Por Josué I. Hernández
“Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (Hab. 2:20).
“Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (Hab. 2:20).
El profeta Habacuc estaba asombrado de que Jehová levantara a los
babilonios (606 A.C.) para castigar a
Judá (Hab. 1:5-11). Habacuc estaba
conmocionado por el método de Dios al usar a paganos groseramente errados y
malvados para castigar al pueblo de su pacto.
Las preguntas de Habacuc giran en torno a la duda ¿Por qué Dios permite
que el más impío castigue al menos impío? ¿Será ésta una “buena idea” de Dios?
(Hab. 1:12-17).
Jehová respondió las objeciones de Habacuc y declaró que no cambiaría su
voluntad, los babilonios vendrían para disciplinar a Judá. A su vez, los babilonios serían luego
juzgados por su violencia, inmoralidad e idolatría (Hab. 2:2-19). Al final, Habacuc aprende que él y el resto
de la tierra deben callar delante de Dios (Hab. 2:20). Jehová Dios no ha de ser cuestionado ni su
voluntad puesta en duda.
El hombre no debe
presumir de hablar sin la autorización de Dios: “Toda palabra de Dios es limpia; El es
escudo a los que en él esperan. No
añadas a sus palabras, para que no te reprenda, Y seas hallado mentiroso” (Prov. 30:5,6).
Dios ha dicho lo suficiente, debemos respetar y apreciar su
sabiduría.
Dios ha dicho lo
suficiente como para que estar satisfechos con mantenernos dentro de lo
revelado por él y no ir más allá de lo que él ya ha revelado: “Las cosas
secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros
y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de
esta ley” (Deut. 29:29).
Cuando el hombre
habla por Dios, actúa con presunción, y tal cosa es pecado: “Cuidarás de
hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deut. 12:32).
Muchas prácticas populares carecen de autoridad
divina
Respetar los límites de la revelación
de Dios es crucial. Pero el presumido hombre
moderno ha hecho lo que ha querido, ha hecho su voluntad, no la de Dios. Lamentablemente, el hombre no ha seguido el
ejemplo de Cristo. Cristo decía “Escrito está…” (Mat. 4:4, 7, 10) apelando
a la autoridad de las Escrituras. El
hombre moderno dice “Escrito no está…”
apelando a silencio de las Escrituras como si el silencio de la Biblia fuese
permisivo y diera licencia a toda suerte de doctrinas y mandamientos de hombres
(Mat. 15:8-9).
Algunas prácticas denominacionales, sin
autorización divina, son: El bautismo de infantes, el uso de instrumentos
musicales para el culto, rociar para “bautizar”, diversos credos y reglamentos humanos,
la centralización y organización en torno a una iglesia matriz o centro de
control, la distinción entre clero y laicos, el celibato del sacerdocio,
proveer actividades sociales y de diversión para “predicar el evangelio”, coros
especiales que excluyen el canto congregacional, juegos de bingo y otros medios
para la recaudación de dinero, la observación de la Cuaresma, la adoración a
María, la creencia en el Purgatorio, el patrocinio de instituciones humanas que
actúan en reemplazo de la iglesia, el arreglo de un solo pastor en la iglesia
local, el nombramiento de líderes en lugar de los ancianos bíblicos, etc… Y podríamos seguir, pero con estos ejemplos basta.
Alguno dirá: “¿Dónde dice la Biblia que tales cosas son pecaminosas?”. Pero, esta no es una pregunta adecuada, el hecho de que Dios no mencione tales procedimientos y creencias basta para saber que Dios no los aprueba. La pregunta que debiéramos hacer es: “¿Dónde enseña Dios que tales procedimientos y creencias son correctos?” (Mat. 7:21-27). No se trata de lo que Dios no dice, sino de lo que Él dijo, de lo que especificó en su palabra.
