Mientras Jesús enseñaba en el templo,
vinieron a él “los principales sacerdotes y los ancianos del
pueblo” (Mat. 21:23) quienes cuestionaron su
autoridad. Jesús, advirtió su hipocresía, y los desafió con respecto a la
autoridad para el bautismo de Juan (v. 24-25).
Debido a que no fueron honestos en su
respuesta, Jesús se negó a responder su pregunta como ellos lo esperaban (v.25-27), aunque, en cierta manera, sí les respondió con la parábola de los dos hijos
(Mat. 21:28-32) y la parábola de los inquilinos malvados (Mat. 21:33-46).
Exponiendo la
hipocresía de los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo, Jesús
reveló un principio importante respecto a la autoridad en religión: Todas las prácticas religiosas provienen de una de dos posibles fuentes, del cielo, o de los hombres (Mat. 21:25).
Lo que Jesús pide en relación con el
bautismo de Juan, se podría pedir de muchas de las prácticas religiosas
modernas:
- Bautismo de infantes. Rociamiento o aspersión en lugar de la inmersión.
- Denominacionalismo, con la distinción entre clérigos y laicos, títulos religiosos, credos y confesiones de fe.
- El calvinismo (depravación total del hombre, elección incondicional, expiación limitada, la gracia irresistible, la perseverancia de los santos o imposibilidad de apostasía).
- La música instrumental en el culto, la quema de incienso, guardar el sábado, pagar el diezmo.
- La Centralización e Institucionalismo, etc.
¿Son del cielo o de los hombres las
anteriores doctrinas y prácticas? A la luz de las Escrituras son de los hombres
y no de Dios.
Cuando una doctrina viene del cielo, cumple con dos requisitos:
1.
Proviene de Jesucristo, porque él tiene toda
autoridad (Mat. 28:18) en el cielo y sobre la tierra. Y por supuesto, si
Cristo lo mandó y enseñó, entonces viene del cielo.
2. Es
manifestada por medio de sus apóstoles (Hech. 2:42) a quienes Jesús
les delegó autoridad (Jn. 13:20) para que fueran sus embajadores oficiales (2
Cor. 5:20) y les capacitó sobrenaturalmente enviándoles el Espíritu Santo para
enseñarles toda la verdad (Jn. 14:26; 16:12-13).
Debido a lo anterior, si los apóstoles
lo enseñaron, entonces la doctrina y práctica es del cielo, es decir, proviene
de Dios.
Cada práctica religiosa debe pasar primero por esta prueba
de fuego, planteada en la pregunta del Señor: “¿del cielo o de los
hombres?” (Mat. 21:25, LBLA). Entonces preguntamos ¿Cuál es el
origen de las iglesias denominacionales? ¿Son del cielo o de los hombres?
Todo estudiante de la Biblia, concienzudo y bien informado,
admitirá que en la época apostólica no existían distintas denominaciones.
Sin embargo, a pesar de este punto de inflexión tan significativo, muchos
piensan que ahora la situación debiera ser diferente, o simplemente se resignan
conformándose a un sistema religioso contradictorio y desconocido en las
Escrituras. Tanto así, que varios líderes denominacionales animan a “asistir
a la iglesia de su elección”. Sin embargo ¿Cuál es la iglesia de la
elección del Señor?
Todas las denominaciones han tenido su origen siglos después
de que Jesús dijo “sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo
16:18). Mientras Jesús prometió edificar una sola iglesia, los hombres
han edificado muchas.
Tal es el caso de la Iglesia Anglicana que nació en 1536,
cuando Enrique VIII solicitara a Clemente VII que declarara nulo su matrimonio
con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena; al ser rechazado el pedido
por el Papa, el monarca decidió emancipar a la Iglesia de Inglaterra de la
Iglesia Católica Romana y se autoproclamó Jefe Supremo de la Iglesia de
Inglaterra. Muchos de los que se opusieron a la política religiosa de
Enrique VIII fueron depuestos de sus cargos y algunos torturados y ejecutados. Tras el relativamente breve reinado de Eduardo VI y el período de
restauración católica encabezado por la reina María I, la Reforma anglicana se
consolidó definitivamente durante el reinado de Isabel I.
Entonces ¿de dónde provino la autoridad para dar origen a la
Iglesia Anglicana, del cielo o de los hombres?
Un dato histórico significativo es que John Wesley, fundador
del metodismo, hizo los arreglos legales antes de su muerte para la formación
de la iglesia metodista a la vez que decidió permanecer dentro de la Iglesia
Anglicana, y a su muerte, él fue enterrado con la vestimenta clerical de la
Iglesia. ¿Por qué Wesley decidió formar una denominación para otros a la
vez que permaneció en otra denominación fundada por Enrique VIII?
El problema del denominacionalismo: Aprobar y fomentar la división religiosa
Según
Larousse, denominación es la acción y efecto de denominar; y
denominar es aplicar un nombre a una persona o cosa, de acuerdo con el
estado, la calidad, etc. El concepto religioso común que se asume,
para distinguir a una “denominación”, es un grupo de iglesias locales
organizadas en torno a una sede central que las gobierna conforme a un
reglamento interno distintivo que las separa de las demás. A fin de
cuentas, cada denominación respalda la división religiosa y la lealtad a la
tradición humana.
