Mi identificación como predicador del evangelio



que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; reprende, censura, exhorta, con toda longanimidad y paciente enseñanza… sé vigilante en todas las cosas, sufre trabajos, desempeña la obra de evangelista, cumple bien tu ministerio (2 Tim. 4:2,5, VM).

Por Josué I. Hernández


Estimado lector, yo soy un predicador del evangelio. No soy un pastor, no soy un sacerdote, ni ostento los títulos religiosos de “padre”, “ministro” o “reverendo”.

Soy un predicador del evangelio en el mismo sentido en que el apóstol Pablo lo fue. Obviamente, no soy “apóstol” como él, pero si soy predicador en el mismo sentido pues predico el mismo evangelio que Pablo predicaba, ninguna otra cosa diferente es anunciada por mí. Pablo declaró que él había sido nombrado un “predicador” del evangelio de Cristo: fui constituido predicador y apóstol(1 Tim. 2:7). del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles (2 Tim. 1:11).  

Soy un ministro de Cristo en el mismo sentido que Timoteo era un ministro de Cristo: Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo (1 Tim. 4:6). La palabra “ministro” literalmente significa “siervo”. Todo aquel que sirve a Cristo, es en realidad un ministro de él. Es un error pensar que el predicador del evangelio es el único ministro de Cristo en una iglesia determinada. Todos los verdaderos siervos son ministros.

Soy un evangelista en el mismo sentido en que Felipe era un evangelista: Felipe el evangelista (Hech. 21:8). El evangelista es un heraldo que anuncia las buenas nuevas. Ya que trabajo de lleno en la predicación del evangelio de Cristo, soy un evangelista, un predicador o heraldo de las buenas nuevas. No importa si yo predico desde mil púlpitos o predico mil veces desde uno sólo, al estar dedicado a la predicación del evangelio de Cristo, soy un “evangelista”. 

No soy un “Pastor”

Yo no soy un “Pastor”. Esta palabra es abusada y está mal aplicada con mucha frecuencia en el mundo denominacional por la errónea idea de que el predicador está a cargo de la iglesia. Sin embargo, el sustantivo “Pastor”, como se usa en el Nuevo Testamento, se aplica sólo a un grupo de varones que cumplen con ciertos requisitos y son nombrados a ciertos deberes en una congregación local.

Cualquier estudiante cuidadoso de la Biblia va a reconocer que cada congregación del Nuevo Testamento, cuando estaba completa y organizada, tenía una pluralidad de pastores (Hech. 14:23; 20:17,28). Según su uso bíblico, la palabra “Pastor” se refiere a uno que apacienta, alimentando el rebaño local (1 Ped. 5:2). Los pastores bíblicos gobiernan la iglesia local velando por el bienestar espiritual de los miembros de ésa congregación. Según la revelación de Cristo en el Nuevo Testamento, el cargo bíblico designado por el término “pastor” se usa de manera intercambiable con los términos “obispo” y “anciano”.  

Entonces, un predicador del evangelio no es un pastor, anciano u obispo. Su autoridad no es una de supervisión, sino de predicación: que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina (2 Tim. 4:2).  Por lo tanto, en una iglesia organizada con los varones conocidos en el Nuevo Testamento como “pastores, ancianos y obispos”, un predicador servirá bajo la dirección de ellos a la vez que predica la palabra con fidelidad.

No soy un “Clérigo”

Como antes dije, soy un predicador, pero no soy un “Clérigo”. Recuérdese que fue al “Clero” de profesionales religiosos a quienes Cristo condenó cuando dijo: Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí (Mat. 23:5-7).

La distinción entre “Clérigos” y “Laicos” es desconocida en el Nuevo Testamento, y como adición de la sabiduría humana está claramente condenada en el Nuevo Testamento de Jesucristo.

Todos los cristianos son sacerdotes delante de Dios: vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo… Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped. 2:5,9). “…nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre...” (Apoc. 1:5,6).

Ningún cristiano goza de algún favoritismo o privilegio especial a los ojos de Dios por encima de los demás integrantes del pueblo de Dios. Por lo tanto, el predicador del evangelio es un hermano entre otros, con un trabajo determinado y específico, que jamás es considerado “superior” sobre “inferiores”.

No soy un “Padre”

Al ser un predicador del evangelio puro de Cristo, no ostento el título religioso de “Padre”. Hacer uso de semejante título religioso sería una clara violación del simple y claro patrón de conducta establecido por el Santo Hijo de Dios, quien dijo: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo” (Mat. 23:8-10).

El Catolicismo con todo su énfasis en la jerarquía y el orden tradicional, utiliza el término “Padre” para señalar a sus sacerdotes. La Iglesia Católica ha seguido el mal ejemplo de la Iglesia Episcopal. Sin embargo, las palabras de Cristo son claras. No puede haber duda de lo que Cristo ha dicho a pesar de la rebeldía del mundo sectario. 

No soy un "Reverendo"

Debido a que soy un predicador del evangelio, no ostento ni utilizo el título de “Reverendo”. En el Nuevo Testamento leemos acerca de predicadores, ministros (siervos) y evangelistas (heraldos), pero ni una sola vez leemos de algún “Reverendo” entre las congregaciones. Por ejemplo, el apóstol Pedro se refirió al apóstol Pablo diciendo: nuestro amado hermano Pablo (2 Ped. 3:15), no dijo “el Reverendo Padre Pablo”, ni “el Doctor Pablo”, ni mucho menos “El Teólogo Pablo”. El verdadero predicador del evangelio, rechaza la vanidad y el orgullo de quienes pervierten el evangelio de Cristo con sus títulos de exaltación humana. 

Ahora bien, es muy instructivo considerar la palabra hebrea que se traduce “reverencia”, la cual significa “temer, respetar”. Y “Reverendo” sería el adjetivo de aquella palabra, lo que significa que la persona a quien se aplica el adjetivo es una persona de temer, alguien que debe ser reverenciado, y mantenido en gran respeto y consideración.

La Biblia jamás exalta al predicador del evangelio como a una eminencia separada de otros. El “Reverendo” de los cristianos es Dios: “Redención ha enviado a su pueblo; para siempre ha ordenado su pacto; santo y temible es su nombre” (Sal. 111:9, énfasis mío, jh). 

En un sentido especial, los reverendos de los hijos son los padres (Cada uno temerá a su madre y a su padre, Lev. 19:3), aunque, obviamente, los padres no ostentan un “título religioso” para ello.

Ningún hombre en esta tierra, sin importar lo bueno o brillante que académicamente pueda ser, es digno de llevar un título que pertenece exclusivamente al único Dios verdadero. 

Conclusión

El predicador del evangelio es un fiel servidor de Cristo: servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios (1 Cor. 4:1). ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido (1 Tim. 4:6). el siervo del Señor (2 Tim. 2:24).

El predicador del evangelio no se exalta por encima de sus semejantes, ni tampoco desea alguna “exaltación”, ni “honor” que el mundo denominacional atribuye a sus clérigos de la sabiduría humana.

El predicador del evangelio se contenta con ser lo que Cristo lo llamó a ser, un siervo humilde que predica la palabra con fidelidad.