Por Josué I. Hernández
Dado el papel de la gracia de Dios en el
esquema divino para la redención humana, es una tragedia lo poco que se
entiende y la frecuencia con la cual es tergiversado este tema. Incluso, algunos predicadores del evangelio han perdido de vista las definiciones,
descripciones y aplicaciones bíblicas de la gracia
de Dios para caer rendidos ante el poder del calvinismo.
No podemos negar la influencia calvinista
en el mundo religioso, no es fácil deshacerse de los puntos cardinales y
aplicaciones sectarias según los cuales el hombre es considerado impotente y
totalmente incapaz de responder con fe obediente a la gracia de Dios.
A pesar de lo anterior, el apóstol Pablo
pensaba distinto cuando afirmó la necesidad de no recibir en vano la gracia de
Dios. El hombre puede recibir o rechazar
la gracia (2 Cor. 6:1-2).
Considerando la presente dificultad, muchas
veces es preciso definir los términos “gracia” y “fe” antes de progresar en un
estudio de estos tópicos cruciales, porque a veces se puede estar estudiando
una misma palabra y a la vez tener distintos conceptos de ella en la mente.
Trabajar por la
bendición
Cuando
fueron creados los cielos y la tierra, Dios dijo a Adán y a Eva “He aquí que os he dado toda planta que da
semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da
semilla; os serán para comer” (Gen. 1:29). Después del diluvio universal, las instrucciones
de Dios fueron ampliadas, y Jehová dijo “Todo lo que se mueve y
vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os
lo he dado todo” (Gen. 9:3). Entonces, ¿podríamos asumir que las plantas,
frutos y carnes saltaron del suelo (o cayeron del cielo) directamente en la
boca de los hombres? Porque,
ciertamente, el hombre no merecía lo que Dios estaba haciendo por ellos. De hecho, el hombre había pecado y fue
castigado con duro trabajo para subsistir (Gen. 3).
Dios
puso a disposición de los hombres el alimento diario, pero para que el hombre
se beneficiara de este don inmerecido, o regalo de gracia, tendría que trabajar
duro para conseguirlo.
El Nuevo
Testamento enseña exactamente el mismo principio: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo
que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28). Los
que no están dispuestos a trabajar, no tienen derecho a comer: “Porque también cuando estábamos con vosotros, os
ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tes. 3:10). Y
todo esto, a pesar de que Dios ha dispuesto del alimento de manera providencial
para el beneficio del hombre: “si bien no se dejó a sí
mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos
fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hech. 14:17).
Lo que es
cierto en el ámbito físico, es también cierto en el ámbito espiritual. El hombre debe cumplir con ciertos requisitos
y esforzarse por acogerse a las disposiciones de la gracia de Dios.
Definición,
aplicación y consecuencias
La gracia de Dios es su favor
inmerecido hacia el hombre pecador. La
gracia incluye todas las disposiciones que Dios ha desplegado para la salvación
del género humano, cosas que el hombre no puede proporcionar por sí mismo.
El acto más representativo de la gracia
de Dios es el sacrificio de Cristo: “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Ningún hombre puede morir por sí mismo,
redimiéndose así mismo, y efectuar su propia salvación. La conciencia manchada de pecado puede ser
purificada solamente por la sangre de Cristo (1 Ped. 1:19; 3:21; Heb. 9:14). Con su muerte, Cristo hizo por el hombre lo
que éste no podría lograr por sí mismo.
Esto es gracia.
Como veremos más adelante, el hombre debe
responder al mensaje de la gracia si desea ser beneficiado con la muerte de
Cristo.
Para definir, describir y aplicar
correctamente “la gracia de Dios”, el apóstol Pablo identificó dos componentes
básicos de ella: 1) la enseñanza del evangelio (Tit. 2:11-12) y, 2) el
sacrificio de Cristo (Tit. 2:14).
Cristo “se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14). Tome nota de lo siguiente, en Juan 3:16 aprendemos que el Padre entregó al Hijo para la salvación
de los hombres, y aquí Pablo dice que el Hijo
se dio así mismo. Este fue un acto
de gracia.