Cuando los
hombres dicen “todas las iglesias son buenas”, apelando a la sabiduría humana,
ellos marcan un contraste con el deseo de Cristo cuando la noche que fue
entregado oro: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo
en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste” (Jn. 17:21). Claro está, ¡Cristo no hablaba de la
unidad en la diversidad!
Imagínese
al escéptico Tomás amonestando a Cristo y diciendo “eso no va a funcionar”, o a
algún otro de los apóstoles afirmando “nunca seremos uno como
iglesia”. Es imposible imaginarnos algo así, pensamientos tan
irreverentes no tienen cabida en la mente de un estudiante concienzudo de la
Biblia y que ama la verdad.
A pesar de
lo anterior, la pesadilla se ha hecho realidad. El mundo religioso está
dividido. Cada uno afirmando seguir a Cristo y a la vez haciendo caso
omiso del deseo ferviente del Señor quien dijo “para que todos sean
uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros…” (Jn. 17:21). A la vez que cada uno de los líderes
religiosos respaldan la tradición de su denominación con total
sinvergonzonería, a la luz de las Escrituras.
La lealtad
al sectarismo de las confesiones religiosas modernas, anula el poder atractivo
de la cruz. Cristo dijo “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a
todos atraeré a mí mismo” (Jn. 12:32), pero cuando por la sabiduría
humana el hombre desobedece el evangelio puro de Jesucristo, ya no es atraído a
él, y por lo tanto, también hace nula la declaración “También tengo
otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi
voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Jn. 10:16).
El
denominacionalismo distorsiona la voz de Cristo, su evangelio (Jn. 5:25; Ef.
4:21) y desparrama lo que Cristo quiere recoger (Mat. 12:30). A fin de
cuentas, el denominacionalismo hecha a un lado los mandamientos de Dios para
guardar un sistema tradicional de origen humano y que contradice la palabra de
Dios (comp. Mar. 7:9).
Tomando en
cuenta todo lo anterior, no es maravilla que la lealtad promovida por el
denominacionalismo esté expresamente prohibida por el Espíritu Santo: “Os
ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis
todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis
perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he
sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay
entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy
de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está
dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en
el nombre de Pablo?” (1 Cor. 1:10-13).
Toda forma
de división religiosa está desvergonzadamente en contra del plan de
unidad de Cristo para su iglesia (Jn. 17:20-26).
La solución al problema del denominacionalismo: Hacernos cristianos y miembros de la única iglesia de Cristo
La
predicación de la palabra de Dios (Luc. 8:11) produce cristianos, cristianos
solamente, sin denominación (Luc. 8:15). Si usted obedece arrepentido el
evangelio de Cristo (Mar. 16.16; Hech. 2:38) ¿a qué denominación pertenecerá?
¡A ninguna, pues Cristo mismo le añadirá a su iglesia (Hech. 2:47)!
Todos los primeros cristianos fueron miembros de la única iglesia que Cristo
estableció, para ello era necesaria la “la obediencia a la verdad” (1 Ped.
1:22) es decir “el evangelio” (1:25), o como dice Pablo, “habiendo oído
la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación” (Ef. 1:13).
Ahora,
supongamos que usted luego de obedecer el evangelio, invita a sus parientes y
amigos para que ellos obedezcan también ¿de cuál denominación serán miembros
todos los que han obedecido el evangelio? ¡De ninguna denominación! Así
es como se establecían congregaciones en el primer siglo (Hech. 2:42; 20:7;
Rom. 16:5).
Siempre que se predique el evangelio (Hech. 2:36-37, 40) se
reciba el evangelio (Hech. 2:41) y se persevere en él (Hech. 2:42) habrá
cristianos en el mundo, cristianos no denominacionales, es decir cristianos
verdaderos (Hech. 2:47), éstos no son miembros de una denominación, sino de la
iglesia del Señor (Mat. 16:18; Ef. 5:23).
Conclusión
Jesús nos
invita a escuchar su llamado no denominacional en el Nuevo
Testamento para seguirlo como cristianos verdaderos, miembros del único rebaño,
su iglesia no denominacional (Jn. 10:16, 27).
El Señor
requiere que los cristianos siempre estén “esforzándoos por preservar
la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:3, LBLA).
Por lo tanto, todo noble corazón ha de abandonar la lealtad a las tradiciones
humanas para seguir a Cristo por sobre todas las cosas (Luc. 9:23), sólo así la
misma iglesia de la cual leemos en el Nuevo Testamento se hace una realidad también
hoy.
Así como
ayer, también hoy. Al igual que las primeras “iglesias de Cristo”
lo hicieron (Rom. 16:16), nosotros también podemos estar “luchando
unánimes por la fe del evangelio” (Fil 1:27, LBLA).
¿Quiere
usted dejar el denominacionalismo para ser un verdadero cristiano y miembro de
la única iglesia que Cristo estableció? Su destino eterno depende de su
respuesta a ésta sencilla pregunta (Mat. 7:21-23; 15:14).