La primera señal

 


Por Josué I. Hernández


La novia es la persona central en las bodas modernas. Sin embargo, en los tiempos bíblicos el novio ocupaba el lugar de principal atención. Hoy se dice, “ahí viene la novia”. En tiempos bíblicos se decía, “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mat. 25:6).
 
La Biblia nos habla de cierta boda ocurrida en Caná, y aunque no sabemos quiénes fueron los novios, sí sabemos que Jesucristo fue uno de los invitados. Este relato está registrado en Juan 2:1-11.
 
La señal
 
Jesús y sus discípulos fueron invitados a esta boda. En este momento, los discípulos llevaban poco tiempo con Cristo, y esta ocasión tan particular sería incluida por el apóstol Juan en su libro con el propósito de enfocar nuestra mente en Jesús, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:31).
 
Las fiestas de bodas de aquellos tiempos solían durar siete días, o más. Estaban todos celebrando cuando ocurrió algo muy penoso, el refresco principal que solía beberse en tales ocasiones memorables se había acabado. No debemos entender que el vino de esta ocasión era alcohólico.
 
María, la madre de Jesús le indicó lo que estaba sucediendo. No podemos saber qué estaría pensando ella, más aún qué esperaba ella que Jesús hiciera. No obstante, la naturalidad con la cual María se refirió a Jesús, su hijo primogénito (Mat. 1:25; Luc. 2:7), nos permite observar cuánto ella confiaba en él cuando surgían problemas, y cuán habilidoso él se habría comportado en el pasado. Debemos recordar que hasta este momento Jesús nunca había obrado un milagro, aunque María sabía mucho sobre el origen de él (cf. Luc. 1:35-38) y lo que podía esperar de su persona (cf. Luc. 1:32,33).
 
Jesús reprendió respetuosamente a María, diciéndole que su hora aún no había llegado. La “hora” de Jesús sería la crisis o clímax de su vida, su crucifixión (cf. Jn. 7:30; 8:20; 17:1). “Sin embargo, aquí (Jn. 2:4) parece que su hora se refiere a la hora de manifestar su gloria (Jn. 2:11). En el momento apropiado él haría lo que quería hacer, pero su madre no tenía nada que ver con esa decisión” (W. Partain).
 
Jesús estaba dispuesto a hacer algo, pero lo que hiciera tendría total acuerdo con el plan del Padre. Entonces, ¿qué hizo Jesús? Hizo vino del agua, convirtiendo el agua en vino.
 
La manera en que Jesucristo actuó es significativa. Toda posible acusación de fraude sería descartada, impidiendo alguna duda de un posible engaño. Varios fueron los testigos que participaron sin darse cuenta de lo que estaba por suceder. Simplemente obedecieron haciendo la parte que les correspondía. María había dicho, “Haced todo lo que os dijere” (Jn. 2:5). Pero, Jesús dijo, “Llenad estas tinajas de agua” (Jn. 2:7).
 
El proceso fue sencillo. Fueron llenadas seis tinajas de piedra, según la instrucción de Jesús, cada una de las cuales contendría unos 100 litros de agua. No se usaron los odres de vino vacíos. Las tinajas fueron llenadas hasta el borde, lo cual impediría agregar algún aditivo.
 
Los sirvientes participaron directamente en el llenado de las tinajas. Ellos sabían que usaron agua, y nada más que agua. Los demás testigos sabían lo mismo. El “maestresala”, o maestro de ceremonias, era “el encargado de cuidar de que la mesa y los reclinatorios estuvieran bien dispuestos, la comida en orden, y de gustar los alimentos y el vino” (Vine); él fue quien juzgó el efecto del milagro de Jesucristo, y esto lo hizo totalmente desinformado, actuando como un observador imparcial.
 
El efecto
 
Los milagros de Jesús no fueron realizados solamente para beneficiar físicamente a los receptores de estas bendiciones. Los milagros tuvieron un propósito más alto.
 
Los milagros de Jesucristo indudablemente fueron asombrosos, de ahí el término “prodigio” (gr. “téras”), porque estas intervenciones sobrenaturales eran maravillosas y captaban la total atención de los testigos (ej. Mar. 1:27; 2:12). A su vez, apelaban al entendimiento, dirigiendo la mente hacia alguna lección que aprender; de ahí el término “señal” (gr. “semeíon”).
 
Estas “señales”, indicaban algún aspecto de la identidad de Jesús de Nazaret (cf. Hech. 2:22). Por lo tanto, Juan escribió, “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Jn. 2:11).
 
Además de los discípulos, María y los sirvientes, y no sabemos cuántos más, en una primera instancia, presenciaron el milagro, una “señal” que confirmaría a los primeros conversos. El efecto fue inmediato, aunque la fe de ellos tendría que madurar.
 
La interpretación
 
La Biblia nos informa que la mayoría no logró captar lo que las señales de Jesucristo indicaban, y a menudo muchos no entendieron lo que Jesús les quería decir. No es sorprendente, entonces, que lo único que algunos vean hoy al encontrarse con este relato sea una justificación para el consumo de alcohol.
 
El sustantivo “vino” (gr. “oinos”) es una palabra genérica para “jugo de uva”, ya sea alcohólico o no. El contexto determina si se trata de vino fermentado o refresco de uva. La pregunta es, ¿Promovería la embriaguez el santo Hijo de Dios? ¿No está condenada la embriaguez en las sagradas Escrituras?
 
El vino era un alimento básico en Palestina, usado tan comúnmente como el grano (cf. Apoc. 6:6). Obviamente, los vinos modernos son destilados para potenciar el efecto embriagador. En cambio, en los tiempos bíblicos, el vino se mezclaba con agua. Normalmente una parte de vino se diluía en tres partes de agua.
 
Jesucristo no ignoró las frecuentes advertencias bíblicas contra el alcohol (ej. Prov. 20:1; 23:29-35; Hab. 2:15). Dios no se contradice.
 
Cuando el maestro de ceremonias habló de “beber mucho”, no se refería a otra cosa que “la saciedad” (Jn. 2:10). Aquí no tenemos una admisión de la borrachera. Sin embargo, no deja de asombrarme que alguno pretenda citar el ejemplo de Jesucristo como justificación para el consumo de bebidas alcohólicas.