Ahora bien, justo antes de su discusión
acerca del sacrificio de Cristo, Pablo afirmó: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit. 2:11-12). Según todos podemos leer, Pablo dice aquí que
la “gracia de Dios” manifiesta a todos los hombres una enseñanza
particular. Esto sólo sería posible si
la “gracia” es conferida a través del “evangelio”, algo que Pablo mismo afirmó
a los ancianos de Éfeso cuando mencionó al “evangelio de la gracia de
Dios” (Hech. 20:24).
El punto es claro, los que desean recibir
los beneficios de la gracia de Dios, deben seguir las instrucciones de Dios en
el evangelio. La gracia de Dios no anula
la fe obediente del hombre, sino que la requiere.
Pablo dijo a los efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de
la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie
se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”
(Ef. 2:8-10). Pero, lamentablemente, los
conceptos más básicos de este pasaje se pasan por alto debido a los prejuicios
calvinistas acerca de la salvación en Cristo.
En un esfuerzo por despojar al hombre de
toda responsabilidad, la palabra “solo” o “sola” se fija antes de la palabra
“gracia”, lo que sugiere que la salvación es solo una obra de Dios y no requiere nada del hombre en lo absoluto. Y para afirmar esto, Efesios 2:8 es
erróneamente citado como la “evidencia” de una supuesta “gracia sola” o
salvación “solo por la gracia” en el plan de salvación.
Curiosamente, Efesios 2:8 también se
utiliza para apoyar la doctrina calvinista de la “fe sola” o salvación
“solamente por la fe”. Pero ¿cómo es
posible que uno sea salvo por “la gracia sola” y a la vez por “la fe sola”? ¡Si somos salvos por la “fe sola” no somos
salvos por la “gracia solamente” en lo absoluto! Si solamente es por fe, la gracia sobra, y
viceversa. Esta es la consecuencia
lógica del argumento calvinista de la “fe sola” y la “gracia solamente”.
Pero, la verdad nunca contradice la verdad,
su propia naturaleza impide que se oponga a sí misma. En cambio, el error siempre contradice la
verdad. Por lo tanto, la doctrina de la
“fe sola” y la “gracia sola” no es de Dios sino de los hombres (Jn.
17:17).
Siempre debemos cuidarnos de quienes oponen
la Escritura contra sí misma. El
calvinismo opone (enfrenta) la gracia contra la fe. Pero, Efesios 2:8 revela una armonía perfecta
entre las dos.
Las aplicaciones contradictorias de muchos
estudiantes de la Biblia respecto a Efesios 2:8, ilustra cómo se tuerce la
Escritura con el fin de adaptarla a las creencias denominacionales de una
supuesta humanidad impotente y depravada.
Semejante prejuicio impide una correcta interpretación y aplicación de
las verdades bíblicas acerca de la gracia de Dios y la fe del hombre. Cada uno de nosotros debe cuidarse de torcer
las Escrituras, tal cosa resultaría en la propia condenación (2 Ped. 3:16).
Efesios 2:8-10 divide la salvación en
dos partes. La parte de Dios, que es su
gracia. Y, la parte del hombre, que es
la fe. En esto debemos insistir en
definir las palabras bíblicas de acuerdo a cómo son usadas en las propias
Escrituras. La fe bíblica es inseparable
de la obediencia (Stgo. 2:14-26; Rom. 10:17; Heb. 11:1-40). Lamentablemente, la “fe” mencionada en Efesios
2:8 para muchos se convierte en una “fe sola”, la cual se describe como un acto
mental solamente. Claro está, la “fe
sola” impide la salvación por gracia.
Son muchos los que dicen, citando
Efesios 2:9, “no por obras” y anulan caprichosamente todo acto de obediencia
como inadecuado para la salvación por “gracia sola” a través de “la fe
sola”… ¡Pero si tal cosa es verdad,
entonces los efesios violaron este pasaje en su conversión y con la ayuda del
mismo Pablo (Hech. 19:1-6)!