Jesús manifestó que sus discípulos son
aquellos que permanecen en su palabra
(Jn. 8:31-32). Lo que Dios ha dicho es
el completo y perfecto patrón de la sana doctrina (2 Tim. 1.13). La Escritura es suficiente (2 Tim. 3:16-17),
no debemos añadirle ni quitarle. Por
esto, dijo Pedro “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder” (2 Ped. 1:3) por lo tanto “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Ped. 4:11) evitando siempre “pensar más de lo
que está escrito” (1 Cor. 4:6).
Si en un restaurante pedimos una taza
de café; y al rato nos traen una taza de café con leche, crema y azúcar porque
el mesero pensaba “a mí me gusta el café
con leche, crema y azúcar, y estoy seguro de que a él le gustará también porque
no me dijo que no le gustaba así”
¿Aprobaríamos el proceder del mesero por el simple hecho de que a él le
gusta el café con leche, crema y azúcar?
¡Por supuesto que no! Habíamos
pedido un café, no un café con leche, crema y azúcar. Que a él le guste el café así no quiere decir
que a mí me gusta igual. Tal proceder
pasa por alto el silencio con la excusa de que no le dije que no me trajera
un café con leche, crema y azúcar.
De una manera similar actúan todos los que pasan por alto la voluntad de Dios con la excusa de hacer algo que Dios no ha dicho que no se puede hacer. Como dijimos arriba, los tales cometen el error de decir “Escrito no está…” apelando al silencio escritural como licencia. Pero, la fe que agrada a Dios descansa sobre la revelación divina como fundamento: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom. 10:17), “porque por fe andamos, no por vista” (2 Cor. 5:7). Entonces, la fe bíblica termina donde la luz de la revelación divina se apaga.
Conclusión
El silencio de las Escrituras tiene
significado, da a conocer la falta de autorización, la falta de permiso.
Dios ha revelado la Escritura para nuestro bien (2 Tim. 3:16-17), pero ésta utilidad se alcanza solamente cuando creemos y practicamos únicamente lo que Dios ha dicho, no lo que Él no ha dicho. Por este motivo, toda adición religiosa, por muy buena que parezca, es una presunción.
Actualmente, son muchos los que no alcanzan el bienestar para el cual la Biblia se reveló simplemente porque desprecian la autoridad de Dios y no les gusta “sentirse cercados” por los parámetros divinamente revelados por Cristo (2 Ped. 2:1-19, Jud. 1:3-20).
A pesar de la rebeldía de la mayoría, el “silencio de las Escrituras” tiene la fuerza razonable de ser prohibitivo en su naturaleza, ya que da a conocer la falta de permiso para proceder en el nombre de Cristo. Como dijo el inspirado apóstol Pablo: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17), por lo tanto no se trata de “lo que la Biblia no dice” sino de “hablar donde la Biblia habla y callar donde ella calla”, este es el significado de 1 Pedro 4:11 (“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios”).
Dios ha revelado la Escritura para nuestro bien (2 Tim. 3:16-17), pero ésta utilidad se alcanza solamente cuando creemos y practicamos únicamente lo que Dios ha dicho, no lo que Él no ha dicho. Por este motivo, toda adición religiosa, por muy buena que parezca, es una presunción.
Actualmente, son muchos los que no alcanzan el bienestar para el cual la Biblia se reveló simplemente porque desprecian la autoridad de Dios y no les gusta “sentirse cercados” por los parámetros divinamente revelados por Cristo (2 Ped. 2:1-19, Jud. 1:3-20).
A pesar de la rebeldía de la mayoría, el “silencio de las Escrituras” tiene la fuerza razonable de ser prohibitivo en su naturaleza, ya que da a conocer la falta de permiso para proceder en el nombre de Cristo. Como dijo el inspirado apóstol Pablo: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17), por lo tanto no se trata de “lo que la Biblia no dice” sino de “hablar donde la Biblia habla y callar donde ella calla”, este es el significado de 1 Pedro 4:11 (“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios”).