El predicador apoyado, parcialmente o
totalmente, por la iglesia, no es un empleado de la iglesia. No podemos
encontrar en la Biblia la idea de contratar a un predicador como un asalariado,
un dependiente, o un empleado de la iglesia. Un “contrato de trabajo” es un acuerdo que
formaliza la relación entre un empleador y un empleado, estableciendo los
derechos, obligaciones y condiciones laborales. Cuando alguno contrata lo hace
como empleador, comprando los servicios de un dependiente quien se subordina al
patrono por una suma fija. En el Nuevo Testamento no se aplican tales conceptos
al predicador del evangelio. Si bien es cierto que el predicador trabaja en
el evangelio, y tiene derecho a esperar recompensa por su labor (cf. 1 Cor.
9:14), el predicador no vende su servicio personal por alguna suma fija. El
ministerio (servicio) del predicador no está a la venta. No hay manera de
comprar algo así. También es importante reconocer que el dinero
entregado a un predicador no es benevolencia (2 Tes. 3:10), es comunión (cf.
Fil. 1:5; 4:15). El predicador del evangelio, como fiel hombre
de Dios (1 Tim. 6:11) es un siervo (esclavo) de Jesucristo (cf. Rom. 1:1; Gal.
1:10). En su ministerio, el predicador sirve y responde a Dios (2 Cor. 6:4-10).
Luego, si el predicador sirve y responde a Dios, no podría ser un empleado de
la iglesia, aunque su servicio debe ser apreciado por la iglesia (cf. Ef. 4:11). El predicador del evangelio es siervo de la
iglesia solamente en el sentido de trabajar, y aún sufrir, por el bienestar de ella
(cf. Col. 1:24; 1 Cor. 9:19; 1 Tes. 2:17-20); y como fiel mensajero de la
verdad (cf. 1 Tes. 2:4-6; 2 Tim. 4:2), el predicador estará dispuesto a morir predicando
(cf. 2 Cor. 6:3-10; 2 Tim. 2:3,4), lo apoyen o no. La eterna recompensa la
espera de Dios, no de los hombres (1 Cor. 9:16-27). Recuérdese, “contratar”, “comprar” y “emplear”,
denotan la adquisición de un servicio. Se puede comprar el servicio de alguno
que tiene en venta su labor, pero no se puede comprar el servicio de quien ya
sirve a otro amo (cf. Mat. 6:24). El predicador del evangelio sirve a Dios. La obra del predicador no se oficializa por el
dinero que reciba. Mientras Pablo trabajaba en Corinto, recibía apoyo de
hermanos de Macedonia (cf. Fil. 4:10-15; 2 Cor. 11:9), y cuando dejó de recibir
sustento de otras iglesias, trabajaba con sus manos y continuaba predicando
(cf. 2 Tes. 3:8). El salario no hace al predicador. Mientras el predicador recibe con gozo y
gratitud el apoyo de los fieles, nunca olvida que el más grande pago lo
recibirá de su Señor.