22:16; Apoc. 1:5). Sin la sangre de Cristo no habría pureza ni santidad
(cf. Hech. 18:8; 1 Cor. 6:11). Esta es la razón de la muerte de Cristo, “quien
se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar
para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). La sangre de Cristo habla de paz.
La paz considerada es la paz con Dios, es decir, la reconciliación con el Todopoderoso.
Por el pecado el hombre es enemigo de Dios (cf. Sant. 4:4). Simplemente, no hay
paz entre Dios y sus enemigos. Debido a que el pecado trae esta alienación de
Dios (Rom. 3:23; cf. Is. 59:1,2), el pecado debe ser removido o perdonado. La
sangre de Cristo quita el pecado y hace posible la paz con Dios (Rom. 5:10,11).
La Biblia dice, “y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así
las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz
mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:20). ¡La sangre de Cristo proclama
una oferta de paz, diciendo que es posible la reconciliación con Dios! La sangre de Cristo habla del cielo.
Todos los que “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre
del Cordero” (Apoc. 7:14; cf. Apoc. 1:5) alcanzarán la vida eterna, “Por
esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo” (Apoc.
7:15). Estos son “los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra
e inmortalidad” (Rom. 2:7). Simplemente, el cielo sería desconocido para
nosotros sin “la sangre preciosa de Cristo” (1 Ped. 1:19). Hay un tremendo mensaje transmitido
por la sangre de Cristo. Así como la sangre de Abel tuvo algo que decir (Gen.
4:10), la sangre de Cristo dice mucho, y habla de cosas mejores que Dios ha
preparado en su gran amor por nosotros.