Santiago es un libro eminentemente práctico. Está lleno de contrastes. Es
sencillo, pero profundo, y va directo al grano. Una de las cosas que señala
Santiago es que a menudo hay espacios en blanco que se deben rellenar, vacíos,
o brechas, que se deben cubrir. Veamos algunos ejemplos.
La brecha entre creer y confiar
Santiago enseña que si a un hombre le falta sabiduría debe pedirla a Dios, “Pero
pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del
mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Sant.
1:6). Una cosa es creer que Dios podría conceder sabiduría, que podría conceder
la petición, porque la Biblia lo dice; pero, es diferente tener la plena confianza
de que así será y pedir en consecuencia (cf. Mat. 7:7-11). Hay un abismo entre
creer y confiar. La oración aceptable no es proyectada desde el mero
asentimiento mental, sino desde la plena confianza (cf. Rom. 10:1). Si no lo
hacemos así, “No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del
Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”
(Sant. 1:7,8).
La brecha entre saber y hacer
Estamos en una gran posición al tener conocimiento de la palabra de Dios. Actualmente,
el acceso a la Biblia es una de nuestras más ricas bendiciones. Si combinamos
esto con las oportunidades regulares para aprender del texto sagrado, veremos
cuán ventajosa posición ocupamos. “Pero sed hacedores de la palabra, y no
tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22). Conocer la palabra de Dios es esencial (cf. Os. 4:6); sin embargo, saber lo
que es correcto es inútil si nunca llegamos a practicarlo (cf. Mat. 5:6; 1 Cor.
8:1). De hecho, es peor que inútil, “y al que sabe hacer lo bueno, y no lo
hace, le es pecado” (Sant. 4:17).
La brecha entre decir y hacer
“Y si un hermano o una hermana están desnudos, y
tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les
dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son
necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Sant. 2:15,16). La mayoría pretende hacer lo bueno mediante el discurso. Dicen que harán,
sin hacerlo. Se comprometen, sin cumplirlo. Expresan sus buenos deseos con
palabras agradables, reemplazando los hechos por las palabras. Suena bonito,
pero no sirve de nada (cf. Jer. 42:6; 43:2,4,7). Sin embargo, el aquel gran día
lo que contará será lo que hicimos, no lo que dijimos (Mat. 7:21-23), “para
que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea
bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).
La brecha entre poseer y beneficiarse
La mayoría de las personas creen que entre más cosas tengan más se
beneficiarán. El capítulo 5 de Santiago se dirige a personas que tienen mucho
sin lograr beneficiarse de ello. ¿Cómo es posible que suceda esto? Vemos que compran
y disfrutan de muchas cosas. Sin embargo, ahí está el problema. El materialismo
produce un enfoque en uno mismo y en el placer, ahogando el corazón con diversas
preocupaciones, anhelos y placeres (cf. Luc. 8:14; 21:34), “No podéis servir
a Dios y a las riquezas” (Mat. 6:24). Santiago dice, “Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido
disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza” (Sant.
5:5; cf. 1 Tim. 6:9,10). La prosperidad solo es beneficiosa cuando la usamos al
servicio de Dios (cf. 1 Tim. 6:17-19).
La brecha entre esperar y ser paciente
La paciencia es una de las más importantes cosas que podamos adquirir
(Sant. 1:2-4). No obstante, no es lo mismo esperar que ser paciente. En otras
palabras, esperar algo no es lo mismo que manifestar paciencia mientras se
espera. ¿No quisiéramos que las expectativas que abriga nuestro corazón se
cumplan rápidamente? ¿No ha deseado alguna vez que sus problemas se resuelvan
lo más pronto posible? Sin embargo, el Señor se toma su tiempo. Por lo tanto,
debemos aprender a esperar con paciencia. Santiago nos dice que dejemos de quejarnos (Sant. 5:9; cf. Fil. 2:14). Si
vivimos quejándonos todo el tiempo, hasta que venga el cambio, no estamos
exhibiendo paciencia, simplemente, estamos esperando, esperando sin paciencia. Por
lo tanto, “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones” (Sant.
5:8).