Los pecadores del mundo, muertos en delitos y
pecados (Ef. 2:1,5), no serán resucitados a una vida de redención por algún
poder que tenga el agua del bautismo. Sin embargo, Dios usa el bautismo en agua
para lograr estas cosas (cf. Tito 3:5; Col. 2:12,13; Rom. 6:3,4). Veamos dos
episodios en la historia bíblica que sirven para ilustrar este punto.
El caso de Naamán
Naamán era un oficial sirio afectado por la
lepra (2 Rey. 5:1). El profeta Eliseo le indicó que debía ir al río Jordán y
zambullirse siete veces (2 Rey. 5:10). Venciendo su incredulidad inicial Naamán
fue al Jordán (2 Rey. 5:11-13), y al obedecer a la palabra de Dios fue
bendecido: “El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán,
conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de
un niño, y quedó limpio” (2 Rey. 5:14). El agua del Jordán no tenía algún poder
misterioso. Es más, no hay siquiera alguna sugerencia sobre confiar en la
eficacia del agua de este río. Sencillamente, Naamán debía confiar en la
palabra de Dios. No hubo sanidad por agua. La sanidad dependía de la sumisión
al mandato divino. En otras palabras, la gracia fue condicionada a la
obediencia de fe.
El ciego de nacimiento
En cierta ocasión, Jesús ungió los ojos de un
ciego de nacimiento usando lodo, y le ordenó “Vé a lavarte en el estanque de
Siloé” (Jn. 9:7). El ciego obedeció. Se lavó en el estanque indicado por el
Señor y le fue otorgada la vista. ¿Tenía el agua de Siloé algún poder medicinal?
¿Debía confiar en el poder del agua de dicho estanque? ¿Qué habría sucedido si
el ciego, cuestionando la palabra de Cristo, hubiese desobedecido? ¿Habría
gracia sin obediencia? ¿Fue sanado por la fe en el agua? ¿Fue sanado porque lo
merecía? El agua no tenía el poder, y el ciego no debía
confiar en alguna eficacia del agua de dicho estanque. El ciego debía obedecer
a la palabra del Señor. La sanidad dependía de la sumisión al mandato divino. Su
obediencia no fue una obra de mérito. Sencillamente, no habría gracia sin el
esfuerzo de obediencia.
Conclusión
Cuando alguno ha hecho todo lo que el Señor ha
demandado, no merece la gracia (cf. Ef. 2:8). Sin embargo, llega a ser salvo
por gracia por obedecer a las condiciones que Dios ha estipulado para conferir
su gracia salvadora (cf. Hech. 2:38,41; 22:16). Dios ha condicionado la salvación a la
obediencia de fe (cf. Rom. 1:5; 16:26). Esta es la manera de recibir“la
abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom. 5:17).