Contratar a un predicador



Por Josué I. Hernández

 
El predicador apoyado, parcialmente o totalmente, por la iglesia, no es un empleado de la iglesia. No podemos encontrar en la Biblia la idea de contratar a un predicador como un asalariado, un dependiente, o un empleado de la iglesia.
 
Un “contrato de trabajo” es un acuerdo que formaliza la relación entre un empleador y un empleado, estableciendo los derechos, obligaciones y condiciones laborales. Cuando alguno contrata lo hace como empleador, comprando los servicios de un dependiente quien se subordina al patrono por una suma fija. En el Nuevo Testamento no se aplican tales conceptos al predicador del evangelio.
 
Si bien es cierto que el predicador trabaja en el evangelio, y tiene derecho a esperar recompensa por su labor (cf. 1 Cor. 9:14), el predicador no vende su servicio personal por alguna suma fija. El ministerio (servicio) del predicador no está a la venta. No hay manera de comprar algo así.
 
También es importante reconocer que el dinero entregado a un predicador no es benevolencia (2 Tes. 3:10), es comunión (cf. Fil. 1:5; 4:15).
 
El predicador del evangelio, como fiel hombre de Dios (1 Tim. 6:11) es un siervo (esclavo) de Jesucristo (cf. Rom. 1:1; Gal. 1:10). En su ministerio, el predicador sirve y responde a Dios (2 Cor. 6:4-10). Luego, si el predicador sirve y responde a Dios, no podría ser un empleado de la iglesia, aunque su servicio debe ser apreciado por la iglesia (cf. Ef. 4:11).
 
El predicador del evangelio es siervo de la iglesia solamente en el sentido de trabajar, y aún sufrir, por el bienestar de ella (cf. Col. 1:24; 1 Cor. 9:19; 1 Tes. 2:17-20); y como fiel mensajero de la verdad (cf. 1 Tes. 2:4-6; 2 Tim. 4:2), el predicador estará dispuesto a morir predicando (cf. 2 Cor. 6:3-10; 2 Tim. 2:3,4), lo apoyen o no. La eterna recompensa la espera de Dios, no de los hombres (1 Cor. 9:16-27).
 
Recuérdese, “contratar”, “comprar” y “emplear”, denotan la adquisición de un servicio. Se puede comprar el servicio de alguno que tiene en venta su labor, pero no se puede comprar el servicio de quien ya sirve a otro amo (cf. Mat. 6:24). El predicador del evangelio sirve a Dios.
 
La obra del predicador no se oficializa por el dinero que reciba. Mientras Pablo trabajaba en Corinto, recibía apoyo de hermanos de Macedonia (cf. Fil. 4:10-15; 2 Cor. 11:9), y cuando dejó de recibir sustento de otras iglesias, trabajaba con sus manos y continuaba predicando (cf. 2 Tes. 3:8). El salario no hace al predicador.
 
Mientras el predicador recibe con gozo y gratitud el apoyo de los fieles, nunca olvida que el más grande pago lo recibirá de su Señor.