Los efesios “fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hech. 19:5). Y
sabemos, por la lectura del libro de los Hechos, que el bautismo bíblico es: 1)
en el nombre de Cristo, 2) para el perdón de los pecados (Hech. 2:38), 3) en agua (Hech. 10:47), y, 4) un mandamiento (Hech. 10:48).
Los efesios fueron bautizados en respuesta
a las instrucciones de Pablo (Hech. 19:1-6) como también el carcelero de
Filipos, y su familia, fueron bautizados como respuesta a la predicación del
evangelio (Hech. 16:33; cf. 1 Cor. 1:21).
¡No todas las “obras” son malas!
Algunas obras son simplemente los actos de obediencia a los mandamientos de
Dios. Las “obras” que Pablo condena en
Efesios 2:9 son todas las obras de justificación aparte del evangelio, y más
específicamente, las obras de la ley de Moisés (Ef. 2:14-15). El contexto es la clave, y leyendo lo podemos
entender (cf. Ef. 3:4).
Hay “obras” específicamente requeridas por
Dios para salvar al hombre por su gracia.
Los efesios bien sabían que habían sido “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10).
Todos los que obedecen serán salvos (Heb.
5:9). ¿Puede ser condenado un obediente (Mat. 7:21; Fil. 2:12-13; Stgo.
2:14-26)?
La gracia no es un poder o fuerza educadora que se siente y mueve al hombre
de manera irresistible para que éste obedezca a Dios. Es un engaño todo llamado “testimonio” de
quien dice haber experimentado alguna emoción “inexplicable” como si esto fuera
una experiencia de gracia.
La gracia de Dios es la bondad, el amor y
la misericordia de Dios expresada al hombre pecador a través del evangelio
(Tit. 2:11; 3:4-5). La gracia no la
merecemos, pero Dios la dirige a nosotros para salvarnos eternamente.
La salvación es por gracia (Ef. 1:7; 2:8;
Hech. 2:38, 40-41; 15:11) y la responsabilidad del hombre es recibir,
perseverar y retener el evangelio de Cristo para alcanzar la salvación por la
gracia que es conferida a través (por medio) de este evangelio (1 Cor. 15:1-2).
Insistimos, la gracia nos enseña (Tit.
2:11-12). No podemos separar el evangelio y la gracia de
Dios. Ambas cosas han de permanecer
unidas para que seamos bendecidos.
La gracia sin el evangelio ya no es gracia,
y viceversa. El inspirado apóstol Pablo reconocía
la relación intrínseca entre la gracia y el evangelio (“evangelio de la gracia de Dios” Hech. 20:24; “la palabra de su gracia” Hech. 20:32).
La gracia se encuentra en Cristo. Sólo en
Cristo el hombre puede alcanzar la gracia de Dios. Todo corazón noble debe anhelar estar “en
Cristo” (Gal. 3:27). Y esto, porque sin Cristo
no hay gracia (Hech. 4:12; Gal. 2:21).
La gracia es una bendición que debe ser
cuidada. Así como se puede recibir la
gracia, también se puede caer de ella (Gal. 5:4; 1 Cor. 10:12). Aunque la gracia es una bendición que el
hombre jamás merecerá, Dios demanda que seamos responsables frente a ella.
“Para entender la gracia de Dios es necesario recordar estas
dos palabras: proveer y aceptar. Dios provee la salvación y el hombre la
acepta. El hombre, siendo pecador, no podía proveer la salvación. No podía
salvarse solo. Necesitaba de un Salvador. Pero Dios ha hecho posible la
salvación y el hombre tiene que poner su parte, aceptando la salvación que Dios
le ofrece. De otro modo, la gracia no le ayuda y al morir, va al castigo
eterno, como si Cristo no hubiera venido al mundo” (Wayne
Partain, La gracia de Dios)
Conclusión
La gracia no es una fuerza irresistible. Usted puede rechazar la gracia de Dios así
como también la puede recibir, practicar
y retener. La gracia es la bondad, el amor y la
misericordia de Dios expresados a través del evangelio.
¡Sí, somos salvos por gracia! Pero
la gracia contiene las condiciones del evangelio que deben cumplirse para
nuestra salvación.
“Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os
exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Cor. 6:1).