Cuando Dios provee salvación,
especifica la manera y el lugar. Su salvación no podría ser “incondicional”
cuando vemos que Dios especifica términos y condiciones. La historia
bíblica nos enseña mucho sobre esto. Cuando Dios indicó un lugar de salvación, convenía
a los salvos el permanecer dentro. En fin, la gracia ha sido condicionada a la
obediencia. ¿Recuerda Génesis 6 y 7? Dios
mandó a Noé y a su familia a que entraran en el arca para asegurar su salvación
del diluvio (Gen. 7:1,5). El apóstol Pedro comentó, “por lo cual el mundo de
entonces pereció anegado en agua” (2 Ped. 3:6). Por el contrario, en el
arca “pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Ped.
3:20). ¿Recuerda Éxodo 12 cuando Dios
explicó a Moisés que habría mortandad en toda casa donde no hubiese sangre de
cordero untada en los dinteles y postes (v.7,22)? Dios determinó que la
salvación sería otorgada a los obedientes que permanecieran dentro, en el lugar
designado (Ex. 12:13,23), así, pues, hubo mortandad sobre todos los
primogénitos fuera del lugar de salvación (Ex. 12:29). El apóstol Pablo
explicó, “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la
levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y
de verdad” (1 Cor. 5:8). Juan el bautista dijo de Cristo, “He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29; cf. 1:36; Is.
53:7). Cuando Israel entró en la tierra
prometida, Dios estableció ciertas ciudades, ciudades que servirían de refugio
(Jos. 20:2,7,8; cf. Num. 35:1-8). Cuando alguno llegó a cometer homicidio involuntario,
podía huir a esas ciudades para no ser alcanzado por “el vengador de la sangre”.
Dios fue bastante explícito. Los objetos de la venganza estarían a salvo
solamente si permanecerán dentro de estas ciudades. Cuando Cristo vino (Gal. 4:4),
Dios hizo la provisión más grande para toda la humanidad: La salvación de nuestras almas (cf. 1 Ped. 1:9). Dios ha especificado que la salvación está “en Cristo” (Ef. 1:3).
Para entrar a esta ubicación espiritual, es decir, para entrar en Cristo, uno
debe llegar a ser bautizado en él (Gal. 3:27; Rom. 6:3). Luego, para permanecer
en Cristo, uno debe andar en luz y como él anduvo (1 Jn. 1:7; 2:6) siendo fiel
hasta la muerte (Apoc. 2:10). De esta manera, los que mueren en Cristo serán
salvos, pero los que mueren fuera de Cristo se perderán (cf. Apoc. 14:13;
21:8).
La pregunta es sencilla, y el
asunto es grave, ¿está usted en el lugar de salvación provisto por Dios?