Por Josué I. Hernández
El apóstol Pablo
instruyó al joven evangelista Timoteo, diciendo: “que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá
tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír,
se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de
la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Tim. 4:2-4).
Estas palabras del
apóstol Pablo indican que hay un cuerpo divinamente revelado y aprobado como
doctrina de Dios, “la palabra”, que
se ha de usar para redargüir, reprender y exhortar, a las gentes en cuanto a su
necesidad de obedecer al Señor. Al mismo tiempo, el apóstol dijo que habría
quienes darían la espalda a la palabra de Dios yéndose tras las fábulas.
Evidencia de esta predilección del hombre por la satisfacción de sus propios
deseos, es la actual comezón de oír la verdad para no sufrir la sana doctrina.
Gran parte de lo
que se hace en religión hoy en día es un reflejo del constante deseo del hombre
alejado de Dios.
Desde los días de
los apóstoles hasta nuestros días, muchos religiosos han desechado el “yugo” de nuestro Señor Jesucristo (Mat.
11:28-30), descontentos con permanecer en su palabra y ser así sus “discípulos” (Jn. 8:31,32), han
descartado el modelo (patrón, molde) bíblico para adoptar patrones de su propia
invención en el ámbito religioso. Y así, la sincera obediencia a la palabra y
voluntad de Dios es reemplazada por la devoción a las prácticas religiosas
tradicionales, y doctrinas humanas.
Los
que encuentran que el camino “estrecho” es demasiado estrecho para su
propio gusto, harían bien en recordar que “Hay
camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”
(Prov. 14:12). Sin embargo, muchos de aquellos que actualmente dicen seguir a
Cristo, a menudo caminan por un camino torcido que les parece derecho.
La realidad de esta situación se observa claramente entre quienes niegan que
Dios haya revelado algún patrón en las Escrituras al cual debamos adherirnos.
Patrón
diferente = Evangelio diferente
A quienes se
adherían a un patrón hecho por el hombre en lugar del modelo del evangelio de
Cristo, el apóstol Pablo escribió: “Estoy
maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia
de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay
algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun
nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que
os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo
repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea
anatema” (Gál. 1:6-9).
Todos los que tratan
de cambiar el patrón de lo que fue entregado por el Señor, por medio de sus
apóstoles, se ubican en una posición de maldición delante de Dios.
Amor,
libertad y obediencia
La mentalidad de los
que dicen “no hay patrón”, ve el amor como algo opuesto a la ley
de Dios. Por lo tanto, cuando oyen que el Nuevo Testamento presenta las
directrices divinas que debemos seguir, se
escandalizan considerándolo como un legalismo que contradice el amor. Pues según
su doctrina, en la práctica se podría violar la ley de Dios por buenas
intenciones, como si el fin justificara los medios. Ellos creen que todo lo que
no está expresamente prohibido en las Escrituras está permitido por Dios.
Sin embargo, el
Espíritu Santo entrelaza la ley de Dios con el amor y la libertad. La ley de
Cristo es “la perfecta ley, la de la
libertad” (Sant. 2:12; Gal. 6:2). “Pues este es el amor a Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3). “Y este es el amor, que andemos según sus
mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis
oído desde el principio” (2 Jn. 6).
Los que dicen que
“no hay patrón” no ven nada pecaminoso en agregar o quitar a la ley de Dios
(cf. Deut. 4:2; Apoc. 22:18,19) porque han olvidado que el pecado es una
transgresión de la ley (1 Jn. 3:4).
Fariseísmo
Los que dicen que
“no hay patrón” etiquetan a los que procuran vivir conforme al patrón del Nuevo
Testamento como “fariseos”. No obstante, tal etiqueta no está conforme a la
verdad escritural. El Señor Jesús jamás condenó a los fariseos por seguir el
modelo divino, sino por sustituir los mandamientos de Dios por sus
tradiciones: “Hipócritas, bien profetizó
de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón
está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas,
mandamientos de hombres” (Mat. 15:7-9).
Cristo dice lo
mismo a todos aquellos que sustituyen la ley de Dios por sus tradiciones y
mandamientos humanos. Los que dicen que “no hay patrón” son los fariseos de
la actualidad, ya que su “libertad” para adorar y servir a Dios según su
predilección los deja esclavos al error denominacional de pensar más allá de lo
que está escrito (1 Cor. 4:6) y de hablar disconformes con la palabra de Dios
(1 Ped. 4:11). Y llegan a ser una reminiscencia de aquellos descritos por el
apóstol Pedro, cuando dijo: “Les prometen
libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido
por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Ped. 2:19).
En oposición
directa al patrón de las sanas palabras (1 Tim. 6:3; 2 Tim. 1:13), los que
dicen que “no hay patrón” promueven tradiciones humanas tales como la música
instrumental en la adoración cristiana (Ef. 5:19; Col. 3: 16,17), diversas comidas
sociales con el dinero de la iglesia (1 Cor. 11:17-34), la sustitución de los
elementos bíblicos para la cena del Señor (Mat. 26:26-29), así como la
sustitución del día designado para su observancia (Hech. 20:7), y como
resultado sólo queda el desorden (1 Cor. 14:40) y el uso de toda suerte de
táctica humana para recolectar más fondos para sus proyectos religiosos (1 Cor.
16:1,2; 2 Cor. 9:6-15).
Para los que dicen
que “no hay patrón”, el tipo de adoración dependerá de la preferencia y
sentimientos de cada cual, sin importar lo que Cristo enseñó acerca de la clase
de adoración que es aceptable a Dios (Mat. 15:9; Jn. 4:23,24), y a la vez que
ellos se ven a sí mismos como los campeones de las verdades descuidadas, en
realidad son defensores de doctrinas humanas y errores denominacionales. Han
fracasado en distinguir entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y
por lo tanto se apuran en promover más y más el pago de los diezmos (Num.
18:21; Deut. 14:22), perpetuando algo que fue quitado y reemplazado por el
Nuevo Testamento (Col. 2:14-17; Heb. 7:12; 8:13; 9:16,17). Así también, su
falta de voluntad para comprender que el bautismo en Cristo es para el perdón
de pecados, resulta en la perpetuación del error denominacional que ignora los
términos divinos para la salvación de los pecadores (Mar. 16:16; Hech. 2:38;
22:16).
Conclusión
Abandonar el patrón
de la doctrina de Cristo conduce a la condenación eterna (Mat. 7:21-23; 3 Jn.
9). El evangelio ha sido revelado para que lo obedezcamos (Rom. 2:7,8; 2 Tes.
1:8,9; 1 Ped. 4:17). Cristo es “autor de eterna salvación para todos los que le
obedecen” (Heb. 5:9). Cuando la posición de uno lo obliga a atacar a los que
están obedeciendo al Señor, uno haría bien en abandonar dicha posición. En este
sentido, los que dicen que “no hay patrón” se ubican a sí mismos junto a los
“falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” (2 Cor. 11:13-15).
Si
usted ha dicho que “no hay patrón” debe volverse al patrón del evangelio y
sujetarse al yugo de Cristo. Dejar el patrón no le lleva por un camino de
rectitud, sino por un camino de rebeldía y perdición.