Por Josué I. Hernández
Un pasaje favorito de los premilenaristas es Isaías 2:1-4, donde fue predicho un cambio radical en la mentalidad por el cual la gente convertiría sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. La pregunta es, ¿debemos entender estas expresiones literalmente? En la actualidad, poca gente usa espadas y lanzas, así como hoces y rejas de arado. Sin embargo, dejar que la Biblia se interprete a sí misma será siempre el camino seguro.
Dios, a través de Isaías, dijo que estas cosas sucederían “en lo postrero de los tiempos” (Is. 2:2), una era que Pedro afirmó que había comenzado en Pentecostés (cf. Hech. 2:16,17). La paz predicha por Isaías sería ocasionada por la palabra del Señor que saldría de Jerusalén, precisamente esto es lo que Jesús ordenó a los apóstoles (cf. Luc. 24:47; Hech. 1:8). Aquellos que obedecen al evangelio son reconciliados con Dios en un cuerpo (Ef. 2:11-22).
Otro pasaje favorito de los premilenaristas es Isaías 11:6-9, que describe un entorno en el cual la cadena alimenticia del reino animal se ve alterada, y el lobo mora en paz con el cordero, y el leopardo con el cabrito, y el becerro con el león. Es más, la profecía pinta un cuadro en el cual el niño de pecho juega junto a la cueva de la serpiente venenosa, y el león come paja como si fuera un buey. Nuevamente, se nos dice que esto debe entenderse literalmente, a pesar de que el Mesías fue descrito ejecutando al impío “con el espíritu de sus labios” (Is. 11:4). Si prestamos atención a la lectura, observamos que Isaías dice que esta condición de paz idílica es por el “conocimiento de Jehová” (Is. 11:9).
Piénselo detenidamente. ¿Podrán los animales aprender el plan de Dios para cambiar su naturaleza? El apóstol Pablo citó esta profecía en Romanos 15:12 y la aplicó a la coexistencia pacífica de judíos y gentiles en Cristo. Isaías dijo que “en aquel tiempo” (Is. 11:11) Dios reuniría a su pueblo esparcido. En el Nuevo Testamento los que están en Cristo, es decir, la iglesia, son descritos como “un remanente escogido por gracia” (Rom. 11:5).
La atención cuidadosa a las explicaciones del Nuevo Testamento evitará muchas especulaciones fantasiosas. El sentido común nos indica que debemos esforzarnos en nuestro estudio bíblico buscando en el Nuevo Testamento la interpretación de las profecías del Antiguo Testamento.
Los “nuevos cielos y nueva tierra”
El Nuevo Testamento promete, en efecto, “cielos nuevos” y “tierra nueva” cuando el Señor Jesucristo vuelva, “esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13). El profeta Isaías había usado esta expresión para describir el reino del Mesías (cf. Is. 65:17; 66:22), y es interesante aprender que Isaías conectó esta expresión con las dos profecías que hemos considerado anteriormente (cf. Is. 65:24,25).
El apóstol Pedro afirmó que todos los profetas hablaron de los días de la primera venida del Señor Jesús (cf. Hech. 3:24), y luego, tomó de Isaías la expresión que señala lo que está más allá de la segunda venida del Señor.
Algunos afirman que Pedro predijo la renovación de nuestro mundo. Esto no es verdad. Si leemos con cuidado, Pedro dijo, “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10), y para enfatizar esta doctrina, Pedro dijo, “esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 Ped. 3:12).
El significado de esta predicción es sencillo. Los cielos y la tierra que existen ahora, en los cuales vivimos, están reservados para el fuego (cf. 2 Ped. 3:7). Por lo tanto, el antiguo orden de cosas, la separación de judíos y gentiles, desapareció por la obra de Cristo quien nos une en un cuerpo, su iglesia. Entonces, el orden presente, en el cual Jesucristo gobierna el mundo, es un reino espiritual que finalizará en su forma actual cuando él regrese (cf. 1 Cor. 15:23,24).
La enseñanza del Señor Jesús
El Señor Jesucristo nunca describió su reino como un reino terrenal de ensueño. Al contrario, el Señor enfatizó que los ciudadanos de su reino vivirían codo a codo con los hijos del maligno (cf. Mat. 13:24-30; 13:36-43). La parábola de la red repite el mismo punto (cf. Mat. 13:47-50). Lo cual confirma la profecía respecto a un reino rodeado de enemigos (cf. Sal. 110:1-3).
El Señor dijo que no vino a traer paz a la tierra, sino espada (cf. Mat. 10:34-39); es decir, las diferentes reacciones hacia su mensaje serían ocasión de amargos desacuerdos que separarían a amigos y a seres queridos.
El Señor dijo que ser ciudadano de su reino podría costarnos la vida, y si así no fuera, ese sería el precio de hacernos sus discípulos (Mat. 16:24-28). Debido a todo esto, Jesús dijo a Pilato, “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36).
Los verdaderos cristianos tienen una sola esperanza (cf. Ef. 4:4), esta esperanza no involucra vivir en algún paraíso terrenal de ensueño. Las promesas del Señor nos hacen esperar, “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13). Esta herencia está “reservada en los cielos” (1 Ped. 1:4,5).