¿Cuándo estoy listo para ser bautizado?

 


Por Josué I. Hernández

 
Amigos que están creyendo en Cristo han hecho esta pregunta, también nuestros hijos han preguntado algo semejante. Así también, hermanos se preguntan, “¿cuándo el inconverso está listo para ser bautizado?”.
 
Si la mente se enfoca en semejante pregunta, ha fijado su atención en la cuestión más importante de la vida. Es una buena inversión de tiempo el buscar respuesta en la Biblia a semejante interrogante.
 
Cuando Felipe predicó el evangelio al africano de Etiopía, provocó en este eunuco la pregunta, “¿qué impide que yo sea bautizado?” (Hech. 8:36). Aquí tenemos un principio importante sobre la predicación del evangelio. Debemos predicar a Cristo para iluminar la mente con el sagrado mensaje, despertar las conciencias por la gravedad del pecado, y motivar el profundo anhelo de someterse a Cristo en el bautismo (Hech. 2:38; 22:16).
 
La gravedad del pecado
 
Nadie podría estar listo para ser bautizado sin primero comprender la gravedad del pecado. Recuérdese que el bautismo en Cristo (Rom. 6:3-5; Gal. 3:27) es para el perdón de los pecados (Hech. 2:38) para salvación (Mar. 16:16) y para resurrección de la muerte en pecados (Col. 2:12).
 
Cuando el pecador comprende la gravedad de sus pecados, es decir, capta la dimensión moral de sus pecados, necesitará el auxilio del divino Salvador (Mat. 1:21). Para salvarnos Cristo derramó su sangre (Mat. 26:28) y trajo del cielo un mensaje, su evangelio, el cual tiene el poder suficiente para salvar a todo aquel que cree (cf. Rom. 1:16,17), pues contiene todas las instrucciones que necesitamos obedecer (cf. Rom. 1:5; 10:16; 15:18; 16:26; Hech. 6:7; Heb. 5:9), las cosas que debemos creer (cf. Mar. 1:15; 16:16; Heb. 1:1,6) y las cosas que debemos esperar (cf. Hech. 2:39,40; Jn. 14:2,3; 1 Tes. 1:10; Heb. 9:28; 1 Ped. 1:3-5; 2 Ped. 3:13).
 
Hay redención, es decir, “perdón de pecados”, en Cristo por su sangre (Ef. 1:7), y es el evangelio de Cristo el cual nos informa cómo tener contacto con esta sangre purificadora (Apoc. 1:5; cf. Heb. 9:14).
 
Sin embargo, el evangelio no tiene poder sobre quienes no aprecien la gravedad de sus pecados. Sin el peso de la responsabilidad moral por el pecado, el pecador no podría arrepentirse (cf. Hech. 2:37,38). ¿Cómo podría ser salvo quien no experimentó la tristeza que es según Dios (2 Cor. 7:9,10)?
 
La base de la salvación
 
Nadie podría estar listo para ser bautizado en Cristo, sin primero comprender cuánto nos ama Dios. Jesús dijo a Nicodemo, “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:14-16). Cuando el pecador comprende cuán dispuesto está Dios a perdonarnos, el pecador está enfocando la base de la salvación.
 
Ninguno será salvo porque el predicador lo dice, o la iglesia lo afirme. El pecador debe enfocarse en la razón por la cual Cristo tuvo que morir. La base de la salvación es “Jesucristo… crucificado” (1 Cor. 2:2), “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20), “por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gal. 6:14).
 
Considere lo siguiente. Luego de afirmar, “por cuanto todos pecaron” (cf. Rom. 3:23), Pablo explicó cómo Dios hizo posible nuestra salvación por el perfecto sacrificio de Jesucristo en la cruz (Rom. 3:24-26). Así, pues, el sacrificio de Cristo por los pecados del mundo demuestra la justicia de Dios al perdonar al pecador (v.26), a la vez que demuestra que Dios es quien justifica, en otras palabras, el indulto del pecado es decretado por Dios quien perdona.
 
La muerte de Cristo prueba que Dios castiga el pecado, mientras funciona como el sacrificio perfecto para que Dios perdone a quienes estén dispuestos a recibir “la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom. 5:17).
 
Las condiciones del indulto divino
 
Nadie está obligado a recibir la gracia de Dios. A su vez, nadie será salvo sin la gracia de Dios, la cual “se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11). Pero, ¿cómo se manifiesta? Mediante la enseñanza que informa, “enseñándonos” (Tito 2:12).  
 
Pablo dijo a los efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8,9). Ser salvos por gracia significa que “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo… y juntamente con él nos resucitó” (Ef. 2:5,6). Pero, ¿cuándo alguno es resucitado con Cristo? La Biblia responde: “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12; cf. Rom. 6:4,5).  
 
Cristo no dijo “el que se bautice será salvo”; Cristo dijo, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16).
 
Pedro no dijo, “bautícense”; Pedro dijo, “Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38, LBLA).
 
Felipe no dijo, “bien puedes”; Felipe dijo, “Si crees de todo corazón, bien puedes” (Hech. 8:37).
 
El compromiso con Cristo
 
Completar la obediencia al evangelio es invocar el nombre del Señor para ser salvos (Hech. 2:21,40,41; 22:16), lo cual es un acto formal de total entrega, la rendición de la voluntad, el ego, ante la suprema autoridad de Jesucristo (Hech. 2:36). Por este motivo el creyente se hace bautizar “en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:38), “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12). Esta es la razón por la cual la inmersión se realiza en consideración de la divina autoridad del Señor, “fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hech. 19:5).  
 
Debido a lo anterior, las almas sometidas a Cristo ponen “la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-3), considerando “los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría” (Col. 3:5, LBLA).
 
Las almas sometidas a Cristo se llenan de la palabra del Señor (Col. 3:16) para hacer todo en el nombre de él (Col. 3:17), haciéndolo todo “de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23).
 
Conclusión
 
Estamos ansiosos de que muchas almas sean salvas, pero debemos asegurarnos de que lo hagan por su propia convicción y voluntad, sin presión, es decir, de corazón, como lo hacían los creyentes en el primer siglo: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Rom. 6:17).
 
“Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hech. 8:36-38).