Por Josué I. Hernández
El registro sagrado nos informa sobre varios hombres que confesaron que habían pecado. Sin embargo, la confesión no siempre resultó en salvación. No todos se habían arrepentido cuando confesaban, ni buscaban la misericordia de Dios.
Faraón dijo “He pecado” (Ex. 9:27), y luego continuó en su mal camino.
Balaam dijo “He pecado” (Num. 22:34), y dijo que estaba dispuesto a regresar, aunque, obviamente, no quería hacerlo.
Acán dijo “he pecado” (Jos. 7:20), pero lo dijo cuando ya lo habían sorprendido y no tenía más remedio que admitirlo.
Saúl dijo “he pecado” (1 Sam. 15:24) mientras insistía en responsabilizar a otros por ello.
Judas dijo “he pecado” (Mat. 27:4) para luego ahorcarse.
El hijo pródigo dijo “he pecado” (Luc. 15:18,21), y lo dijo aceptando las consecuencias de su extravío. Esta fue la esencia de su sincera súplica por misericordia, y fue perdonado.
No todas las confesiones de pecado son iguales, ni logran el mismo fin.