Amigos que están creyendo en Cristo han hecho esta pregunta, también
nuestros hijos han preguntado algo semejante. Así también, hermanos se
preguntan, “¿cuándo el inconverso está listo para ser bautizado?”. Si la mente se enfoca en semejante pregunta, ha fijado su atención en la
cuestión más importante de la vida. Es una buena inversión de tiempo el buscar
respuesta en la Biblia a semejante interrogante. Cuando Felipe predicó el evangelio al africano de Etiopía, provocó en este
eunuco la pregunta, “¿qué impide que yo sea bautizado?” (Hech. 8:36). Aquí
tenemos un principio importante sobre la predicación del evangelio. Debemos predicar
a Cristo para iluminar la mente con el sagrado mensaje, despertar las conciencias
por la gravedad del pecado, y motivar el profundo anhelo de someterse a Cristo
en el bautismo (Hech. 2:38; 22:16).
La gravedad del pecado
Nadie podría estar listo para ser bautizado sin primero comprender la
gravedad del pecado. Recuérdese que el bautismo en Cristo (Rom. 6:3-5; Gal. 3:27)
es para el perdón de los pecados (Hech. 2:38) para salvación (Mar. 16:16) y
para resurrección de la muerte en pecados (Col. 2:12). Cuando el pecador comprende la gravedad de sus pecados, es decir, capta la
dimensión moral de sus pecados, necesitará el auxilio del divino Salvador (Mat.
1:21). Para salvarnos Cristo derramó su sangre (Mat. 26:28) y trajo del cielo
un mensaje, su evangelio, el cual tiene el poder suficiente para salvar a todo
aquel que cree (cf. Rom. 1:16,17), pues contiene todas las instrucciones que
necesitamos obedecer (cf. Rom. 1:5; 10:16; 15:18; 16:26; Hech. 6:7; Heb. 5:9),
las cosas que debemos creer (cf. Mar. 1:15; 16:16; Heb. 1:1,6) y las cosas que
debemos esperar (cf. Hech. 2:39,40; Jn. 14:2,3; 1 Tes. 1:10; Heb. 9:28; 1 Ped.
1:3-5; 2 Ped. 3:13). Hay redención, es decir, “perdón de pecados”, en Cristo por su
sangre (Ef. 1:7), y es el evangelio de Cristo el cual nos informa cómo tener
contacto con esta sangre purificadora (Apoc. 1:5; cf. Heb. 9:14). Sin embargo, el evangelio no tiene poder sobre quienes no aprecien la
gravedad de sus pecados. Sin el peso de la responsabilidad moral por el pecado,
el pecador no podría arrepentirse (cf. Hech. 2:37,38). ¿Cómo podría ser salvo
quien no experimentó la tristeza que es según Dios (2 Cor. 7:9,10)?
La base de la salvación
Nadie podría estar listo para ser bautizado en Cristo, sin primero
comprender cuánto nos ama Dios. Jesús dijo a Nicodemo, “Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre
sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Jn. 3:14-16). Cuando el pecador comprende cuán dispuesto está Dios
a perdonarnos, el pecador está enfocando la base de la salvación. Ninguno será salvo porque el predicador lo dice, o la iglesia lo afirme. El
pecador debe enfocarse en la razón por la cual Cristo tuvo que morir. La base
de la salvación es “Jesucristo… crucificado” (1 Cor. 2:2), “el cual
me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20), “por quien el mundo
me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gal. 6:14). Considere lo siguiente. Luego de afirmar, “por cuanto todos pecaron”
(cf. Rom. 3:23), Pablo explicó cómo Dios hizo posible nuestra salvación por el
perfecto sacrificio de Jesucristo en la cruz (Rom. 3:24-26). Así, pues, el
sacrificio de Cristo por los pecados del mundo demuestra la justicia de Dios al
perdonar al pecador (v.26), a la vez que demuestra que Dios es quien justifica,
en otras palabras, el indulto del pecado es decretado por Dios quien perdona. La muerte de Cristo prueba que Dios castiga el pecado, mientras funciona
como el sacrificio perfecto para que Dios perdone a quienes estén dispuestos a
recibir “la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom.
5:17).
Las condiciones del indulto divino
Nadie está obligado a recibir la gracia de Dios. A su vez, nadie será salvo
sin la gracia de Dios, la cual “se ha manifestado para salvación a todos los
hombres” (Tito 2:11). Pero, ¿cómo se manifiesta? Mediante la enseñanza que
informa, “enseñándonos” (Tito 2:12). Pablo dijo a los efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8,9). Ser salvos por
gracia significa que “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo… y juntamente con él nos resucitó” (Ef. 2:5,6). Pero,
¿cuándo alguno es resucitado con Cristo? La Biblia responde: “sepultados con
él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la
fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12; cf. Rom.
6:4,5). Cristo no dijo “el que se bautice será salvo”; Cristo dijo, “El que
creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16). Pedro no dijo, “bautícense”; Pedro dijo, “Arrepentíos y sed bautizados
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38, LBLA). Felipe no dijo, “bien puedes”; Felipe dijo, “Si crees de todo corazón,
bien puedes” (Hech. 8:37).
El compromiso con Cristo
Completar la obediencia al evangelio es invocar el nombre del Señor para ser
salvos (Hech. 2:21,40,41; 22:16), lo cual es un acto formal de total entrega, la
rendición de la voluntad, el ego, ante la suprema autoridad de Jesucristo
(Hech. 2:36). Por este motivo el creyente se hace bautizar “en el nombre de
Jesucristo” (Hech. 2:38), “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12). Esta es la razón
por la cual la inmersión se realiza en consideración de la divina autoridad del
Señor, “fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hech. 19:5). Debido a lo anterior, las almas sometidas a Cristo ponen “la mira en las
cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-3), considerando “los
miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza,
las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría” (Col. 3:5,
LBLA). Las almas sometidas a Cristo se llenan de la palabra del Señor (Col. 3:16)
para hacer todo en el nombre de él (Col. 3:17), haciéndolo todo “de corazón,
como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23).
Conclusión
Estamos ansiosos de que muchas almas sean salvas, pero debemos asegurarnos
de que lo hagan por su propia convicción y voluntad, sin presión, es decir, de
corazón, como lo hacían los creyentes en el primer siglo: “Pero gracias a
Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a
aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Rom. 6:17). “Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y
dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe
dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que
Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al
agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hech. 8:36-38).