Por Josué I. Hernández
Todo creyente en la Biblia reconoce la necesidad de
la conversión, y está convencido de que ésta se efectúa por la obra del
Espíritu Santo. Es nuestro propósito en este estudio el presentar lo que la
Biblia enseña sobre este importante tema.
El hecho
La Biblia afirma claramente que el Espíritu Santo
tiene un papel rol crucial para la conversión de los pecadores. El pecador debe:
(1) Ser nacido del Espíritu (Jn. 3:5). (2) Vivificado por el Espíritu (Jn.
6:63). (3) Convencido por el Espíritu (Jn. 16:8). (4) Librado por el Espíritu
(Rom. 8:2). (5) Santificado por el Espíritu (2 Tes. 2:13; 1 Cor. 6:11). (6)
Justificado por el Espíritu (1 Cor. 6:11). (7) Lavado por el Espíritu (1 Cor.
6:11). (8) Llamado por el Espíritu (Apoc. 22:17). Todos estos actos tienen que
ver con la obra del Espíritu Santo para la salvación humana.
El cómo
Una cosa es saber que el Espíritu Santo obra en la conversión, y otra cosa muy
diferente es comprender cómo él hace su
obra para la conversión de los pecadores. Este ha sido un punto de
controversia durante siglos. Debido a la influencia del Calvinismo (Teología
Reformada), las principales denominaciones protestantes enseñan que el Espíritu
Santo opera directamente en el pecador de algún modo misterioso y/o milagroso,
y aparte de la palabra del evangelio.
La principal diferencia entre la Teología Protestante
y la enseñanza de la Biblia en este punto, no es si el Espíritu actúa o no en
la conversión, sino el cómo obra el
Espíritu Santo en la conversión. La Biblia enseña que el Espíritu opera en
el corazón del pecador por medio de su espada (Ef. 6:17), no directamente, sino
por medio de la palabra del evangelio (Ef. 1:13). En cambio, los teológos
protestantes afirman que la operación del Espíritu en el corazón del pecador es
directa, sin agencia intermediaria, y aparte de la palabra del evangelio. Que
esta doctrina Calvinista es errónea, llegará a ser muy claro a medida que avancemos
en este estudio.
El asunto puede ser afirmado basándonos en la
Escritura, de manera clara y concisa, de la siguiente forma: No hay cosa alguna que el Espíritu haga
directamente en el pecador para la conversión de éste que no lo realice la propia
palabra de Dios. O, para decirlo de otro modo más claro aún: Todo lo que el Espíritu Santo hace para la
conversión del pecador, es lo mismo que la palabra de Dios hace para la
conversión del pecador.
Esto no quiere decir que la conversión se puede lograr
a través de dos vías diferentes, sino que se
lleva a cabo por el Espíritu a través de la palabra de Dios. Notemos que
todas las cosas que para el pecador son necesarias, se logran a través de la
palabra de Dios:
El lector imparcial y no prejuiciado puede ver
claramente la verdad bíblica sobre la
obra del Espíritu Santo para la conversión de los pecadores. El Espíritu
obra a través de su ley (Rom. 8:2). La ley del Espíritu es la palabra del
evangelio (1 Cor. 2:6-13; 1 Ped. 1:12).
Por ejemplo, uno puede decir que Dios trae los
niños a nuestras familias, sin indicar detalles acerca de cómo lo hace. Sin
embargo, todos sabemos que Dios lo hace por la ley natural. Ahora bien, decir
que el Espíritu convierte el pecador no debe entenderse como una acción directa
en los corazones, pues la acción es por medio del evangelio, la ley espiritual.
El apóstol Pablo dijo: "Porque la
ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y
de la muerte" (Rom. 8:3). Esta acción del Espíritu es por medio de su
ley, la palabra del evangelio, que él reveló a través de los apóstoles (1 Ped.
1:12).
La veracidad de nuestra afirmación se ve
corroborada por los muchos pasajes que afirman la suficiencia de la palabra del
evangelio.
- Pablo dijo que el evangelio (no la operación directa del Espíritu Santo) es el “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). Por este motivo afirmó que los corintios fueron hechos salvos por el evangelio (1 Cor. 15:1,2), no por la operación directa del Espíritu Santo.
- Pablo dijo que la ley del Espíritu liberta (Rom. 8:2), no la operación directa del Espíritu Santo.
- La palabra de Dios es suficiente: (a) satisface a los que tienen hambre y sed de justicia (Mat. 4:4; 5:6; 1 Ped. 2:2); (b) sana a los enfermos por el pecado (Mat. 9:12; Mat. 13:15; Sal.107:20); (c) dirige a los perdidos en la oscuridad espiritual (Ef. 5:13; Sal. 119:105,130); (d) purifica como fuego las impurezas espirituales (Luc. 7:29; Mal. 3:2; Jer. 23:29; 20:9); (e) aplasta la obra del diablo (Jer 23:29; Rom. 16:18,19). (f) provee cual semilla de vida espiritual (Luc. 8:11; Col. 1:5-7); g) mata lo que es terrenal (Col. 3:5).
- Pablo dijo que la palabra del evangelio (no la operación directa del Espíritu Santo) es capaz de dar la herencia eterna (Hech. 20:24,32).
Los que sostienen que una operación directa del
Espíritu Santo es esencial para la conversión, tienen que explicarnos porque lo
mismo que hace el Espíritu Santo también lo hace la palabra de Dios. Si ellos
sostienen que el Espíritu habla directamente a los pecadores, es necesario que
nos digan qué es lo que dice el Espíritu
que la palabra no revele.
Si el Espíritu Santo dice lo mismo que la
palabra, ¿por qué necesita decirlo aparte de ella? ¿Por qué no podemos leerlo
en la Biblia de una manera objetiva? Si ellos sostienen que las palabras dichas
al pecador no están en la Biblia, ellos necesitan aprender que el Espíritu
Santo ya reveló toda la verdad (Jn. 16:13). Además, Gálatas 1:8 dice: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo,
os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anathema”.
Consecuencias
de la teoría de la operación directa del Espíritu Santo en la conversión
Responsabiliza a Dios por la condenación de la humanidad. Una de las características más importantes de la teoría en cuestión, es la posición en la que coloca a Dios. Es obvio que ningún hombre puede administrar el Espíritu Santo. Por lo tanto, si el pecador debe recibir el Espíritu de una manera separada y aparte de la palabra de Dios, entonces Dios decide cuándo y sobre quiénes permitirá la obra del Espíritu. Esto significa, según la teoría que estamos estudiando, que todos los perdidos en pecado son tales porque Dios les negó la operación directa del Espíritu, y por lo tanto Dios sería el responsable de su condenación como pecadores.
Uno no puede poner toda la responsabilidad de la salvación en Dios, sin que al mismo tiempo deje toda la responsabilidad de la condenación sobre él.
Cualquier doctrina que contradiga el amor universal de Dios es necesariamente falsa (1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9). Dios no hace acepción de personas (Hech. 10:34,35).
Apaga la urgencia de predicar el evangelio. La Biblia hace hincapié en la necesidad de
predicar el evangelio a todos los hombres del mundo (Mar.16:15; Rom. 1:15,16).
Pero, si la salvación del pecador depende solamente de Dios quien enviará a
ciertos pecadores una operación directa del Espíritu Santo aparte del
evangelio, entonces será inútil predicar el evangelio al mundo. ¿Qué bien
podría hacer el evangelio en semejante caso si la salvación no depende de
obedecerlo?
Conclusión
La conclusión obvia es que el Espíritu Santo sí
obra en la conversión de los pecadores, pero su operación se realiza a través de la palabra del evangelio. El
cirujano opera en el corazón físico del hombre, pero siempre lo hace a través
de determinados instrumentos especiales para ello.
La palabra del evangelio es
el instrumento del Espíritu para su operación en el corazón espiritual del
hombre. O mirándolo desde otro punto de vista, el Espíritu actúa en la
conversión de los pecadores, al revelar la ley de la conversión (Rom. 8:2), es
así también como el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios (Rom. 8:16). Esto se puede ilustrar de la siguiente manera:
Cuando los testigos están en absoluto acuerdo, hay
convicción objetiva de que la conversión ha sido consumada. Si no están de
acuerdo, la conversión no ha sucedido. Esto es prueba, por lo tanto, que la
conversión verdadera no depende de una misteriosa operación milagrosa del
Espíritu Santo en los corazones, sino de obedecer el revelado testimonio del
Espíritu Sano por la palabra del evangelio, lo cual convencerá al espíritu
humano por medio de la Escritura de que se ha cumplido con la ley del Espíritu.
El apóstol Juan dijo: “pero el que guarda
su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por
esto sabemos que estamos en él” (1 Jn. 2:5).
Si usted no ha cumplido con la ley de conversión del
Espíritu Santo, usted está perdido en sus pecados, y no ha sido convertido a
Cristo. Usted tiene que ser convertido para que sus pecados sean borrados y
vengan de la presencia del Señor los tiempos de refrigerio (Hech. 3:19).
El ladrón en la cruz
"Y dijo a Jesús: Acuérdate de
mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso"
(Luc.
23:42,43).
Para
justificar su rechazo al bautismo en Cristo para el perdón de los pecados,
muchos afirman, “¡El ladrón en la cruz fue salvo sin ser bautizado!”. Este
argumento se basa en al menos tres supuestos audaces:
1. Que el ladrón nunca fue bautizado,
cuando lo más probable es que fue bautizado por Juan (Mat. 3:5), o por los
mismos discípulos de Cristo (Juan 4:1). No se puede afirmar que el ladrón no
fue bautizado. Lucas registró, “Aconteció
que cuando todo el pueblo se bautizaba…” (Luc.
3:21), “Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo
oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan” (7:29).
2. Que podemos ser salvos de la misma
forma que el ladrón, cuando la única manera en que uno podría
ser salvo al igual que el ladrón es tener a Jesús físicamente al lado
diciéndole "hoy estarás conmigo en
el paraíso”. Por supuesto, ya que Jesús ha ido al cielo, esto no sucederá. Jesús
ya salió del paraíso cuando resucitó (cf. Hech. 2:25-32).
3. Que estamos bajo la misma ley que el
ladrón. Sin embargo, la ley de Cristo no entró en vigor hasta
después de su muerte (Heb. 9:16,17), por lo tanto, el ladrón vivió y murió bajo
una ley diferente a la nuestra (la ley de Moisés, Gal. 3:23-25). Ahora nos rige
la ley de Cristo (1 Cor. 9:21; Gal. 6:2), la ley de la libertad (Sant. 1:25).
Amigo
mío, ¿está seguro de negarse a ser bautizado para ser salvo, como Jesucristo
mandó y como el Espíritu Santo reveló por medio de hombres inspirados (Mar.
16:15,16; Hech. 2:38; 22:16; 1 Ped. 3:21)?